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16 de octubre del 2017, lunes.

La niebla se había apoderado de Russel Bay desde primera hora de la mañana y Ángel, hundido en su abrigo vaquero forrado con borrego y bastante ojeroso, caminaba a paso rápido bajo una suave llovizna helada que a esas alturas del año solía aparecer muy a menudo. Miró hacia la carretera de reojo al darse cuenta de que un Opel Calibra, edición antigua, reducía la velocidad al llegar a su altura y se detuvo bajo la tormenta cuando vio a Mario bajar la ventanilla del copiloto.

—¿Te llevo, guapo?

El aludido rió.

—¿De dónde has sacado el coche?— preguntó mientras subía, dejaba la mochila entre los pies y cerraba la puerta.

—No, le tienes que dar fuerte— Mario se inclinó sobre el chico para agarrar la manilla y dar un portazo.

—Está hecho una mierda este coche.

—Perdona, ¿cuál tienes tú?

—Tú tampoco tienes ninguno— apuntó Rosy una vez se dignó a centrar su atención en algo que no fueran los mensajes de sus amigas—. Es de mamá, le ha dejado usarlo porque llegábamos bastante tarde.

—Y por eso adoro a tus hermanas— sonrió Ángel mientras echaba el brazo hacia atrás para que la joven le chocara los cinco. Ésta le correspondió al gesto, divertida—. Eh, Emily, ¿por qué esa cara tan larga?

Mario miró hacia ella, que se había aplastado contra el respaldo y mantenía los brazos firmemente cruzados sobre el pecho, antes de ponerse en marcha otra vez.

—Ignórala, lleva así toda la mañana.

—Macho, pobrecita. Mírala.

—La tengo muy vista.

—Eres malo.

—Coincido— habló Rosy.

—¡Te estoy llevando al insti en coche!— El hermano mayor se giró hacia ella por un segundo—. ¿Quieres que sea malo? Te hago subir lo que queda andando y sin paraguas, ¿eh?

La chica le dedicó una sonrisa zalamera antes de regresar a sus mensajes. Ángel, apoyado de costado en su asiento para poder ver tanto a las pasajeras de la parte trasera como al conductor sin demasiada dificultad, soltó una risa.

—No te impones.

—Mira, hermano, que te jodan— suspiró.

—¡Esa boca, por favor!— exclamó con lo que él veía como una perfecta interpretación de una esposa alterada—. ¡Están las niñas delante!

Mario sonrió mientras su mejor amigo regresaba la atención a la parte de atrás del coche.

—Venga, Emily, en serio, ¿qué pasa?

—No quiero ir al instituto— masculló.

—¿Por qué?

—¡No me gusta!

—Pues no te queda nada para librarte de él, ¿eh?— rió Rosy.

—No es tan malo— habló Ángel—. Sé que da pereza levantarse para venir y hacer exámenes y trabajos y deberes, pero no sé, luego te das cuenta de que merece la pena. Al final acabas echando de menos el instituto.

Emily levantó la vista hacia él.

—¿Tú echas de menos el de Boston?

—No te creas— Le dio una palmada en el hombro a Mario, que lo miró de reojo. Conocía bastante bien a su mejor amigo, ese era capaz de molestarlo hasta cuándo iba al volante sólo por cobrarse alguna venganza pendiente—. Pero sé que echaré de menos este sitio.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora