»dieciséis.

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Podés esconderte de mí Flor, pero no podés escapar!- La voz de Daniel resonó por todo el enorme jardín, provocando una gran aceleración en el corazón de Florencia. -¡Te voy a encontrar!

La noche ya había caído, y todo a su alrededor se encontraba completamente oscuro. El frío recorría todo su cuerpo, congelando su nariz y sus orejas, y por una fracción de segundo deseó nunca haber asistido al cumpleaños de Daniel. Deseó haber fingido una fiebre mortal, por más difícil que le fuera hacerlo. De haberlo hecho, todo sería distinto.

Florencia estaba escondida detrás de un grueso árbol, y su mano apretaba fuertemente su boca para evitar que el más mínimo y suave sonido se escapara de esta. No podía revelar su posición. Simplemente no podía. No cuando Daniel, y el resto de los niños que habían asistido a su fiesta de cumpleaños la buscaban por todo el lugar.

El miedo corría por sus venas, y dudó seriamente si no se largaría a llorar. Odiaba jugar a las escondidas con Daniel. El siempre llevaba todo al extremo, lo detestaba.

Era un fácil y sencillo juego, y ella lo sabía. Pero nada era simple si Daniel estaba en ello. Cuando aquella niña rubia con lazos de colores en su cabello propuso jugar a las escondidas, y luego todos los demás niños gritaron con entusiasmo, dejando bien claro que querían jugar, Florencia supo que su fin había llegado, que Daniel no dejaría que disfrutara el simple juego en paz.

El juego siempre era modificado en contra de Florencia, quien no tenía la más remota culpa de no agradarle a los demás niños. Siempre era ella la que debía esconderse, y siempre era ella la que debía cumplir una prenda, un precio a pagar al ser encontrada. Y siempre el encargado de elegir el castigo y asegurarse que se cumpliera era nada más ni nada menos que el mismísimo Daniel Caccavella.

Un año tuvo que aguantar con la cabeza sumergida bajo el agua durante un minuto completo. Otro año tuvo que subirse a la copa del árbol más alto que había, y saltar, lo cual le provocó una seria lesión en el tobillo que por milagro no requirió una cirugía, y se ganó un fuerte regaño por parte de sus padres al llegar a casa. Y con el paso del tiempo las prendas solo empeoraban, y ellos seguían riéndose de la misma manera.

Pero a sus trece años, Florencia se negaba profundamente a tener que darle un beso a Daniel.

Su corazón latía tan fuerte que por un segundo creyó que sería el culpable de delatarla. Sus piernas y sus brazos temblaban, y los nervios le imposibilitaban pensar claramente. Solo debía correr hacia la flor amarilla, y así podría librarse y ganar. Era simple. Pero al girar detenidamente su cabeza, tratando de evitar emitir cualquier tipo de ruido, vió a un niño parado, haciendo guardia exactamente en el lugar que sería la meta. Por supuesto, no la dejarían ganar. Tendría que haberlo sabido.

Deseó con todas sus fuerzas que la tierra se abriera y la tragara, o que simplemente la madre de Daniel apareciera, indicándole a los niños que entraran porque ya estaba muy oscuro afuera. Pero de nuevo, Florencia no podía ser más ilusa.

Estaba sola. Nadie la ayudaría a librarse, nadie la ayudaría a escapar, nadie guardaría silencio de su ubicación secreta. Simplemente sería otro año de humillación para agregar a la larga lista.

Pero una chispa de esperanza iluminó su ser al ver que una niña pequeña desde la ventana de la casa le indicaba con su dedo el camino más fácil hacia la llegada. Un camino que ella no había notado, y que definitivamente la llevaría a la gloria sin siquiera ser notada por los demás niños. Le sonrió amablemente, al parecer había un ser humano en aquel terreno que tenía un poco de compasión por ella.

Gateway Drug. || FLOZMÍN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora