🍼Primer mes: ¡Quiero mis galletas!🍼

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La noticia los había tomado desprevenidos.

Sip, esa era la mejor palabra para definir lo que sentían. Estaban felices, claro que lo estaban. Ésas semanas Ángel había movido cielo y tierra para transformar su lindo nido de amor en un hogar seguro y preparado, al derecho y al revés.

Y si bien eso, sumado el trabajo en la oficina, lo traía sin tiempo para nada, Kyo había hecho su mayor esfuerzo para no molestar con peticiones innecesarias.

Cuando el reloj despertador de Miraculous Ladybug marcó las nueve de la mañana con su habitual tono alegre, la chica se revolvió en las sábanas. Con mucha pereza se sentó en la cama, para tallarse los ojos y proceder a apagar la alarma.

Se levantó y arrastrando los pies fue al baño.

Juntó al espejo encontró la lista de quehaceres que Daddy le había colgado, en un marco color celeste bebé.

1) Cepillarse los dientes y darse un baño.

Procedió a hacerlo mientras tarareaba una melodía dulce. Luego llenó la tina de agua, agregó sus queridas burbujas, y se zambuyó bajo el agua.

Casi una hora después ya estaba seca y con uno de sus vestidos puestos.

Bajó las escaleras dando saltitos y se paró frente a la copia de la lista de quehaceres que había allí, pero ésta puesta en un marco de fotos de madera.

2) Limpiar tus juguetes.

Todavía dando brincos se dirigió al estudio de Ángel, el cual pronto sería el cuarto del bebé. Abrió el clóset y sacó una caja bastante grande de plástico, rosa. La llevó al comedor y puso todos sus juguetes sobre la mesa. Cogió un desinfectante y toallitas humedas del baño de la primer planta y procedió a hacer su cometido.

Al cabo de un rato, ya habiendo acabado, devolvió las cosas a su lugar y volvió a la lista.

3) Has sido una buena chica. Puedes comer unas galletas. Luego llama a papi.

Esa era su tarea favorita en el día.

Corrió a la cocina dando trompicones y tomó el tarro de galletas de Winnie The Pooh de arriba de la encimera.

Y se llevó una enorme decepción al encontrarlo vacío.

Caminó hasta la encimera, ésa a la que Ángel creía que no podía llegar, y se paró sobre las puntas de sus pies para poder abrirla.
Pero allí no estaban sus galletas. Ni los caramelos. ¡No había ningún dulce!

Desesperada, corrió hacia el teléfono de línea que estaba junto a la mesa del comedor, justo al lado del marco con la lista.

Marcó el número de teléfono de su daddy, el que se sabía de memoria. Para el tercer timbre le cogieron.

— ¡Papi! —chilló.

— Buenos días, bebé. ¿Cómo te sientes?

— Mal, muy, muy mal —dramatizó.

— ¿Qué sucedió? ¿Te duele algo? —su tono se elevó un poco, demostrando su preocupación.

— ¿Te has comido mis galletas? —comenzó a jugar con el cable del teléfono, enrredandolo en su dedo índice—. Porque, ¿sabés?, si querías comerlas podías simplemente decirme y comprábamos más en el viaje al súper, pero no entiendo dónde están mis carame---

— Oh... —su voz grave sonó duditativa del otro lado de la línea y Kyo se cortó sola— No me las comí.

— Entonces... ¿Dónde están?

Hubo unos segundos de silencio.

— Estuve hablando con unos médicos —contestó, al fin—, y no les parece una mala idea que comas más saludablemente.

— ¿Quieres decir que...?

— Si, no más galletas como premio.

— ¡Pero, papi! ¿Y MIS DULCES?

— Me los llevé, bebé. Nada de éso por un tiempo.

— ¡Pero...!

— Nada de "peros"  —su tono se tornó autoritario.

— ...de acuerdo —susurró.

— Tengo que volver al trabajo.

— ...está bien.

— Te amo, bebita.

— ...yo también —dudó por un segundo—, Ángel.

Y cortó antes de que el mayor dijera algo.

Se mordió el labio inferior, conteniendo las lágrimas. Sabía que hacer un berrinche solo le traería más problemas, ¡pero con sus dulces no se juega!

Kyo se acarició el vientre.— Tú quieres dulces también, ¿verdad? —pensó para si misma, como si así el interior de su cuerpo pudiera a escucharla—. Bueno, te jodes. No comemos por tu culpa.

«Dos bebés»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora