Capítulo Nueve

66 13 0
                                    


Christian abre la puerta del auto para mí, estoy nerviosa, lo admito; él me pone muy nerviosa. Subo y lo veo cerrar mi puerta. Me quedo quieta en mi asiento esperando que él dé la vuelta para que pueda entrar en el asiento del piloto.

— ¿Lista? —me pregunta cuando ya se ha acomodado.

¿Lista? No.

—Sí. Claro—titubeo. Asiente e introduce la llave, enciende el motor, arrancamos para adentrarnos en la calle. ¿Sabrá ubicarse?

—Christian... ¿Sabes a dónde llegar? —le pregunto.

—Sí. Por eso llegué tarde, estaba siguiendo a Paola al restaurante para ubicarme y así poder regresarme a buscarte. Le dije que yo era el que te venía a buscar, ella no puso ninguna objeción—claro que no, me ha vendido—. La vi muy a gusto con Thomas, han congeniado—me cuenta.

— Y hablando de él, ¿dónde lo dejaste? — pregunto.

—Con tu amiga. Él no iba a dejarla sola— me responde, asegurándome la seguridad de ella.

— ¿Pero tú si puedes quedarte solo? —inquiero con broma.

—Ya no estoy solo. Estoy contigo, ¿no? Él me hizo un grandioso favor al no venir. Podemos hablar y conocernos mejor— me dice.

—Umh... ¿Quieres conocerme? —trago duro .

Me da una mirada rápida y emite una corta risa. Espero su respuesta quedándome mirando su perfil. Su nariz no es perfilada, es mucho más ancha y gordita. Puedo ver un pequeño atisbo del color marrón de sus ojos, sus pestañas le dan miles de cachetadas a las de una mujer; son abundantes y largas. Su pequeña boca está rosadita, y por él ser muy pálido, ella se nota mucho más.

Lo observo tomar aire antes de que me responda:

—Creo que eso ya había quedado claro, Camila— contesta —. No quiero eso de, ¿Cual es tú color favorito? O el más famoso: ¿cuál es tu comida favorita? No.

— ¿Entonces qué quieres saber? —cuestiono con mucha curiosidad.

—De tú vida, y de cómo tú existencia afecta a la sociedad.

—Mi existencia no afecta a nada. Ni a mi vida, ni nada— trato de que mi voz no devele el leve rastro de tristeza que dejé escapar por hablar sin pensar.

—No digas eso. — me regaña—. Con solo nacer ya afectas a la vida. Tú vida, y la de las personas que están cerca de ti. Sonrío enternecida.

— ¿Dónde estabas? — susurro—. Pareces un chico ficticio.

—En otro lugar, otro país— me dice—, si quieres vamos un día —me convida.  Me río.

—Muchas gracias, para un después, por el momento prefiero quedarme aquí, en mi ciudad, mi país.

—Un país muy hermoso, por cierto—comenta—. Hemos tenido el honor de ver varios lugares y cada vez me sorprende encontrar lugares muy hermosos.

—Lo sé. Yo estoy aquí, eso lo hace hermoso—bromeo.

—Claro, eso es lo más importante—me sigue.

Esbozo una tímida sonrisa. No sé por qué estando con él puedo expresarme mucho más relajada. Me siento cómoda, tranquila... Me siento segura. Él hace que me sienta así. Puedo hablar sin pensar que me da mucha pena seguirle la conversación y creo que tal vez pueda hablar sin inhibición con él. Y esa nueva sensación me gusta. Es fresca y refrescante.

— ¿Puedo preguntar? — le pregunto, él en respuesta asiente sin dejar de observar el camino—. En sueños pensaba que eras menos alto, pero verte de frente me hace darme cuenta que no es así. Eres altísimo, ¿cómo cuánto mides?

Alma GemelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora