Te conozco, Tony

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—Bien—Tony levantó su dedo índice para darle énfasis a sus palabras—. ¿Eres mi novio?

En el asiento a su lado, Steve asintió tranquilamente.

—¿Y te trajo Santa hasta mi casa?

Steve volvió a asentir.

Tony volteo a verlo. Le dolían los ojos cada vez que lo miraba. El chico siempre le sonreía suave y cálidamente cuando lo hacía; y al sonreír, su mirada se iluminaba, todo su rostro parecía tener luz propia; se veía más guapo de lo que Tony podía soportar. Él había pedido un tipo guapo, pero eso rayaba la exageración. Sin embargo, no se estaba quejando.

Se encendió una luz. Era el momento se ponerse los cinturones de seguridad y escuchar las indicaciones de emergencia. Tony no puso atención a la sobrecargo, seguía intentado asimilar lo que había pasado esa mañana, apenas unas horas atrás.

Después de besarlo y desearle feliz Navidad, Steve se apartó un poco de él. Tony lo miró de hito en hito, con el corazón dándole un vuelco. Había sobrevivido a ese pequeño beso, pero no estaba muy seguro de continuar en pie. Una vocecita en el fondo de su mente se preguntó, por qué le afectaba tanto un hombre que apenas había conocido. Un hombre del que no sabía nada, excepto su nombre. Una voz más grande le decía que los milagros de Navidad no existen, y que ese de ahí podía ser un ladrón, un secuestrador, un algo... menos un regalo de Santa. Pero, al mismo tiempo, se contestaba que era imposible que alguien, a aparte de Santa y los babosos de sus amigos, supiera de su deseo.

—Debe ser una broma—repitió y giró sobre sus talones, para buscar su teléfono y llamar uno a uno a los idiotas de sus amigos.

Primero llamó a Rhodey, quien aún estaba dormido y le contestó con un vago: "no me jodas tan temprano". Bruce le dijo que no tenía idea de lo que le estaba hablando. Pepper le preguntó si no había fumado algo raro durante Nochebuena. Y Natasha, bueno, ni siquiera contestó ella; una voz masculina le dijo que la señorita aún estaba durmiendo. Ese debió haber sido el tal James. Sólo le faltaba alguien a quién preguntarle: el Santa Claus del centro comercial.

Buscó sus llaves, dispuesto a ir al centro comercial; pero antes de que pudiera siquiera acercarse a la puerta, sintió el agarre suave de la mano de Steve en su brazo.

—¿Qué...?

—Lo perderemos—dijo el rubio enseñándole los boletos de avión.

Permíteme recalcar: LOS boletos de avión. Tony abrió los ojos como plato y le arrebató los pasajes. Hasta la noche anterior, él tenía UN boleto, no dos.

—¿Qué carajos...?

¿También Santa había arreglado eso? ¿Qué más?

—Tenemos que irnos—Steve le habló con familiaridad, al tiempo que, de debajo del árbol, sacaba una maleta no muy grande. Estaba listo para marcharse—. ¿Te ayudo con tus maletas?

Tony lo miró con la boca abierta, incapaz de articular pensamiento. ¡¿Qué demonios estaba pasando?! Steve pasó una mano por enfrente de su cara y le sonrió ligeramente divertido.

—¿Tony? Si no nos vamos ahora, perderemos el avión—repitió— Vamos, te ayudo con las maletas.

Era un tipo fuerte, pudo bajar las maletas de Tony sin problemas, y regresar por él, que seguía paralizado en medio de su sala, sujetando entre las manos los boletos de avión.

—Tu abrigo, Tony— Steve le puso la prenda en los hombros—, hace frío allá afuera.

Tony le observó, él también se ponía un abrigo, sabe Dios de dónde lo había sacado. Era casi una cosa de magia. Cuando Steve se abotonó el abrigo, le miró con cierta impaciencia.

Un Amor para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora