🍼Séptimo mes: Dulce como un pastel🍼

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  — ¿Qué voy a hacer? —lloriqueó la pequeña Kyo con el auricular del teléfono pegado a la oreja.—Mañana es su cumpleaños y todavía no preparé nada.

— Tranquila, cielo —la calmó Isis con un tono maternal.— Estos días has estado durmiendo muy poco, y aunque los bebés han estado un poco menos inquietos, tú sigues estresada. Ángel entenderá que no puedas prepararle ninguna sorpresa este año.

La rubia asintió —aún a sabiendas de que la mayor no podía verla—, cruzó dos o tres palabras más, cortó la llamada y se sentó con dificultad en el sofá.

Si bien era cierto que estaba durmiendo muy poco y que estaba agotada, eso no era una excusa. Le debía a su papi alguna clase de cariño, uno no cumple cuarenta y cuatro años todos los días.

Y no solo porque era una fecha especial, o porque se tratara de su daddy; se lo debía porque el era su Sol de todas las mañanas, el amor de su vida, el caregiver que la soportaba aún en sus peores días, y una infinidad de cosas más.

Con una voluntad capaz de mover montañas, tomó las cosas necesarias y emprendió un viaje rápido al mercado.

Ir a pie era toda una tortura, sobre todo porque era una de las primeras —por no decir la primera primerísima— veces que iba sola, sin el apoyo de Ángel a su lado, que le ofrecía el brazo como soporte para hacer más llevadero su propio peso.

Pero al imaginar la sonrisa que le regalaría si todo salía bien, no le importó tener que caminar, aún si era sobre brazas hirvientes.

— 🐣 —

Hacer las compras sola presentó un extraño desafío.

No tanto porque no supiera manejar el carrito o el dinero, ella era una niña grande y podía con tareas tan simples.

El verdadero problema recidía en soportar los antojos que la abarrotaron en el momento en el que puso un pie en el área de alimentos dulces.

Se mordió la lengua y tomó todas las cosas que necesitaría para hacer un legendario pastel de cumpleaños.

Luego de unos cuantos minutos de batallar internamente respecto al dinero que debía usar y cuánto le debían devolver, emprendió el camino a casa.

Y un cuarto de hora después, estaba finalmente descansando en el sofá de la sala de estar, feliz consigo misma.

Luego de un merecido descanso, se dirigió a la cocina y puso manos a la obra.

La masa del pastel —o su cuerpito, como a Kyo le gustaba decir— era definitivamente la parte más difícil de llevar a cabo, porque temía arruinarlo todo echando sal en lugar de azúcar, por ejemplo.

Así que usó la computadora portátil de Ángel y se encargó de ver una docena de videos de cocina, y luego siguió los pasos al pie de la letra.

Pusó los ingredientes correspondientes en el orden correcto, como si se tratara de un juego, y luego usó todas sus fuerzas para batir la mezcla hasta conseguir que fuera uniforme. Pasó todo a una de las fuentes para el horno —que por dentro estaba cubierta con mantequilla, para evitar que la masa se pegara—, y con extremo cuidado encendió el horno, para ponerla ahí dentro.

La rubia, como ya es bien sabido, era extremadamente impaciente; y estaba tan preocupada por el resultado final que no pudo evitar sentarse frente al horno a esperar a que estuviera listo.

Así que, durante treinta largos minutos, se sentó en medio de la cocina, cantando al unísono con los bebés en su interior, quienes bailaban alegres.

Cuando por fin acabó de hornearse el pastel, lo sacó con mucho cuidado de no quemarse, y dejó enfriarse.

Pero, de nuevo, fue incapaz de alejarse mucho, así que permaneció sentada frente a este.

Pero al cabo de diez minutos, comenzó a sentirse cansada. Y después de que pasaran veinte, empezó a cabecear, y para los cuarenta minutos, ya estaba dormida con la cabeza apoyada en la mesa de la cocina.

Se despertó tiempo después, algo adolorida por la incomoda posición, y sin acabar de comprender por qué estaba allí.

Pero al sentir el olor a pastel de vainilla recordó todo, y muy nerviosa miró la hora en el reloj de Hello Kittie que llevaba en la muñeca. Eran las siete. ¡Ángel llegaría en cualquier momento!

Apurada, echó todas las cosas en la mesa de la cocina y empezó a decorar lo más rápido que pudo.

Comenzó a untar la crema con mucho cuidado, pero después de estar dos minutos en ello, se impacientó y empezó a hacerlo rápido, sin percatarse de que en el proceso se manchó.

Una vez terminado eso, echó de forma desordenada chispitas de colores y otra variedad de golosinas, haciendo que todo se volviera una explosión de colores.

Cuando pudo terminar todo, escondió el pastel en el refrigerador y limpió el desastre de la mesa rápidamente, justo a tiempo, porque escuchó el auto estacionar en la puerta de la casa.

Se paró junto a la puerta, con una sonrisa de satisfacción en medio de la cara. Todo estaba saliendo bien.

— Estoy en cas--¡Ow! —exclamó Ángel, porque apenas había entrado, Kyo lo había estrujado en un necesitado abrazo.— Hola, bebé. ¿Está todo bien? ¿Te sientes bien?

— Todo está perfecto —le habló desde abajo, sin separarse de él y apoyando su barbilla en su pecho.—Tan solo te extrañaba.

— Yo te extrañaba aún más —dijo sonriendo, conmovido con sus dulces palabras. Se agachó un poco, y la besó en la punta de la nariz.

Luego se desajustó el nudo de la corbata con una mano, mientras dejaba que su pequeña lo arrastrara hacía la sala de estar, esquivando estratégicamente la cocina.

— Kyo no es buena para esconder secretos —pensó, mientras le quitaba un resto de crema del cabello sin que ella lo notara y pensaba en la notificación de recomendación de vídeos que le había llegado esa misma tarde.

Pero todo eso lo hacía aún más feliz.

Se acercó a Kyo por detrás mientras estaba hablándole de algo que hizo en el día y la abrazó.

— ¿Está todo bien? ¿Te sientes bien? —dijo ella en un tono leve, pero preocupado, mientras acariciaba la mano que él había puesto sobre su vientre.

— Todo está perfecto —dijo—, tan solo recordé lo mucho que te amo.

Kyo se dió la vuelta y se paró en puntitas para dejarle un casto beso en los labios.  

— Yo te amo aún más.

«Dos bebés»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora