»siete.

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Florencia solo tenía siete años cuando conoció a la persona que le cambió la vida para siempre, solo que ella no lo sabía en aquel entonces.

Era una tarde calurosa de verano. El sol, fuerte y cegador, iluminaba cada rincón del jardín que se encontraba en la entrada de la casa de la familia "Estrella". Los pájaros cantaban alegremente, y las flores se movían al ritmo de la brisa, lo cual ayudaba a concluir con la sensación de estar atrapado dentro de una película. Todo parecía muy perfecto para ser real, y es que así lo era.

Cada uno de los integrantes de la familia Estrella había pasado horas preparándose para aquella reunión con sus nuevos vecinos, los 'Caccavella'. Sabían que, al igual que ellos, aquella familia que acababa de mudarse en frente era importante, y de mucho dinero. Mario y Teresa Estrella sabían que podrían y que les convendría generar una alianza de negocios entre 'Frigoríficos Caccavella' y su prestigioso hotel. Es por esa razón que aquella tarde todos se encontraban parados en el jardín de la casa de sus nuevos vecinos, vistiendo su mejor ropa, y mostrando su sonrisa más brillante. Realmente creaban y proyectaban al exterior la imagen de una familia feliz y perfecta, pero desde luego, la imagen era falsa, y aquella estaba lejos de poder ser considerada una familia en lo absoluto.

Mario y Teresa fueron los primeros en hablar y romper el hielo. Se presentaron a ellos mismos, y luego a sus cinco hijas, comenzando por la mayor, Virginia con quince años, Lucía, su segunda hija de catorce, Carla, de trece, Miranda de doce, y por último, Florencia, la menor de la cinco, con tan solo siete años. El matrimonio vecino, junto con su hijo de la misma edad que la menor de la familia Estrella, resultó encantando de conocer a gente que parecía ser tan maravillosa, pero que por supuesto, no lo era.

Aquella tarde pasó rápido, y la noche cayó casi al instante. Todos parecían estar pasándola bien, menos Florencia, quien se encontraba sentada sobre el césped, sola y completamente ansiosa por marcharse.

-¿Qué pasa, Florchu? ¿Estás aburrida?- Preguntó Miranda, sentándose junto a ella.

-No quiero volver adentro. Esos señores me miran raro, como si fuera un monstruo, ¿por qué nadie entiende que no puedo evitar hacer estos sonidos?-

-No les hagas caso Flor, son unos tontos. No sientas vergüenza de ser como sos.- Miranda la abrazó fuertemente. Sabía que su hermana a su temprana edad ya había sufrido y resistido más que cualquiera de los demás integrantes de la familia. Se sentía terrible por eso, pero también admiraba su gran fortaleza. -¿Por qué no jugás con Dani, el chiquitito?-

-Es malo, tonto y caprichoso. Me estuvo imitando toda la tarde.-

-No seas así, dale una oportunidad, seguro está nervioso y está buscando la manera de caerte bien.- Miranda se levantó del suelo, ayudando a su hermana a hacer lo mismo. -Mirá, ahí viene. Dale andá a jugar con él que yo tengo que ir a poner la mesa. Tratá de hacer amigos, Flor.-

-Pero...- Florencia quiso explicarle a su hermana que en serio no quería estar con aquel chico, pero esta ya se había marchado.

Esa misma noche, Daniel heló la sangre de Florencia por primera vez al obligarla a ver su álbum de fotos, el cual estaba casi lleno de recortes de animales muertos, y le advirtió que si se negaba a verlo, o si le contaba a alguien, la obligaría a comer pasto. Ya para ese entones, Florencia pudo darse cuenta de que aquel niño definitivamente no estaba bien, y que ya había sembrado la primer semilla de horror en ella.

Y lamentablemente, el muchacho no cambió en lo mínimo con el paso del tiempo. Por suerte no iban al mismo colegio, pero eso no quitaba el hecho de que sus padres eran mejores amigos, lo cual obligaba a Florencia a verlo en las cenas, las reuniones, los eventos del hotel y del frigorífico, y en el peor de los casos, en sus cumpleaños. En ninguna de aquellas ocasiones Dani se atrevía a perder la oportunidad de demostrar su locura, y sus amigos tampoco. Flor siempre hacía lo posible para evitar cualquier encuentro con Daniel, ya sea fingiendo enfermedades, o pretendiendo estar sumamente atareada por deberes del colegio. La mayoría de las veces funcionaba, pero desafortunadamente, no siempre podía salirse con la suya.

El miedo que le tenía a Daniel era incomparable. Se paralizaba por completo con solo escuchar su nombre, y el malestar que le generaba estar cerca de él era inexplicable, como si sintiera ganas de vomitar y huir al mismo tiempo. Y nadie lo sabía, Florencia nunca había abierto la boca. Miranda tal vez sospechaba que algo sucedía entre ellos dos, pero ya para ese entonces era una adolescente y estaba sumergida en su propio mundo.

Ya a sus once años, Florencia había presenciado todo tipo de atrocidades que nunca en su vida hubiera querido ver. Como por ejemplo, en el cumpleaños número nueve de Daniel, al cual Florencia había asistido obligada. Él y sus amigos la hicieron observar como le aplastaban la cabeza a una paloma con una piedra. O a sus doce años, cuando el mismo grupo de chicos le regaló para su cumpleaños un corazón de vaca robado del frigorífico, en pleno estado de biscosidad y sangre.

Pero la verdadera tortura para Florencia comenzó a sus trece años. Su hermana Miranda, la que siempre la apoyaba en todo y con la que siempre hacía todo tipo de locuras, se había mudado con sus demás hermanas por cuestión de estudios, dejando a Florencia sola con sus padres en la casa. Ya había comenzado la secundaria, la cual Flor definía como un infierno viviente, un constante sufrimiento, y no tener a Miranda cerca realmente la afectaba. Pero eso no era todo.

A sus trece años, Daniel la besó por primera vez. Fue en uno de sus cumpleaños. Todos los amigos y compañeros de Daniel los habían encerrado en un círculo, expresando a los gritos su deseo de que aquellos dos se besaran. Florencia intentó resistirse de todas las formas posibles, pero él era más fuerte, y contaba con sus amigos que lo apoyaban. Muy pocas veces se había sentido tan asqueada como aquel día. Y situaciones de ese tipo no pararon de repetirse. Daniel cada vez que se encontraba con Florencia a solas la empujaba contra una pared e imposibilitándole cualquier tipo de movimiento, la besaba, y la mayoría de las veces la tocaba en partes en las que ella no quería ser tocada, sin importarle las lágrimas, o hasta los empujones y golpes que la pobre chica le daba para que este se separara de ella. Realmente lo aborrecía.

No había noche en la que Florencia no llorara, ya sea por odio, por bronca o por miedo. La mayoría de las veces las tres opciones juntas. Todo generado por Daniel, y por su negligente familia. Nunca supo entender cómo todo su alrededor podía ser tan ciego, como nunca nadie a su alrededor hacía algo por ella. Simplemente le parecía imposible que ella fuera la única persona que pensara que aquel hombre estaba totalmente desquisiado. Tampoco podía entender como a Miranda o cualquiera de sus hermanas les resultaba tan difícil entender su triste y desesperada mirada en busca de auxilio y libertad.

Su odio hacia Daniel Caccavella nunca paró de existir, y nunca dejaría de hacerlo. Y al verlo en la entrada del hotel, con las valijas en mano, reafirmó todo lo poco, pero a la vez mucho que sentía por él, al mismo tiempo que procuraba no dejar que todo el esfuerzo que había hecho durante años para superarlo, se fuera directamente a la basura. Pero aquello, desde luego, le resultó imposible.

Por suerte, la chica que Florencia menos esperaba, pero que ya parecía comenzar a hacerse presente de alguna manera en su vida, estaría allí para ayudarla como nadie había hecho en su vida.

Gateway Drug. || FLOZMÍN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora