Ayúdame, Steve

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El beso se prolongó hasta que ambos necesitaron apartarse para respirar decentemente. Tony sonrió, incluso, antes de abrir los ojos. Y cuando lo hizo, se dio cuenta de una cosa más.

—¡Te afeitaste!—exclamó al tiempo que pasaba sus incrédulos dedos por el mentón limpio de su novio. No sabía si ponerse a llorar y aceptar que con o sin barba se veía de infarto.

—Ah, sí—Steve, aparentemente, no se dio cuenta de la turbación del otro—. Tuve que...

—¿Tuviste que...?—Tony le giró el rostro, toda la barba se había ido, pero había algo más en su lugar—. ¿Qué te pasó en la mejilla?

Justo en el pómulo izquierdo Steve tenía un corte cuyos bordes eran espantosamente rojizos.

—Ah, esto—Steve se tocó la herida con la punta de los dedos—. No es nada.

—¿Cómo qué no es nada? ¡Está rojo!

—Pero no es sangre.

—¿Qué tienes en la cabeza?—Tony lo miró frunciendo el ceño con una mezcla de preocupación y enojo—. Ni siquiera te curaste.

—Pero es...

Tony no le dio la oportunidad de hablar, tiró de él y lo metió al departamento. Si una cosa habría de aprender Steve en ese momento, era que el tamaño no importa, cuando se tiene don de mando.

—Siéntate ahí—ordenó Tony y lo hizo sentarse en el sofá.

—Tony, de verdad que....

—Quédate ahí.

El castaño salió disparado y se perdió en el baño. Un minuto después, estaba de vuelta con el botiquín entre las manos. Se trepó al sofá y limpió, desinfecto, y cubrió con una bandita el corte en la mejilla de Steve.

—¿Cómo te paso esto?

—Una misión.

—¿Fuiste a una misión y no me dijiste nada?

—No me dio tiempo, y no quería preocuparte

Tony apretó los labios y pinchó la herida de Steve sobre la bandita, con saña. —¿Y cómo crees que estuve esperando a que me llamaras?

—¡Auch!—se quejó Steve y se sobó la mejilla, pero un segundo después, sonrió, haciendo enrojecer con ello a Tony—. ¿Me extrañaste?

Tony cerró el botiquín con fuerza, y se puso de pie con ánimo de escapar. Pero Steve lo abrazó por la espalda y lo regresó al sofá.

—También te extrañé—le murmuró al oído—. Lo siento, fue muy rápido.

—Ni tanto, si te dio tiempo de afeitarte.

Steve rió. —Es parte del reglamento. Sólo cuando estoy de vacaciones dejo que crezca mi barba.

Tony gruñó, pero se relajó entre los brazos que lo sostenían.

—Definitivamente tengo que hacer algo para fuerzas especiales—dijo—. No quiero que arruinen tu guapura.

Steve rió y le soltó para que, Tony, pudiera dejar el botiquín a un lado.

—Así que, sí llegó la pizza—Steve se inclinó y levantó la tapa de la caja de cartón para husmear el interior.

—¿Fuiste tú?—Preguntó, Tony—. ¿También las cervezas?

Steve asintió. Tony sonrió.

—¿Qué planeas, capitán?

—¿Una tranquila tarde de pizza, cerveza y películas?

Un Amor para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora