Extra II. Una familia para Navidad

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Tres años después de la boda.

24 de Diciembre

—Steve

Tony se giró en su asiento, hasta entonces, había estado viendo la luna por detrás del cristal de la ventanilla. Steve, tras el volante, le miró brevemente cuando lo llamó y con ello le indicó que lo estaba escuchando.

—Estoy nervioso—confesó el castaño.

—Yo también—le aseguró Steve. Y era así, desde hace un par de días, cuando recibieron la llamada, hasta ese momento no había dejado de sentir que tenía un vacío en el estómago producto de la ansiedad.

—¿Y si cambian de opinión?—Tony estrujó el cinturón de seguridad con ambas manos.

—No pienses en eso. No tiene por qué pasar.

Tony asintió y volvió a mirar por un instante tras la ventanilla. Sabía que nada podía fallar, ya no. Pero aun así...

—¿Por qué no duermes un poco?—sugirió el rubio, tal vez así, alcanzaría un poco de calma.

Tony pareció pensarlo un poco, pero, luego, tiró del cinturón para darse espacio y apoyar la cabeza en el hombro de Steve

—Oye...

—¿Mmh?

—Cuéntamelo de nuevo.

Steve sonrió. Era como la cuarta o quinta vez que lo contaba, pero Tony no parecía cansarse de ello, se lo pedía cada vez que no podía dormir o se sentía, como en ese momento, inseguro e inquieto.

Y una vez más, Steve, recordó las vísperas navideñas de hace cinco años.

***

Esa mañana, que no parecía tener nada de especial, Steve recibió una petición. Bucky lo llamó muy temprano pidiéndole que lo sustituyera o más bien, que lo salvara de un ridículo, que él mismo denominó como "el mayor de todos los tiempos".

—¿Y quieres que yo lo sufra?—contestó Steve, con el teléfono sujeto por su hombro contra su oreja.

Había vuelto de correr, se había duchado y, con la toalla en la cintura, se preparaba el desayuno, antes de disfrutar de su único día de descanso del mes.

Bucky, del otro lado de la línea, suspiró.

Es que a ti se te dan más esas cosas... me refiero a ser amable. Sabes cuan desesperantes son los niños para mí.

Steve frunció el ceño y apagó el fuego de la estufa para poder sujetar correctamente el teléfono.

—¿Qué es exactamente lo que quieres que haga?

Que seas Santa Claus—murmuró Bucky—. Vamos, Steve, si vas, mamá te cocinará tu platillo favorito.

Steve entendió de qué trataba el asunto. No preguntó por qué necesitaban un Santa, ni siquiera en dónde, todo estaba inferido de inmediato. Bucky le suplicó un poco más, alegando que, además, vería a su novia esa tarde y no había terminado de escribir los reportes que su jefe, Fury, le había pedido.

Deberías escribirlos tú—le reclamó su amigo, mano derecha y segundo al mando.

Steve rió por lo bajo. —Es tu turno, Bucky, no seas holgazán.

Tú no seas holgazán y hazme ese favor; tienes el maldito día libre. Y no quiero ir yo; ningún niño se parara ahí en cuanto vean.

—Está bien.

Un Amor para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora