CAPÍTULO 7: LOS SUFRIMIENTOS DE LA MADRE

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Cuando Elisa salió de la cabaña de Tom para emprender la huida, su corazón estaba oprimido por la pena y el temor. Los sufrimientos de su marido, el peligro que amenazaba a su hijito, el tener que abandonar el único hogar que había conocido y donde tan bien se habían portado con ella, eran motivos más que suficientes para llenarla de tristeza y angustia.

Pero su amor maternal era más fuerte que todo, y con su hijo en los brazos se sentía con ánimo para soportar penurias y peligros.

Acompañando a su señora había ido muchas veces hasta el pueblo de T., muy cerca del río Ohio, y por eso conocía bien el camino. Cruzar el río y dejar atrás todo aquello era su preocupación fija. Así conseguiría estar a salvo, si la perseguían, como era lo probable. Después ya sabía que sólo podía contar con Dios como único amparo.

Cuando comenzó el día empezaron a encontrar personas y carruajes que iban y venían por la carretera. Aunque el color de Elisa era moreno muy claro, lo mismo que el de su hijo, y era preciso fijarse en ellos con detenimiento para apreciar que eran de raza negra, ella tuvo miedo de que lo agitado de su marcha hiciera sospechar a alguien que era una esclava fugitiva. Y como, en ese caso, cualquiera tenía autoridad para detenerla y conducirla a casa de sus amos, tomó sus precauciones para pasar inadvertida.

Bajó a su hijo al suelo y lo hizo ir caminando de su mano, ya que Harry tenía edad de sobra para ello, y aminoró un poco la velocidad de su paso, aunque siguió caminando rápidamente. Para entretener al chico y hacerlo correr por el camino, Elisa tomaba una manzana de las que había metido en el envoltorio antes de salir de la casa, la tiraba al suelo, haciéndola rodar, y mandaba al pequeño que la persiguiera y la recogiera.

Afortunadamente, ya se encontraban bastante lejos de los lugares donde la conocían.

“ Además -pensaba-, si llego a tropezar con algún conocido, como todo el mundo sabe cuánto me quería mi señora, nadie sospechará que voy huyendo. ”

Tranquilizada por estos pensamientos, y como el niño tenía hambre, se detuvo en una granja del camino para descansar un rato y comprar algo de comer. Reconfortada por el descanso y la comida emprendió de nuevo la marcha, y antes de ponerse el sol se hallaba en el pueblo de T.

Llegó fatigadísima, pero con el ánimo muy entero y el corazón lleno de esperanza.

Era el final del invierno y el río Ohio venía muy crecido. En su corriente flotaban grandes trozos de hielo.

Cuando vio el aspecto del río, Elisa se preocupó, porque comprendió que la barca que se dedicaba al transporte de pasajeros de una orilla a otra no podría circular. Para cerciorarse se dirigió a una posada que estaba allí cerca.

La posadera, que se hallaba preparando la cena, le preguntó que deseaba.

- ¿Sabe si hay alguna barca que pueda llevarme a B.? - preguntó Elisa.

- ¡Ninguna! Con este tiempo no se arriesga nadie -le respondió la mujer.

Ante estas palabras, Elisa puso tal gesto de desaliento, que la posadera le preguntó a su vez:

- ¿Tiene que cruzar el río con urgencia? ¿Es a causa de algún enfermo?

- Sí, señora -respondió Elisa, mintiendo para evitar sospechas -. Me han avisado que mi otro hijo, que se encuentra en B., está enfermito. Me he dado una gran caminata para poder llegar a curarlo. El pobrecito está grave.

- ¡Que lástima! -exclamó la buena mujer -. Espere un momento. - Y dirigiéndose a su marido, que estaba en la pieza contigua, le preguntó: - Oye, Salomón, ¿cruzará el río el hombre de los barriles?

La Cabaña del Tío Tom (Harriet Beecher Stowe)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora