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8 de diciembre de 2017, viernes.

El Atlantis no estaba muy lleno a esas horas de la tarde, un par de fieles parroquianos ocupaban los sitios de costumbre en la barra para consumir lo que pedían cada día, como una ley autoimpuesta, mientras un gesto rompía la monotonía en la que se sumían al entrar al establecimiento: las miradas curiosas que echaban hacia los integrantes de los Lobos de la Bahía, que se entretenían preparando el escenario para el concierto. Kevin los vigilaba desde la distancia por si necesitaban ayuda o debía interponerse para detener alguna riña.

Jack y David eran los más propensos a terminar discutiendo entre ellos dos al hacer un trabajo juntos, por eso era mejor tenerlos alejados. Éste primero se ocupaba de su batería con la ayuda de Pandora mientras el segundo se encargaba del resto de instrumentos junto a Nick, Roma y John, el hijo de los propietarios que se paseaba entre el local y la cocina, donde ayudaba a su padre con las preparaciones del turno de cenas.

Ángel y Mario, la pareja restante, estaban concentrados en la tarea de organizar los altavoces para que la acústica y volumen marchara bien.

—Cable— pidió el muchacho rapado tras alargar una mano, forzando una obvia voz de cirujano y acuclillado para observar la parte trasera de los amplificadores.

Su amigo, tumbado boca abajo cerca del borde del escenario, le tendió lo que pedía mientras repetía:

—Cable.

Mario lo colocó en su lugar y observó la placa de los filamentos, pensativo.

—Creo que me falta un cable.

Su compañero se contuvo la carcajada al entender el doble sentido de la frase, aunque su amigo no reparó en ella, ya que su mirada extrañada se desvió hacia él. Ángel se apoyó sobre los codos y comprobó la tarima a sus costados.

—Pues no nos quedan más cables.

Cruzaron vistazos y encogieron los hombros a la vez.

—Entonces fingimos que ya está hecho, ¿vale?

—Por mí perfecto— Se incorporó hasta quedar sentado sobre el escenario con las piernas cruzadas y se echó las ondulaciones hacia atrás al sacar el teléfono del bolsillo de su pantalón, había vibrado.

Lo desbloqueó sin observar la pantalla, su atención había caído en Roma por un segundo. A primera vista, y obviando su delgadez a la par que algunas pequeñas heridas desperdigadas (las marcas en sus nudillos, la cicatriz en la ceja que se cerraba y abría...), se la veía bien. No parecía afectada por el asunto de Elea aunque apenas hubieran pasado diez días, parecía estar como siempre: la sonrisa torcida, sus respuestas astutas, pícaras, el brillo inequívoco de locura en sus ojos.

Está tan rota como siempre, como cuando la conocí, es solo que ahora sé que lo está.

Estiró la espalda hacia atrás con la intención de desperezarse y revisó los mensajes que le habían llegado.

Lily:
Ey! 19:47

K tal os va con lo dl concierto? 19:47

La mala mueca que hizo al leerlos animó a Mario a inclinarse en su dirección e intentar curiosear la pantalla de refilón. Entreabrió los labios con los dientes apretados en un gesto lleno de asco al ver de quién procedían.

—Le respondo yo— dijo antes de quitarle el móvil sin mayores avisos.

—¿Qué? Ni de broma— Se levantó del escenario para seguir a su amigo, que ya se estaba alejando de él a paso ligero. No quería perder su oportunidad de decirle cuatro cositas a la cara... o a la pantalla del móvil—. Mario, dámelo.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora