Juntos, Tony

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Tony despertó cuando una mano errante se deslizó por debajo de su playera, sintió un tacto tibio acariciarle la piel y, casi al mismo tiempo, a un beso en el cuello que le provocó un estremecimiento. A ese beso le siguió una suave mordida al lóbulo de su oreja, y una sonrisa se dibujó en su rostro. Aún se negaba a abrir los ojos, sabía que era temprano, más temprano de lo usual, porque hacía un frío característico de una mañana que apenas comienza. Pero cuando Steve volvió a besarle el cuello y su mano se deslizó muy discretamente hasta el resorte de su pantalón, no le quedó de otra que dar señales de vida.

—Steve—murmuró.

—¿Mmh?—escuchó la vaga respuesta y sintió a un par de dedos iniciando travesuras por debajo de la tela de su pantalón.

—¿Qué hace tu mano ahí?

Steve rió, pero no detuvo ninguna de sus acciones.

—Espera—Tony se removió en la cama, se giró hasta quedar de frente al rubio y obligarlo a retirar su toque—, conozco ese movimiento.

—¿Movimiento?

—Como cuando juegas ajedrez... estás moviendo tus piezas, ¿verdad?

Steve le miró con cara de inocente, la cara más falsa que Tony hubiera visto en su vida, pero contra la que no pudo evitar reír.

—Tú también—dijo el rubio.

Y Tony no tardó en entender a qué se refería. Al girarse hacia él, le había dado todo el acceso a la otra mitad de su cuerpo. Evidentemente, volvió a sentir las manos de Steve, pero, esta vez, cubriendo su trasero al tiempo que empujaba su cadera contra la suya. Tony tragó saliva mirando esos ojos en los que veía su inevitable derrota. Sacó un brazo de las mantas y le rodeó el cuello buscando su cercanía, mientras enganchaba una de sus piernas a la cadera de Steve.

—Creo que erré el movimiento—dijo sonriendo.

—Jaque mate—murmuró Steve, antes de besarlo.

***

Una hora después, Tony disfrutaba de una taza de café, mientras veía tras la ventana.

—Nevó—anunció.

A su espalda, Steve terminaba de colocarse la chaqueta. Se acercó a la ventana y observó junto con Tony, por unos breves instantes, el blanco que cubría la calle y los alfeizares de las ventanas.

—Me voy—dijo—, te veo en un par de horas.

—Está bien— Tony despegó la vista de la nieve—. Oye, ¿tienes equipo para esquiar? Si no tienes, puedo comprarte uno. No te he regalado nada para Navidad.

—No es necesario, Tony, tengo uno. Y un regalo no recibe regalos—sonrió, pero Tony torció la boca no muy convencido

—No olvides nada—dijo en cambio.

—No.

—No tardes.

—No.

—Y ve con cuidado.

Steve se detuvo a la mitad del camino hacia la puerta.

—Pareces una esposa—bromeó e hizo enrojecer a Tony.

—Cállate, que por tu culpa me duele de nuevo la espalda.

—Lo siento, Tony.

—No, no lo sientes—Tony sonrió, lo cierto era que él tampoco lo lamentaba realmente—. Vete ya, me distraes. No terminaré mi maleta a este paso.

Un Amor para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora