doce

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Me parecía incómodo e innecesario el silencio que reinaba esa mañana en la cocina mientras los tres desayunábamos. A pesar de que mi madre me había ido a despertar a la cama con la misma dulzura que usaba cuando era una niña, sentía que algo andaba mal. No me resultaba extraño que estuvieran enfadados o tocados por mi infantil reacción, pero no era eso lo que sucedía, al menos yo no lo sentía así.

—Hyori, cariño...—murmuró mi madre después de tragar una cucharada de cereales integrales. Mi padre tomó sus palabras como una señal para irse, ya que se acercó para darnos un beso en la frente a cada una y luego se fue cerrando con cuidado la puerta de entrada—. No he podido decirte que he dejado el trabajo... Ya sabes, por...

—Ya, lo suponía—dije con un hilo de voz.

—Hoy voy a ir al hospital... Me van a tener que operar pronto—continuó explicando.

Asentí mirando mi desayuno. Se me había quitado el hambre.

—Lo más seguro es que después de la cirugía me toque estar un tiempo con la quimioterapia...—Suspiró y estiró su mano para tomar la mía. Estaba fría y temblaba un poco, no sabía si tendría que ver con el cáncer o si tan solo sentía nervios por estar hablando de esto conmigo—. Me voy a poner bien, Hyo.

Terminamos de desayunar en el mismo silencio incómodo. Después de lavarme los dientes y cepillarme el cabello para estar algo presentable, tomé mis apuntes del examen que tenía ese día y caminé hasta la entrada para ponerme unas botas de agua—las cuales se supone que no podía llevar al colegio, pero pasaba de mojarme los calcetines—e irme.

—Espera, espera—dijo mi madre a mis espaldas.

Dejé que tomara sus tacones y se los pusiera, aunque me tuve que morder la lengua porque se supone que ya debería de haber salido e iba tarde y no quería soltar alguna maldición delante de ella.
Cualquiera que viera a mi señora madre dudaría acerca de que tenía un cáncer de páncreas y se dirigía al hospital para ver como la trataban, pues vestía demasiado bien para lo mal que se encontraba por dentro. Llevaba una camisa de seda granate perfectamente planchada, una falda de tubo gris que le llegaba hasta las rodillas y un blazer del mismo color. Su abrigo era un chaquetón negro e iba a juego con sus tacones altos de charol. A mí, a diferencia de ella, me pasaba siempre una tremenda estupidez: mis conjuntos se volvían igual de deprimentes que yo cuando no eran mis mejores días.

—Hyo, ayúdame con la hebilla del demonio.—Me pidió señalando su bonito tacón que tanto le costaba abrochar.

Me agaché a sus pies quitándome los guantes azules que llevaba puestos y comencé a maniobrar con ayuda de mis uñas. El timbre sonó de improviso haciendo que ambas diéramos un respingo del susto. Terminé de abrochar sus dos tacones rápidamente y luego me puse de pie para girar el pomo de la puerta y abrir a quién fuera que nos molestaba a esas horas de la mañana. Me sentía ridículamente diminuta al lado de mi madre, no solo porque ya de por sí me sacaba una cabeza—y con los tacones aún más—sino porque no se encontraba en el cénit de su vida y se veía muchísimo mejor que yo.

Al otro lado de la puerta estaba quién menos me esperaba: Yoongi.
Tenía los ojos hinchados debido a que se acababa de despertar—seguramente—, vestía nuestro uniforme y llevaba colgada de un hombro su mochila negra.

—Hola Yoongi—saludó mi madre dándole un abrazo que él correspondió sin ningún tipo de asco—. Me tengo que ir, y vosotros también.—Miró su reloj de muñeca y cerró la puerta obligándome a salir—. Hyo, he sido yo quién ha avisado a Yoongi, tranquila.

—¿Q-qué?—pregunté perdida.

—Sí, digamos que va a ser mis ojos en mi ausencia—dijo cerrando la puerta de nuestra casa—. Luego vais a estar en tu casa, ¿verdad, Yoongi? ¿Quinto C?

Blue | Min Yoongi; BTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora