🍼Quinto mes: Falditas, vestidos y orejitas🍼

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El error de Kyo había sido grande.

Ángel había tenido que lidiar con ello cuando, al volver del trabajo, se encontró con su novia, su hermana y su madre sumidas en un incomodo silencio en la sala de estar.

Afortunadamente, la situación no se había desarrollado de manera tan problemática como el mayor había imaginado.

Lilly estaba enfadada, por supuesto, pero a su vez estaba intentando ser comprensiva.

Desde que su preciado niño la había abandonado, la mujer había cambiado verdaderamente, aunque en el fondo continuaba siendo tan metiche y caprichosa como su hijo la recordaba.

Con el pasar de las semanas, tuvo varias oportunidades de demostrar que quería arreglar las cosas, no solo por los bebés que estaban por venir, si no también con el fin de volver a unificar a su familia.

Todo esto Kyo se lo había tomado de la mejor de las formas. Su humor había mejorado verdaderamente, aunque le doliera mucho tener que cambiar sus preciadas falditas y vestidos por ropa mas holgada y cómoda.

— Podrías reabrir tu negocio —le había dicho Ángel en una de sus extrañas tardes libres, mientras mecía en cuerpo de su pequeña entre sus brazos.

La rubia pestañeó un par de veces, mirándolo.

Recordó como hacia casi un año había decidido abrir una tienda online de cosillas, principalmente para regalar algunas de sus ropas mas viejas, esas que ya no le quedaban tan bien o que no usaba tanto.

Se mordió en labio, intentando contenerse de hacer una rabieta, porque no quería arruinar su pequeño momento de cariñitos.

Pero es que de verdad no le gustaba vender sus cosas. ¡Eran suyas!

Pero su papi tenia razón, de verdad podría hacerlo. Ademas, no era tan inocente. Sabía que les vendría bien un poco más de dinero.

Al día siguiente decidió ponerse manos a la obra, catalogando qué falditas y vestidos pondría a la venta, acomodándolos sobre la cama.

Lo pensó durante un rato, y se dijo a si misma mientras se acariciaba el vientre que llamaría a alguna de sus amigas para que la ayudara modelándolos, porque los bebés estaban creciendo mucho y a ella ya no le quedaban esas ropas. Se mordió el labio, nuevamente frustrada.

Luego de acomodar todo, abrió la caja de sus juguetes y tomo algunas orejitas y broches, perfectos para poner de regalo con los envíos. Una vieja costumbre.

Sonrió al acariciar las cosas, recordando que hacia meses que no las usaba, y luego se sintió un poco triste.

Rápidamente se talló los ojos, negándose a dejar escapar unas lagrimas traicioneras. Si se mantenía positiva, las cosas irían mejor.

Tanto movimiento la agotó un poco, y como estaba sola y el médico había dicho no se esforzará mucho, decidió sentarse por un rato.

Se sentó con lentitud en la cama y subió los pies, quedando en una posición un poco forzada y incomoda. En seguida pudo sentir como si algo en su interior se estremeciera.

— ¿Qué sucede?  —le preguntó a los bebés en voz alta, mientras se acariciaba la pancita.

Uno de ellos respondió dando un golpe fuerte.

Kyo por poco no tuvo un infarto.

«Dos bebés»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora