-Epílogo-

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El 24 de diciembre de 2017, Roma estuvo muerta durante nueve minutos y treinta y seis segundos.

El hospital dijo que estuvo clínicamente muerta, que conoció esa clase de más allá del que todavía puedes salir, ese que aún no es definitivo. A veces creo en su versión, muchas otras, dudo. Lo hago más que nada cuando hablo con mi padre sobre aquella noche, sé que él también duda. Nunca lo ha dicho a plena voz o, al menos, nunca delante de mí, pero su mirada lo delata, lo conozco demasiado bien como para no saber interpretar sus ojos. Cuando piensa en esa noche, se oscurecen.

Sé también que a veces él cree que Roma no estuvo sólo clínicamente muerta, que ocurrió algo más. Que fue aún más lejos. Pero se rehúsa a aceptarlo porque no sería muy profesional por su parte. Sí, también sé que diría algo así.

—Yo creo en la ciencia— añadiría después—. Si logró sobrevivir es porque fue muerte clínica, nada más— Serían unas palabras en las que no confiaría.

Palabras vacías.

A veces Oscar, para no seguir con ese tema, dice no recordar muy bien lo sucedido por culpa de la sorpresa y la rabia que vivió al enterarse de toda la historia, que sólo le quedaban fragmentos, pero si había algo que no olvidaría nunca, es que aquella madrugada descubrió que un malnacido como Colin fue capaz de ponerme la mano encima a mí. A su hijo. Enloquecía de tan solo recordar el moratón que causó la discordia entre nosotros, unir cabos y aceptar que me lo había hecho un adulto, un hombre que, se suponía, era padre.

Como él. Como yo ahora.

De vez en cuando tengo pesadillas con aquella noche, pero en ese extraño sueño mío pasan los segundos, los minutos, las horas... Pasan los días, pero ella no abre los ojos. Nunca más lo hace. La pierdo definitivamente y yo me despierto temblando, roto, tanto que muchas veces tengo que salir de la cama para ir de un lado al otro del pasillo, quizá tomar algo en la cocina que logre calmarme, sentarme frente al televisor del salón (a veces, en su lugar, escribo) y saltar de canal en canal hasta que los programas de la madrugada me hacen caer dormido. Ha pasado mucho tiempo desde que sucedió todo, pero el dolor se siente tan real, hubo tantas secuelas...

Nada fue igual desde entonces. Era de esperar. De lo contrario, todo habría sido muy extraño.

Recuerdo que antes de que Roma recibiera el alta, antes incluso de que despertara o dejara de estar sedada por los fármacos que hacían desaparecer el dolor de su cuerpo, estuve sentado junto a su cama. Alguna vez dormí a su lado. Recuerdo la extraña sensación de estar ahí a solas con ella, observándola, haciéndole compañía para que en ningún momento, dentro de su realidad inconsciente, se sintiera abandonada y sabiendo que, si salía de aquella, las cosas serían muy distintas. Yo lo había confesado todo, aunque ella no estaba al corriente de lo sucedido. Hice caer el muro que dividía los dos mundos porque, tal y como prometí, "Me llevo todo por delante como acabes en el hospital, Roma".

Los días posteriores al alta fueron extraños y se volvieron caóticos cuando tiempo después comenzó el juicio contra Colin Miller. De aquel entonces Kevin y Pandora Lennon se ocupaban de tutelar a Roma: siempre había sido su niña, ahora también lo sería legalmente. Y ella... Estaba perdida, era fácil darse cuenta, aunque fingía tener la situación bajo control. Supongo que era una de sus manías, autoconvencerse de que las cosas nunca son tan desastrosas como realmente lo son. Pero no estaba bien, ¿cómo podría estarlo?

Todavía en el hospital, la derivaron a cuidados psicológicos cuando empezó a tomar conciencia de su entorno. Yo también empecé a ver a una psicóloga, a la misma a la que iba Dante. Fue muy raro. El primer día no sabía qué decir ni cómo explicar por qué estaba ahí. En las siguientes sesiones, en cambio, me costaba hablar. Cada vez que abría la boca se me rompía la voz y me enfadaba conmigo mismo por no poder formar una sola frase en condiciones. Por lo menos la doctora era comprensiva e intentaba comunicarse de una forma muy simple: preguntas de sí o no, yo sólo tenía que asentir o negar con la cabeza para responder.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora