🍼Octavo mes: Los bebés son un fastidio🍼

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Ya estaban entrando a la segunda semana del octavo mes.

—Los bebés vendrán pronto —había dicho el doctor. Así que Ángel había decidido que lo mejor era trabajar desde casa, ya que podía hacerlo.

¡Y Kyo estaba tan feliz!

Tendría a su papi en casa, acompañándola y mimandola a cada segundo.

O, bueno, eso creyó la niña.

Pero no. Que Ángel trabajara en casa implicaba que la línea que separaba el trabajo del hogar había desaparecido por completo. Entonces, aunque él anduviese en pijama todo el día, atendía llamados y respondía e-mails más de lo que respiraba.

Pero estar en casa, cerca de su pequeña, le hacía sentirse más tranquilo.

Porque cuando Kyo no podía meterse en la bañera o necesitaba ayuda para abrir el refrigerador, él podía correr hacia ella y ayudarla en el instante, aún si todos insistían en que la estaba malcriando y que ella sola podía.

Tal vez nadie lo entendiera, nunca; pero amaba poder hacer cosas por ella.

— 🐣 —

Hacía ya unas semanas que habían terminado de convertir el viejo estudio de Ángel en una habitación. Habían cambiado el blanco sucio de las paredes por un amarillo tenue, comprado dos pequeñas cunas de madera y puesto una alfombra suave sobre la madera fría que antes había.

Kyo disfrutaba pasar el rato ahí.

Lilly insistió en que pusieran un mecedor entre las cunas, porque de seguro dormirían ahí los primeros meses. Y aunque la pequeña rubia había pensado que era ridículo, su opinión al respecto cambió en cuanto se enteró que podía sentarse ahí y se movía por si solo. ¡Era genial!

Ángel ya la había atrapado más de una tarde durmiendo ahí o simplemente sentada cantando y jugando con los juguetes nuevos. No le había puesto nombre a ninguno de los peluches que habían comprado, porque ese privilegio lo tendrán ellos, había dicho.

Estaba dando lo mejor de si por no encariñarse mucho con las cosas allí —ya que no eran, legítimamente, suyas—, pero habían elegido todo con tanto esfuerzo y pasaba tanto tiempo en la habitación que era una tarea muy, muy, muuuy complicada.

— Bebé —Ángel se asomó por la puerta del antiguo-estudio-ahora-habitación-de-bebés, distrayendo a Kyo de sus pensamientos.— ¿Quieres almorzar?

La rubia asintió, emocionada.

— ¿Pasta y patitas de pollo?

— Dinosaurios, por favor.

Ángel río y se esfumó tan silenciosamente como había llegado.

Kyo se halló de nuevo sola en la habitación. Con mucho esfuerzo, se sentó en el mecedor. Ese día se sentía particularmente hinchada.

No hacía mucho calor, ni mucho frío. No había mucho viento, ni mucha humedad. Era un día como cualquier otro, sin nada que lo destacara de los demás.

Pero para la pequeña Kyo, ningún día era como cualquier otro. Más aún cuando tenía una barriga tan grande y tan pesada.

Puso ambas manos en su pancita, sintiendo la piel estirada y el agua en su interior. Ya llevaba un tiempo acostumbrada a las patadas y las abrumadoras sensaciones, pero aún no acababa de digerir la idea de ella misma como madre.

Eso era lo que más conflicto le generaba.

¿Tendría que dejar de ser tan aniñada? Tal vez vestirse más como niña grande y jugar menos con juguetes. Ángel nunca se había quejado, ¿pero debería buscarse un trabajo? ¿O estudiar alguna carrera?

Kyo sintió que su vista se nublaba y que un nudo muy fuerte se formaba en su garganta.

Se sentía asustada, enojada y pequeña. Mucho más pequeña que de costumbre.

Con todas sus fuerzas, abrazo su propio abdomen. Abrazo a sus pequeños, protegiéndolos a ellos y protegiéndose a si misma también. Y se mordió el labio, batallando contra sus propias lágrimas.

Concentró todos sus pensamientos en Angel. Y, eventualmente, la tormenta pasó.

Su corazón latió con más calma y la presión que sentía en el pecho se aflojó. No dejó de tener miedo, porque no era algo de lo que se pudiera deshacer tan rápidamente, pero se sintió un poco mejor. Recordó con fuerza que no estaba sola. Que tenía cerca a Isis, y también a Lilly. Que estaba Jessica y sus amigos, dispuestos siempre a llenarla de cariño. Y, por sobre todo, recordó que lo tenía a Ángel.

No, definitivamente no estaba sola.

— ¡Princesa, la comida! —gritó antes desde la cocina.

Kyo se levantó del mecedor y cuando lo hizo notó que sus piernas estaban mojadas. Como si se hubiera hecho pipi encima.

Desde mucho antes y a partir de ese momento también, jamás estaría sola.

«Dos bebés»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora