CAPÍTULO 8: HALEY ENCUENTRA A TOMÁS LOCKER

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Al hallarse solo, después de la marcha de los negros, Haley contempló de nuevo las aguas del río, que iban cada vez más revueltas y crecidas, y comprendió que aquella noche ya no podía hacer nada. Regresó, de pésimo humor, a la posada. Pidió una habitación y se encerró en ella para meditar, mientras le preparaban la cena.

De repente llegó a sus oídos la fuerte voz de un hombre que, al parecer, acababa de llegar.

“ ¡Que el diablo me lleve si ésa no es la voz de Tomás Locker! -pensó lleno de alegría -. Llega como llovido del cielo. ” Y salió para comprobar si no se había equivocado.

De pie, junto al mostrador, había un hombre muy alto, fornido y ancho de espaldas. Su cara era repulsiva y reflejaba sus malos instintos. A su lado estaba otro hombre, al parecer compañero suyo, pero muy diferente en su aspecto físico. Era bajo y muy delgado, con ademanes ágiles y suaves. Sus ojitos vivarachos y su nariz puntiaguda denotaban a un hombre muy observador y sagaz. Ambos estaban bebiendo.

- ¡Pero si es Tomás Locker! -dijo Haley, al tiempo que tendía la mano al hombre -. ¡Cuanto me alegro de verte!

- ¡Diablo! -fue la contestación -.¿Qué haces aquí, Haley?

- Estoy en un momento de apuro y tienes que ayudarme. ¿Este señor es compañero tuyo?

- Sí. Es Marks, mi socio -respondió Locker, presentándolos -. Éste es Haley, mi compañero en Natchez.

- Tanto gusto -dijo el hombrecillo, que tendió su mano a Haley mientras lo miraba con curiosidad.

- Entonces pasemos a mi cuarto, donde podemos hablar con libertad -propuso Haley -. Posadero, traiga una buena cena para los tres y abundante bebida.

Se sentaron en torno de la mesa y Haley comenzó a contarles su aventura de aquel día y la pérdida del negrito.

- Los chicos siempre ocasionan disgustos -terminó, con mal humor, Haley.

- Si consiguiéramos una raza de mujeres que no quisieran a los hijos, el mundo sería nuestro -opinó Locker con grandes risotadas.

- Es verdad -respondió Haley -. Yo nunca he podido comprenderlo. Los endiablados chicos les dan mucho trabajo a las madres, así que lo natural sería que ellas estuvieran deseando quitárselos de encima. Pues no, señor. Les haces el favor de venderlos dejándolas libres de cuidados y se ponen como locas.

- ¡Bah! -intervino Tomás Locker -. ¡Dándoles una buena paliza se les acaba el amor maternal!

- ¡ Tú eres demasiado bruto, Tomás! -le aseguró Haley.

- Bueno, no vayan a discutir por tonterías -terció Marks -. Usted quiere que nosotros atrapemos a la muchacha, ¿no es eso?

- La muchacha no me interesa, porque es de Shelby. El que es mío y quiero recuperar es el hijo.

- Bien. Y ella, ¿cómo es?

- Muy fina. Blanca, linda, muy bien educada. Si Shelby no fuera tonto y la vendiera le darían por lo menos mil dólares por ella.

- ¿Conque es tan buena mercancía? -preguntó Marks -. ¡Ahí tenemos un excelente negocio, Tomás!

- ¿Sí? -interrogó éste, que era bastante torpe.

- ¡Por supuesto! La alcanzamos, le damos el chico al señor Haley, y a ella la llevamos a Nueva Orleans y la vendemos.

- Bien pensado -aseguró Locker.

- Bueno, y a mí, por haberla descubierto, me darán algo de participación en el negocio -insinuó Haley.

- ¡De ninguna manera! -gritó Locker, dando un puñetazo sobre la mesa -. Al contrario. Si quieres al chico tienes que darnos cincuenta dólares, contantes y sonantes, por los riesgos y molestias que pasaremos por capturarlo.

- Me parece que abusas.

- Pues renuncia al negrito. Nos quedamos con la madre y con el hijo.

- Esta bien -consintió Haley de mala gana -. Te los daré. ¿Y cuándo tendré al muchacho?

- Dentro de una semana estará en casa de la tía Belcher, en Cincinnati.

- Conforme.

- Y ahora, Marks, a prepararnos, ya que debemos cruzar el río esta misma noche -dijo Tomás.

- No podrán.

- Sí -aseguró Marks -. He oído decir a la posadera que hay un hombre que va a cruzarlo esta noche. Él nos llevará.

- ¿Tienen buenos perros para seguir el rastro? -quiso saber Haley.

- ¡De primera clase! ¿Pero tienes algún objeto de la mulata para darle a oler?

- Sí. Al huir se dejó el chal y el sombrero.

- ¡Menos mal! -dijo Locker -. Dámelos.

- Lo malo es que los perros la pueden despedazar -les advirtió Haley.

- Sí, hace poco nos descuidamos y destrozaron a un hombre.

- Pues a una muchacha que vale tanto no convendría que la estropeasen.

- Es cierto. ¡En fin, ya veremos cómo nos la arreglamos!

- Bueno, Marks, vamos a ver a ese hombre que puede transportarnos. Adiós, Haley. Vengan los cincuenta dólares.

Haley se los entregó con gesto malhumorado, y los tres compinches se despidieron.

Entretanto, Sam y Andrés habían llegado a casa de sus amos. En cuanto sintió las pisadas de los caballos, la señora Shelby se asomó corriendo a la terraza.

- ¡Hola, Sam! ¿Qué ha pasado?

- Dejamos al señor Haley en una posada, pues estaba muy fatigado, señora.

- ¿Y Elisa?

- Puedo asegurarle que ha cruzado el Jordán. Creo que ya se encuentra a salvo.

- ¿Es posible?

- Sí, señora. Con estos ojos la vi cruzar el río, saltando por encima de los bloques de hielo. ¡Fue maravilloso! Parecía que la llevaban los ángeles.

En ese momento apareció el señor Shelby, que dijo:

- Sam, entra a contárselo todo a la señora. Querida -añadió, dirigiéndose a ella -, estás temblando. No debes tomar así las cosas.

- ¿Qué quieres? ¿Que sea indiferente? ¿No soy también madre? ¿Y no somos responsables de la suerte de la pobre Elisa?

Sam contó, con profusión de detalles, la emocionante huida de Elisa. Y la señora quedó más tranquila al saber que no había caído en poder del tratante.

Aquella noche, en la cocina, Sam, el héroe del día, volvió a contar a los demás esclavos la hazaña de su compañera, adornándola con todo lo que se le ocurrió a su fantasía.

La Cabaña del Tío Tom (Harriet Beecher Stowe)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora