Capítulo Quince

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— ¿Qué puede ser el sentimiento? — pregunta el profesor Samuel.

—Una emoción— responde un chico a mi derecha, Paolo.

—También puede ser un estado de ánimo. ¿No? — intervengo. —Si lo vemos en otro sentido.

—Exacto, chicos, —nos felicita—, puede ser tanto una emoción como un estado de ánimo. Déjenme que les explique; la emoción que tienen, que sienten en ése preciso momento, el sentimiento que experimentan se conceptualiza, llega, cambia sus propios estados de ánimo.

— ¿Entonces las dos cosas son la misma? — pregunta una chica detrás de mí.

—Pues claro, muchachos. Sus emociones son sentimientos y éste crea su estado de ánimo. ¡Oído al tambor! No quiero que caigan en una conchita de mango cuando venga el parcial. — nos alerta.

El profesor usa esa palabra para que podamos identificar que definiciones pueden salir en el examen. Tomo mi lápiz y subrayo el título con varias líneas.

—Hemos visto cinco temas— todos asentimos. Él se sienta encima del escritorio con las piernas estirada y los brazos hacia atrás, sosteniéndose por la mesa—. Entonces ya saben qué temas van. Espero que hayan sido lo suficientemente pilas para coger las pistas que les dejé. Bueno, muchachos, nos vemos la semana que viene con el examen. Recuerden que es sobre 20%, teniendo en total un 30% evaluado. Después del parcial empezamos con el segundo corte— él se despide, toma sus cosas y se va del aula.

Suspiro.

Dios, estamos entrando en épocas de examen. Me volveré loca, está más que confirmado. Mi frente toca algo frío: el borde de mi mesa, cierro mis ojos y trato de conseguir un poco de sueño perdido. No debo de dormirme tarde pero como no pongo cuidado, esto es la consecuencia.

Me toca abrir mis ojos, incorporarme en la silla y sacar mi celular del bolso porque éste está vibrando, en la pantalla se lee Christian, y es una llamada por Whatsapp.

Contesto.

— ¿Sí?

¿Estás en período de descanso? —me pregunta. Doy un bostezo antes de hablar.

—Sí, espero que llegue...

¿Eso fue un bostezo? — me interrumpe.

—... El otro profesor... ¿Ah? Sí, sí fue un bostezo.

Te dije que no te durmieras tarde. —me regaña un poco.

Lo siento, se me fueron las horas— me disculpo—. Bueno, ¿A qué debo el placer de tú llamada?

¿Allí hay conexión a Wi-Fi?

—Sí, por eso contesté, porque si no, jamás te fuera contestado—lo escucho reírse.

Hostia. Está bien, eres ruda. Quería saber si quieres comer con nosotros.

— Nosotros... ¿Quién?

Thomas y yo. Ah y Paola, queremos pasarlas recogiendo.

— ¿Y cómo llegarían?

Por algo existe el GPS, o también puedo ir preguntando a las personas.

Te mando la dirección por mensaje, ¿va? Y te enviaré también mi ubicación.

La esperaré. ¿A qué horas sales?

A las 11, quedan dos horas.

Perfecto, a esa hora me tendrás esperando afuera. Manda la dirección. Si me pierdo, te llamo.

—Está bien, me llamas si te pierdes, hasta entonces—él finaliza la llamada.

Me quedo un rato con mi teléfono en mano sin saber qué hacer. Hasta que la voz de Diego me llama, giro mi cabeza a la derecha y lo veo con la mirada fija en la puerta, sin mirarme y con una voz llena de desconfianza, dice:

—Te buscan. En la puerta. — me acomodo mejor en mi asiento para poder ver la puerta, y allí, de pie y esperando, está un hombre.

Alto, moreno, lleva puesto algo como una chaqueta larga de color morado que se mueve al ritmo del viento, pero la cuestión es; aquí no hay flujo de aire, sin contar el aire artificial, pero no es tan fuerte como para hacer que la tela esté ondeando. Me dedica una hermosa sonrisa que yo sin pensarlo la respondo con la misma intensidad que él. Lo más llamativo no es su aspecto, ni sus facciones delicadas, pero a la vez toscas, sino que él resplandece, ilumina. Hay algo cómo una burbuja brillante que lo rodea.

Él se acerca con pasos lentos y pausados, cuando está cerca de mí, me habla.

—Estoy buscándote, Camila— su voz fuerte y llena de vitalidad me tranquiliza, me da seguridad.

— ¿Uh? ¿A mí? Pues aquí estoy. —murmuro algo confundida.

—Sí, sabía que estarías aquí. ¿Podemos hablar aquí?

— ¿En este momento? Es decir, ¿ya? —musito.

—Sí.

—Tengo clases, ¿no puede ser en otro momento?

—No tomará mucho tiempo, Camila. —asegura.

—Está bien. —cedo.

Me levanto mientras recojo mis cosas, y lo sigo a dónde él quiere conversar. Nos detenemos en una parte de la universidad que casi nadie frecuenta, se sienta en un banco y espera a que yo reaccione. Me acerco con lentitud y me siento a la par de él.

Nos quedamos unos minutos en silencio hasta que él decide hablar.

—Tantos años y aún me parecen interesantes. —me comenta.

— ¿Quiénes? —cuestiono.

—Ustedes, tú, él. —responde.

— ¿Interesantes, en qué sentido?

—Nunca coinciden en un mismo lugar, siempre están lejos uno del otro—me dice.

No sé qué está sucediendo, no sé de me que habla el señor; estoy tan perdida.

— ¿Quién eres? —pregunto con lentitud.

—Cuando vivía en esta tierra fui conocido por muchos nombres, pero ahora se me conoce como Maestro.

Alma GemelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora