La gente murmuraba, algunos conformes, otros aterrados de mostrar su desaprobación y uno que otro valiente llegaba a gritar pidiendo indulgencia ante la injusticia que se llevaría acabo, sin embargo el maquiavélico rey con su sola presencia los hizo callar.
-¡Pueblo de Camelot!- grito- estamos aquí para castigar la peor de las traiciones.
Los caballeros salieron arrastrando a una mujer de cabellos canos y hundidas arrugas que le adornaban el rostro denotando su avanzada edad, tenía una mirada fiera, llena de enfado y temor.
-Esta mujer a tenido la osadía de practicar hechicería y según las leyes de Camelot esto debe ser penado con la muerte- Uther hizo un ademán con la mano indicando a sus caballeros que ataran a la condenada en dónde sería posteriormente quemada- la magia corrompe.
Los ojos de la mujer recorrieron cada rostro en aquella plaza, llegando a la conclusión de que había demasiadas muecas mostrando disgusto y miedo, miro al balcón en dónde se encontraba el cruel monarca, junto a él un joven de cabellos dorados miraba indiferente hacia la nada, llevaba una cota de malla y una capa roja con el estandarte Pendragon resaltando en dorado, cayó en cuenta de que era el príncipe heredero, una gran indignación se apoderó de la mujer, no sólo sería ejecutada frente a cientos de ojos extraños y lastimeras palabras, sino que ello ni siquiera tenía el mínimo impacto para el futuro gobernante, aquel que varios usuarios de la magia tomaban como una salvación se estaba corrompiendo.
-¡Tú!- le llamo colérica, el príncipe le dirigió la mirada sorprendido- serás corrupto como tu padre, por ello maldigo tu sangre y a todo aquel que le sirva- escupió con desprecio - tendrás no más que cinco inviernos para comprender la naturaleza de la maldición y romperla o esta se volverá eterna.
-¡Enciendan la hoguera ya!- bramó Uther.
Las llamas se alzaron grandes y rojas cuando uno de los caballeros de Camelot dejó caer la antorcha sobre la paja seca, por varios minutos solo sé pudieron escuchar los gimoteos de dolor y el olor a carne quemada pululaba en el lugar, nadie dijo nada más, Uther se dedicó a observar con satisfacción como las llamas consumían el objeto de su odio y el príncipe se retiró apenas el fuego se encendió estupefacto ante las palabras de la vieja hechicera.
En el castillo la tarde transcurrió con normalidad, las amenazas de la mujer no fueron más que su desesperación saliendo a flote para todos hasta que la noche cayó, en el cielo se alzaba grande y brillante la luna cuando entre gritos ahogados las sirvientas fueron desapareciendo una a una, los sirvientes se desvanecieron en un pestañeo, en la cocina los utensilios cayeron al no tener quién los sostuviera y el fuego se apagó sin alguien que lo avivará, de los establos los caballos huyeron desbocados; del rey y el príncipe no se supo nada, entre el revoloteo de gente despavorida esparcida por doquier intentando comprender que sucedía, quedaron olvidados, para la medianoche todo cesó, la calma regreso, Camelot quedo desierto.
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