- ¡¡No, no lo entendéis!!- Kiana se escondió tras la pared, temerosa de que la descubrieran mientas espiaba la reunión secreta de los dioses. Pese a no poder ver lo que allí dentro acontecía, sus ojos bicolor se movían en todas direcciones, concentrados en las vitales palabras que se estaban diciendo.
- El mundo como lo conocemos llega a su fin- proclamó otra voz y, Kiana reconoció en ella a su padre-. Y, será esta noche- un jadeo escapó de los labios de todos los presentes en la sala. George Connor golpeó la mesa de alabastro con los puños, para después, señalar con el dedo la extraña luz roja que se colaba por las ventanas-. ¡Gea ha hecho esto! ¡Ha adelantado irremediablemente la muerte del Sol! Dentro de poco engullirá a la Tierra si no hacemos algo al respecto- Apolo, el dios del Sol, estaba encogido en su sillón de nubes, con el rostro oculto entre sus manos. George lo miró con intensidad, tratando de despertar en él algún tipo de respuesta. Sus ojos jamás se habían visto tan amarillos.
- ¿Y, qué propones, joven dios?- inquirió Artemisa, con aparente calma.
- ¡Podemos salvar a la raza humana!- respondió entonces Gabriella, suplicante-. ¡Si unimos nuestras fuerzas podremos transportar el planeta a una galaxia segura donde puedan vivir en paz!- el griterío de las deidades volvió a tomar la reunión y, Kiana tuvo serios problemas para comprender lo que decían.
- Llevamos milenios preocupándonos por los humanos- Atenea miró a la pareja de dioses más jóvenes, mientras acariciaba con parsimonia el blanco pelaje de su lechuza, Noctua-. Y, a cambio, no hemos recibido de ellos más que blasfemias y desprecio. ¿Por qué deberíamos salvarlos?- los demás corearon su moción a voz en grito y, George dedicó a su esposa una mirada de preocupación.
- Si no lo hacemos- el dios de la paz dio un paso adelante y, miró a Atenea, desafiante-. morirán millones de personas inocentes. Pero, entiendo que para ti sólo significaría la pérdida de algunas marionetas que manipular- la mujer se puso dorada de rabia y se incorporó en su trono de un salto.
- ¡NIÑO INSOLENTE!
- BASTA- la portentosa voz del rey de los dioses silenció a todos los presentes, que se dedicaron, en su lugar, miradas de desprecio entre ellos-. George, no me pongas esto más difícil de lo que ya es. Es hora de que los dioses se retiren a descansar de una vez- el muchacho rubio abrió la boca, atónito.
- Padre, no puedes...- Zeus alzó una mano, solemne, haciéndole callar.
- Es mi última palabra, hijo- manifestó, sin sombra de duda en sus ojos de rayos-. La reunión ha terminado, podéis retiraros- antes de que las puertas de oro se abriesen, Kiana desapareció de allí y se sentó en la cama de su habitación, con aparente inopia. Poco después, sus padres llegaron.
- Viejo demente cabeza de...- oyó la diosa, pegando de nuevo la oreja a la puerta.
- George, tranquilo, no vamos a quedarnos de brazos cruzados- su madre, la mujer a la que más quería en el mundo, hablaba con calma. Pero, Kiana advirtió un deje de ansiedad en su suave voz de sirena.
- ¡Gabriella, todavía nos queda descendencia allí abajo!- gritó el dios, tirándose de los pelos-. Y, si... ¿Y, si el tataranieto de Kyle sigue vivo? Y, si...
- Cariño...- su esposa lo envolvió en un sentido abrazo, viendo como los dolorosos recuerdos volvían a ocupar sus dañados corazones. Por mucho tiempo que pasara, las heridas seguían abiertas y, jamás sanarían-. Yo también los extraño...
- Vivieron apenas un instante, Gabriella... Un mísero parpadeo nuestro- Kiana percibió en su blanca garganta el mismo nudo que aprisionaba la de sus padres. Ella sólo había conocido a Oliver, su hermano mayor; el día en que este murió, a los noventa y siete años de edad. Toda su familia estaba en torno a él. Sus hijos, Clarette y Simon; y, sus nietos Robin, Christopher y, el pequeño Sammy. Había sido tan extraño... Jamás había visto a sus padres llorar tanto, pues cuando Kyle murió, quince años antes, ella era sólo un bebé. Y, de eso hacía casi doscientos años ya...
- Tuvieron vidas largas y felices- ahora Gabriella también lloraba, abrazando aún a su marido-. Nos dieron unos nietos maravillosos y, una esperanza.
- Nunca volveré a abrazar a mis pequeños...- se lamentó George, ocultando su bello rostro marfileño en el pecho de ella.
- Algún día...- Kiana suspiró, y apoyó la espalda en la pared, mirando hacia la gigante roja, cuya misteriosa luz se hacía cada vez más intensa y caliente. Un rayo de luz sangrante atravesó las ventanas e hizo añicos su habitación, lanzándola por los aires.
- ¡¡AHHH!! ¡¡MADRE, PADRE!!- gritó con todas sus fuerzas. Al instante, ellos estaban allí, recogiéndola en sus brazos y comprobando que nada la hubiese dañado.
- George, es el Sol...- dijo Gabriella, abrazando a su hija en actitud protectora-. Ya no hay tiempo- el dios, frunció el ceño y, se apresuró a salir de la enorme casa olímpica con las chicas. Se refugiaron en el puente de las Ninfas, donde las mortales flechas rojas del astro rey no podían dañarlos... Todavía.
- Se han ido- George Connor se pasó las manos enjoyadas por sus rubios cabellos ensortijados como cadenas de oro. Aquella luz asesina convertía sus rasgos en los de una hermosa estatua de mármol y diamante. Etérea como una brisa de aire fresco. Observaba el planeta azul desde allí, mientras los seres humanos se refugiaban a duras penas bajo tierra, a esperar lo peor. Pronto todo acabaría, si no hacían algo. Gabriella lo sabía, y él también. Se cogieron de las manos y, una suave sonrisa asomó sus labios perfectos. El Sol estaba cada vez más cerca.
- ¿Recuerdas nuestro primer beso?- preguntó, mirándola con sus ojos amarillos, rebosantes de ternura-. Dijiste que fuera fuerte por ti y, tú lo serías por mí- Gabriella sonrió, mientras sus lágrimas, brillantes como estrellas, le caían por las mejillas. Su final se acercaba, era una certeza, un hecho. Pero, la idea de morir no era tan dolorosa vista en los ojos del hombre al que más amaba en todo el universo-. Nunca olvides que te quiero, mi alma. Siempre te he querido y siempre lo haré. Aunque desaparezcamos, aunque nada quede de nosotros salvo un recuerdo, mi corazón habrá latido siempre por el tuyo, mi alma es tu alma, mis labios son los tuyos... Todo mi ser te pertenece...
- George, te amaré hasta que ya nada en este universo exista, hasta que las estrellas agoten su luz, hasta que nada importe salvo tus ojos, tus caricias...- respondió ella, tomando el rostro del chico entre sus manos-. Te amaré hasta que nuestro recuerdo desaparezca...- Kiana dio un paso hacia sus padres, pero George, dirigiéndole una intensa mirada, apretó su hombro con ternura y ella se vio a sí misma muy lejos de allí, cayendo del cielo, hacia la Tierra.
Antes de perder el conocimiento, oyó una última vez aquellas voces unidas.
"Sálvate, nuestra niña. Te queremos más que a nada".
George y Gabriella Connor habían puesto a salvo a su hija, ya nada más importaba. Se tomaron de las manos y, se miraron a los ojos, sin decir nada, mientras el Sol se hacía más grande y más rojo. Sus labios se juntaron, como lo habían hecho miles de veces antes, aunque esta vez, les supo más amargo. Era un beso desesperado, de amor verdadero, con sabor a lágrimas y a dolor. El mismo beso que se habían dado siglos atrás, atrapados en un barco, con la certeza de ir a morir.
Sonrieron entre lágrimas y, sin dejar de mirarse, enfocaron todo su poder hacia aquel planeta que había sido su hogar durante tantos años. A cada segundo que transcurría, sus cuerpos se iban desintegrando en pétalos de nenúfar y en nubes de tormenta. Sus manos se tocaron por última vez, una caricia tan leve como un suspiro... Te amo, te amo. Se habían ido.
La Tierra desapareció de la Vía Láctea y, no quedó de ellos más que sus almas desnudas y, el recuerdo de unos corazones que ante la adversidad, habían latido siempre y, siempre latirían a la par.
Ojos de oro y de mar... ¿Se volverían quizás a encontrar?
FIN.
22 de Octubre de 2015- 31 de Diciembre de 2017.
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Los Hijos de los Elegidos
Fantezie[LIBRO TRES DE LA PROFECÍA] Al verdadero George Connor. Gabriella está entre la espada y la pared. Siente que, aunque no puede perdonar lo que George le hizo, tampoco puede ser feliz si él no está a su lado. Han pasado ya cinco años desde la catástr...