4.- Antes de la tormenta

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Cuando Viktor no era más que un niño, sus sueños más grandes eran: obsequiarle a su madre uno de esos bonitos chales que veía en el escaparate de la tienda de ropa más elegante de todo el distrito, una botella del vino más caro a su padre, comprar un frasco grande de duraznos en conserva que pudiera comerse él solo sin preocuparse por racionarlos, uno de esos bonitos pasteles que exhibían en la panadería junto con una docena de galletas, y visitar la tienda de dulces sin que el dueño estuviera pendiente de todos sus movimientos, dejándole bien en claro que si lo sorprendía robándole aunque fuera un solo caramelo, llamaría a los agentes de la paz.

Por todos aquellos motivos, ahora que contaba con los recursos suficientes y con demasiado tiempo libre, dedicaba un par de días a visitar las tiendas del distrito y a comprar cuanta cosa le llamara la atención, hábito que preocupaba a Nikolai, quien le insistía que cuidara mejor su dinero, y que exasperaba a Yuri, quien en más de una ocasión le había preguntado, citando textualmente: "¿En dónde vas a meter tantas porquerías?".

Viktor simplemente se encogía de hombros. Sus gastos superfluos apenas y menguaban su exorbitado presupuesto y contaba con suficientes cuartos en su enorme mansión para llenar con objetos que probablemente nunca utilizaría. Y además, no todas las compras eran para él.

-¿Sabe? Ya lo pensé mejor, prefiero llevar las cerezas cubiertas de chocolate en lugar de los bombones...

La sonrisa del tendero de la dulcería se volvió el triple de forzada y un tic nervioso apareció en uno de sus parpados.

-Sí, por supuesto. Como usted diga, señor Nikiforov.

En contraste, Viktor se estaba divirtiendo de lo lindo viendo al hombre sacar y guardar cajas y servir bolsitas de dulces únicamente para que su quisquilloso cliente se arrepintiera y pidiera otra cosa. Un pago justo por todas esas veces en que lo echó al atreverse a quedarse parado más de cinco segundos fuera de la tienda, admirando los caramelos y golosinas del aparador que le eran imposible adquirir por no contar con el dinero suficiente.

-¡Oh!-exclamó Viktor, como si acabara de tener una gran revelación- ¿Y si mejor me llevo las dos y agregas tres cajas de chocolates?

Y esa era la razón por la que aquel agrio y mezquino hombrecillo se prestaba a lidiar con él. Invariablemente, Viktor gastaba una cantidad considerable con cada visita.

Luego de lo que para el tendero debieron ser un par de estresantes minutos, pagó su cuenta y salió con una bolsa repleta de golosinas, otra más de las compras del día.

Espero para alejarse lo suficiente e hizo un discreto ademán que el grupo de chiquillos que se ocultaban a la vuelta de la tienda divisaron sin ninguna dificultad, echando a correr hacia él sin ocultar su entusiasmo. Viktor esbozó una sonrisa.

-Aquí tienen-les pasó los dulces, enterneciéndose al ver cómo sus rostros se iluminaban.

Para esos niños hambrientos de la Veta, ese simple detalle representaba mucho. Seguro que algunos de ellos ni siquiera habían probado aquellas golosinas.

-Que las disfruten-deseó sinceramente y los pocos que no tenían la boca llena, se apresuraron a agradecerle.

Con su misión cumplida, se dispuso a retirarse a su siguiente destino.

-¡O-oye!

Se giró al oír una vocecita temblorosa que lo llamaba. Un niño pelirrojo de unos diez años lo contemplaba con timidez. Viktor colocó su expresión más gentil.

-Yo...-el niño apretó los puños, como para darse valor y tomó aire-¡Cuando sea mayor, quiero ser un voluntario, como Yuuri y tú!

El comentario lo dejó helado. El chiquillo, ajeno al caos que ocasionó, se apresuró a regresar con sus amigos antes que se acabaran los dulces. Pensó en el presidente Yakov Feltsman, admirando la escena y aprobándola y un intenso mareo lo invadió.

Breaking pointDonde viven las historias. Descúbrelo ahora