Preludio.

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D A V I D   C A M P B E L L

El cielo nublado siempre ha sido mi favorito. Eso significa lluvia, y para mí, la lluvia huele excepcionalmente bien. Mucho más, si cae sobre la oscura tierra.

El olor a tierra mojada, es mi perfume favorito, entre todos los aromas.

Miré a mi hermana, las lágrimas caían de sus ojos, mojando la tierra. Como la lluvia que empezaba a caer sobre la grava del cementerio.

—A la señora Campbell le hubiera encantado el clima de hoy.— oí el despreocupado comentario.

Volví mi cabeza hacia la persona dueña de esa ronca voz.

—Así es, a mamá le hubiera encantado.— le sonreí.

James me devolvió la sonrisa, tratando de ser afable. Sin embargo, sé que oculta su incomodidad.

No le culpo.

¿Por qué no lloras, David?, me preguntó una vez, en el funeral de mi abuelo. Recuerdo que contuve mis ganas, de verdad me contuve tanto como pude, de no tirarlo al suelo y despedazarle la cara.

Sólo lloré una vez en mi vida, y eso fue en el funeral de mi madre. Le respondí tan hostil como pude, apretando la mandíbula, jamás apartando mi mirada de la suya.

Esa fue la última vez que me preguntó por qué no lloraba.

James siempre fue alguien educado. Mucho más que yo.

—Será mejor que saquemos a María de aquí. No es bueno que se resfríe, debe regresar en unos días a Nueva York.— me dijo James, levantándose de la silla.

No tuve más opción que levantarme también. Seguí a James entre la multitud de personas. Unos lloraban, otros susurraban palabras condescendientes, otros nada más miraban el ataúd en aquel enorme hoyo, siendo sumergido en sucia y negra tierra, para ya jamás emerger.

—Nos vamos.— le susurré a mi hermana una vez estuve tras de ella.

María permanecía hincada en el suelo, al borde del hoyo.

Seguramente suplicándole a Dios que le regresara a nuestra abuela.

Me vi tentado a decirle que jamás volvería. Que de la muerte jamás se vuelve, lo pude comprobar cuando mamá nunca volvió del trabajo aquella noche.

María se levantó del suelo, vi a James acomodando el único paraguas sobre los rizos de mi hermana.

Siempre tan educado, tan amable, tan... social. Es exasperante.

Siempre me pregunto, por qué es mi mejor amigo.

Una vez ellos empezaron a caminar, para salir del lugar, yo los seguí. No sin antes darle una última mirada al ataúd, y una a mi padre.

El hombre, se encontraba en frente mío, al otro extremo del hoyo. Su sombría mirada yacía sobre la lápida recién puesta.

Lena Campbell, 1939-2017.
Amada esposa, amada madre, amada abuela.

La madre de mi padre, había muerto.

Sentí que mi padre me devolvió la mirada. Ojos rojos, se contenía, yo lo sabía. Odiaba que mi rostro fuera tan parecido al de él, porque pude verme reflejado.

En ese rostro, está el mío de hace unos años, cuando yo fui quien perdió a su madre.

—David.— oí la voz de María, llamándome.

Miré la tierra, y luego volví a mirar a mi padre. Me di la vuelta, sin mirar más atrás.

—Vamos.— me limité a decir cuando ya estuve con los otros dos.

Lo que en algún momento fue un sereno, se convirtió en algo más fuerte, por lo que nos vimos obligados a caminar más rápido hacia mi auto.

Al llegar, James le abrió la puerta del copiloto a María, mientras yo me dirigí rápidamente hacia el asiento del conductor.

Cuando James se aseguró que mi hermana estaba segura en el auto, entonces corrió rápidamente a meterse en los asientos de atrás. Todo bajo la, quizá muy obvia mirada enamorada de mi hermana.

Si María no estuviera confinada en ese estúpido internado en Nueva York, ya llevaría varios años de noviazgo con James. Puedo apostarlo.

Los dos son muy tontos como para llevar las cosas más lejos, tampoco es algo que me importe mucho.

Encendí el auto, ansioso por salir de ese lugar en el cual estaban enterrados varios de mis familiares. Para mí, estar ahí, es asfixiante.

A las diez de la mañana, la lluvia es cada vez más fuerte, y había alcanzado a mojarme; por lo que la maldita camisa negra que me había tocado utilizar para el funeral, me molestaba enormemente. Me desabotoné los primeros botones de la camisa con desespero.

—Había pensado...— comencé a hablar, cortando súbitamente el juego de miradas que compartían James y María por el retrovisor. No pude evitar rodar los ojos. —Ya que por fin tenemos los permisos, podemos salir a cazar hoy.— ahora fui yo quien miró a James por el retrovisor.

—No lo sé, yo-

No le dejé terminar, sabía lo que diría. Y no quería esa respuesta.

—Ayer Sara estuvo en casa, me dijo que quería verte.— le dije a María rápidamente.

—¿Ah sí?— la decepción cruzó por sus ojos, pero ella se recompuso tan rápido como pudo.

Aún así, no se me fue desapercibido. Nunca lo hace.

—Dice que desde que te mudaste a Nueva York, no han hablado mucho. Dijo que fueras hoy a su casa, ya sabes, una de esas fiestas de secundaria.

—No creo que deba, abuelita acaba de fallecer. No creo que sea correcto.— me respondió.

María puede ser tan mojigata algunas veces...

—No me vengas con eso. A abuelita no le gustaría que te comportes tan hastiada, no ves a tus antiguos compañeros desde el año pasado. Debes ir.

La sentí suspirar a mi lado.

Quité mi mirada de la carretera por un momento, y la acentúe en los ojos de mi hermana.

La vi asentir.

—Iré.

Las calles de Detroit a esa hora, estaban más o menos congestionadas, y en un semáforo en rojo pude voltearme a ver a James.

—Qué dices, ¿Vamos a cazar?

—Vamos.

Ésta, sí es una respuesta de mi agrado.


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Quisiera hacer una mención especial para mi gran editora de portada; ImaginateWriter

A mi gran amiga Natalia Salamanca, por ayudarme con este proyecto. Sin ella, sería imposible.

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⏰ Última actualización: Mar 15, 2021 ⏰

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