IV

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El contacto con Jongin se redujo a cero, no más visitas al almacén, solo llamadas de teléfono que ni siquiera contestaba. A Seulgi siempre la recibía la fría voz del contestador y ella informaba. Tampoco había feedback, no tenía claro si su información de verdad servía para algo.

—He visto una chica cerca del rio Han —comenzó con su mensaje típico de describir su aspecto y la hora. El invierno poco a poco daba paso a un clima menos frío, los arboles florecían, empezaba la primavera. Las personas que trotaban como ella por la orilla del río por fin dejaban atrás los abrigos abultados para vestir chaquetas más ligeras que cubren la tenue brisa de la mañana.

Cortó la llamada y devolvió su teléfono móvil al bolsillo interior de su chaqueta.

Emprendió de nuevo su ligero trote para dejar de pensar en todas las incógnitas que sobrevuelan sus pensamientos. Seulgi siempre había sido una chica directa y le gustaba la gente directa, que va al grano y no marea la perdiz. Sin embargo, al adentrarse en la asociación, se había sumergido en un mar de dudas. Una pregunta tras otra que no obtenían respuestas y el único que las podía solucionar no contestaba el teléfono.

¿Habrá hecho bien en involucrarse en todo esto de los lobos cuando siempre ha querido escapar? Después de todo, ella escondía su olor, muchos otros también lo hacían como Seungwan. Habría millones de lobos que se le pasarían por alto por el hecho de que se tomaban una pequeña pastillita amarilla todas las mañanas, como ella.

Y luego su mente no estaba llena de miles de preguntas sin resolver, ahora lo estaba de miles y una pregunta. Seguro Jongin sabía que había maneras de esconder el olor, ¿cómo haría entonces con esas personas? ¿Ellos podían ser criminales y salirse con la suya, solo por el hecho de no poder ser rastreados?

Sacudió su cabeza con fuerza y se paró por segunda vez de su trote continuo a orillas del río. Si seguía acumulando interrogantes iba a colapsar antes de que acabara el día. Dirigía una compañía por lo que tenía que dejar el absurdo juego de rastreadora en segundo plano en su vida.

"Primero la empresa y Yerim" pensó y emprendió su trote por tercera vez. Le esperaba una mañana larga y cansada.



No podía concentrase con la mirada fija de Yerim sobre ella. Intentó parecer sumida en releer por quinta vez el primer párrafo del informe que tenía delante, sin existo alguno pues cada vez que levantaba la vista de la hoja, era pillada por Yerim quien no había apartado la vista en ningún momento. No sabía a ciencia cierta cuál era el motivo de la visita imprevista de la chica. Aunque una idea cruzó su mente y se desvaneció con la misma rapidez con la que apareció. Alzó el rostro por fin, dejando el informe sobre la mesa y acomodándose en la silla. Carraspeó y observó como a Yerim jugando con sus dedos en el asiento que ocupaba delante de su escritorio. Estaba nerviosa a pesar de haberle mantenido la mirada más tiempo del que Seulgi le hubiera gustado. No podía negar que observar la sumisión que Yerim dejaba ver de vez en cuando la excitaba.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntó al darse por vencida de que la menor hablara primero—. Suéltalo de una vez, nunca me visitas en el trabajo.

Yerim rehuyó, por fin agachó su cabeza rehuyendo la mirada de Seulgi, lo que hizo que las mariposas que residían en su estómago de la mayor desde la niñez se agitaran desbocadas por la muestra de sumisión. Yerim no estaba segura por dónde empezar, suspiró pesadamente y tragó todo el aire que pudo antes de separar sus labios para hablar:

—He estado viendo a alguien desde hace poco. —La noticia sorprendió a Seulgi, clavándose como un puñal en el pecho infringiendo dolor. Siempre se había mentalizado para este momento, sin embargo, confiaba en que fuera lo más tarde posible o nunca si sus rezos eran escuchados—. Quiero que lo conozcas.

—¿Cuándo?

Tardó unos segundos en responder, meditando cómo seguir avanzando en la conversación. La atmosfera se tornó tensa e incómoda, algo poco habitual en ellas y que cada vez más recurrente.

—Ven a cenar hoy a casa.

Yerim se levantó, hizo una reverencia y dejó sola a Seulgi en su despacho, con rostro serio y el corazón destrozado. No quería conocer al actual novio de su amor y menos tener una cita y ver como se daban cariño el uno al otro. Sin embargo, tenía que ir, Yerim era su amiga y la había invitado a cenar. Ella espera una aprobación de parte de Seulgi sobre el chico y no se la podía negar solo porque no pudiera dejar atrás los sentimientos que nunca serían correspondidos, aunque esa aprobación resultara en una absoluta falacia.

Se recostó en el respaldo de la silla y miró el techo. Un suspiro salió de su boca, rememoró todos los cambios que habían acontecido en su vida, a veces deseaba tener a alguien en el que apoyarse. Alguien con el que lamentarse de su miseria, emborracharse y gritarle cuanto echa de menos a su familia, que ya no está enfadada con su hermana, aunque al día siguiente lo negara todo.

¿Qué será de ella en estos momentos? Debía estar igual de alta que ella, tal vez un poco menos ya que, de las dos Seulgi siempre era la más esbelta, gracias a su afición por el deporte, en concreto por el atletismo. Tal vez, se había deshecho de su larga cabellera negra y había optado por un corte menos aparatoso, o simplemente no había cambiado, con esa cara de niña y esos bracitos pequeños y gorditos que la abrazaban por las noches cuando no podía dormir.

Puede que siguiera enfadada, que el resentimiento acumulado no la dejara recibirla con los brazos abiertos si llegaba a atravesar la puerta de su despacho en estos momentos, no obstante, la opresión que sentía en el pecho al pensar en ella era demasiado real. No la deja respirar. Por unos segundos, solo deseaba recostar la cabeza en su pecho y escuchar el latido de su corazón. Porque, era la única familia que le queda y estar alejada de ella la destrozaba un poco cada día.



El apartamento de Yerim no era un lugar muy ostentoso, a pesar de que la pequeña chica rubia podía permitirse mucho más. El lugar era pequeño y vagamente amueblado, ni siquiera contaba con un sofá donde sentarse, sino que al frente de la televisión se ubicaban un par de cojines que desempeñaban esa función.

Seulgi podría decir que aquel lugar con escasa decoración era mucho más acogedor que su gran apartamento, con fotos familiares por todas las paredes, algo de lo que ella carecía y envidiaba de su amiga. Se podía decir que era muy orgullosa, que pensaba un montón de cosas que nunca admitiría y todos aquellos pensamientos tenían que ver con un solo tema, la familia. Para la esbelta y alta empresaria, Yerim era ese pequeño fragmento que le quedaba de familia y en unos segundos, la persona que llamaba a la puerta sería el que le arrebatara lo único que le quedaba. Y por esa razón, sentada en uno de los cojines del salón, estaba reescribiendo mentalmente su lista de personas a envidiar, con el novio de Yerim a la cabeza, desbancando a la mujer que iba todos los martes a su casa a limpiar y que ocupaba una hora del tiempo que le pagaba en fumar y hablar con su querida hija. Porque no había otro momento para hablar, "mi hija vive muy lejos y este es el único horario donde coincidimos las dos" se justificaba con una sonrisa la anciana señora, vestida con un chándal y una camisa de "I Love Spain".

Los fuertes pasos del chico que acababa de entrar retumbaron sobre el parqué, a pesar de no llevar zapatos. Seulgi cruzó la mirada con el recién llegado y sus ojos se abrieron en demasía. Podía reconocer esa misma cabellera teñida de gris en el almacén de la asociación y cuando el alto hombre de agachó para estrecharle la mano lo corroboró.

—Park Chanyeol, encantado.

Uno de los esbirros de Jongin o "colaboradores" como él los hacía llamar, estaba saliendo con Yerim, su pequeño tesoro y pertenencia. Se sintió atacada y engañada, ¿acaso la estarían vigilando? O ¿solo era una mala coincidencia de la vida? Una humana que temía a los lobos, un hombre que los odiaba y un lobo, todos compartiendo el mismo espacio y tiempo, sin conocerse realmente y fingiendo que se encontrabas cómodos los unos con los otros.

—Encantada —repitió estrechando la mano que el hombre le ofrecía y sonriendo falsamente—. Kang Seulgi.

Flame [EXOVELVET]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora