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28 de septiembre del 2017, jueves.

A Ángel siempre le gustó la clase de teatro donde la oportunidad de ser otra persona, aunque fuera únicamente por unos minutos, lograba alegrarlo. Durante una hora podía ser el héroe, el personaje que salvaba la situación, el amigo que cambiaba el destino de toda la trama, el joven que no era invisible. Era una sensación maravillosa, otro engranaje de la maquinaria, una reclamación a su existencia.

Aquí estoy.

Sí, esa era la sensación.

Aquí estoy, y todos lo sabéis.

Joder, era espectacular.

El profesor, Alex Britt, chaval para los maestros que le sacaban más de veinte años, profe (siempre con un deje amistoso) para todos sus alumnos, apareció por el pasillo central que se abría entre las butacas de asiento acolchado en negro, ordenadas en filas, a paso rápido y con una carpeta de cartón bajo el brazo, pues sabía que llegaba muy justo a su clase. Los halógenos que colgaban de los altos techos hicieron brillar uno de los adornos que llevaba en las rastas mientras trepaba al escenario hasta quedar sentado en el borde.

Los estudiantes permanecían aglomerados en las sillas de primera fila o desperdigados en el suelo del escenario, con las piernas cruzadas o echados hacia atrás, usando los brazos como apoyo. Todos ellos dejaron de hablar para centrarse en Alex Britt.

—Sé que he llegado un poco tarde, pero es que he estado hablando con la profesora esa que os da ¿Literatura?— dudó mientras dejaba su carpeta a un lado—. Bueno, ya sabéis: Clayton. No sé cómo podéis soportarla, realmente tenéis mérito.

Unos cuantos rieron.

—Eeeh... bien, ¿qué iba a deciros? Ah, sí: tragedia. La tragedia. El drama— sonrió. Era aquel gesto teatral el que terminó de conquistar la atención de todos los alumnos. Britt sabía cómo jugar la partida—. He ido a hablar con Clayton para confirmar que habéis estudiado la novela reina de ese género: Romeo y Julieta.

—A ti te falta alguna clase, ¿eh?— le susurró Mario a Ángel en tono burlón.

—Capullo.

—Quería saber si todos teníais más o menos una idea sólida hecha de la obra, porque vamos a interpretarla— anunció.

Una oleada de susurros recorrió a los jóvenes como si fuera energía que surcaba la instalación eléctrica de una ciudad nocturna. Se podían sentir los murmullos de emoción, pero también los de decepción, que embriagaron el ambiente hasta que al final cesaron, ahogados ante el silencio del profesor que esperaba pacientemente para volver a hablar. Entendía la repentina excitación ante la gran pregunta:

¿Quiénes darían vida a Romeo y Julieta?

—Dios, me da igual el papel que me toque, pero por favor, que no tenga que llevar medias— murmuró Jack, que llevaba colgada la insignia de "El más bajito del grupo, pero admitamos que también soy el más guapo" desde que sus amigos comenzaron a dar el estirón.

—Oh, pues creo que a mí me estilizarían las piernas— rió Mario.

Jack esbozó una leve sonrisa con la que achinó sutilmente sus ojos azules. Era cierto que tenía un encanto natural de contrastes afilados orquestados por su pelo negro y su piel pálida, coronados por su mirada marina. Además era un buen tipo, algo cabezota, pero amable y divertido. Sí, era un gran partido.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora