2. Curiosidad

39 5 0
                                    

2

Caminaba temerosa por los pasillos. Todo estaba oscuro, solo había una luz proveniente de un lugar más adelante. Llegó a lo que al parecer era la recepción. Tocó la diminuta campanilla de la entrada esperando que alguien atendiera su llamado. Por lógica realmente no esperaba respuesta concreta, pero nada perdía con intentarlo. Tal como esperaba, nadie respondió. A la lejanía escuchó unas voces, acompañadas de risas burlonas y un tintinar molestoso.

Cautelosa, recorrió los pasillos en busca de la fuente de ese curioso sonido. Las voces se escuchaban tan lejanas pero momentos antes pudo identificarlas como dos hombres de no más de 30 años discutiendo ferozmente sobre algo.

- ¡Debemos hacerlo, es el proyecto de nuestras vidas! -alguien grito eufórico.

- ¡Ella es la última humana, tiene sentimientos! No podemos simplemente manipularla como si de una vieja muñeca se tratase -el otro hombre discutió.

Confusa, se acercó más para alcanzar a divisar a los hombres de la discusió entre la penumbra. Una explosión arrasó con todo el lugar y ella salió disparada hacía una de las habitaciones que se encontraba al lado.

Una albina caminaba perdidamente sobre la maleza del solitario parque. Usaba un vestido completamente negro como la noche. Su cabello azabache alborotado, se movía al ritmo del viento. Descalza, delicadamente acariciaba la maleza creciente ya por el paso de los cientos de años.

-Llegó la hora -susurró para sí misma. Alzo la vista hacia el viejo edificio derrumbado.

Adolorida, la rubia despertó inmóvil debajo de una camilla, un líquido espeso color carmesí recorría gran parte de su rostro. Movió lentamente su frágil cuerpo y salió de la camilla. Contemplo la que antes fue una vieja y arruinada habitación de hospital, su cabello dorado aún húmedo en sangre, comenzó a agitanarse al paso del viento. Se encontraba afuera entre los escombros del viejo edificio.

La joven albina se acercó con el semblante de frialdad, sin parar de mirarla, le tendió su mano en señal de ayuda. La observaba con total desinterés. Por el momento de confusión, la rubia tendió su mano y al hacer tacto con ella se percato de que estaba fría cual hielo en la Antártida.

Caminaban entre una vieja arboleda. En un incómodo silencio.

-Mi nombre es Octavia T-1000, yo soy tú otra yo -dijo al interponerse en el camino de la rubia-. Ha llegado el momento de que despertaras. Ha pasado tiempo, Yelina.

Falsos Recuerdos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora