Capítulo tres: Primeros contactos.

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La brillante luz del amanecer se deja sentir al impactar contra mi rostro, las cortinas no hacen de ella más tenue, lo que es una pena considerando lo mucho que me ha costado conciliar el sueño, abro mis parpados lentamente y lo único que puedo sentir es el palpitar en mi cabeza además de la irritación en mis ojos, mi vista vuelve a oscurecerse y doy un largo suspiro, permanezco un momento en el sillón lo más quieto que puede permanecer mi cuerpo, solo respiro profundo para aliviar mi dolor.

Después de unos minutos logro observar nuevamente mi alrededor, todo sigue igual que la horrible noche que acaba de pasar. Miro mi cuerpo todavía desnudo, cubierto solo con la manta de lana, el pañuelo aún descansa entre mis dedos. Puedo ver a Francisco todavía dormir con la cabeza enterrada en las almohadas, en mis ojos no hay capacidad para nada más que no sea la pena y la rabia... o el rencor. Nuevamente las lágrimas se asoman, pero no permito que desciendan, deslizo el dorso de mi mano por aquellos lagrimales excesivamente aguados y me levanto, visualizo mis prendas esparcidas por el suelo y entumecida camino lentamente hasta recoger cada una de ellas, me desplazo hasta el buro y devuelvo el pequeño trozo de tela hasta su lugar... aquel espacio en el cual se encontrara cada vez que lo necesite.

Me cubro con mi pijama y minutos más tarde le ordeno a María que me prepare la tina para bañarme, me siento terriblemente sucia... un paño completamente sucio y usado. Estoy decidida de que hoy no habrá sopa para la resaca ni kuchen de manzana.

Doy los últimos retoques a mi cabello, haciendo la forma de un tomate con cabellos sueltos cayendo por los lados y sujetándolo con un pasador con la forma de una flor violeta al igual que mi vestido. Me vuelvo y veo a Francisco todavía dormir plácidamente, no me arriesgare a despertarlo, no quiero ganarme una paliza o sentirme sucia nuevamente, eso no va con mis planes de hoy.

Bajo hacia la cocina, me sirvo un pedazo de pan con margarina para finalizar con una manzana, al terminar camino hasta la carreta y veo a Marcelo descansar en ella.

-Buenos días ¿Podría llevarme al pueblo? Por favor.

-Claro, pero ¿Les ha dicho a sus padres?

-No creo ser una niña pequeña para hacerlo -Comento firmemente.

Sin duda es un día gris para mí y estoy lo bastante irritada como para no ser cortes con los demás, lo molesta solo cambiara si algo sorprendente pasa y espero que pase. La carreta se mueve y solamente soy consiente cuando llegamos al pueblo, a decir verdad, me siento bastante desconecta de mundo real, mis extremidades me duelen un poco y otras zonas aún más.

Al ver que Marcelo me abre la puerta me bajo a toda velocidad y me dirijo a la iglesia, simplemente necesito mi escape diario, no puedo seguir en estas condiciones, con aquella angustia y pesar que me sobrecarga desde anoche.

Al entrar esta todo desolado y yo ya no puedo evitarlo, el llanto que he tenido retenido desde la mañana comienza a salir, mis piernas comienzan a fallarme, a temblar, y me voy al banco que tengo más cerca, me siento y me hundo en mi dolor, trato de detener aquellas lágrimas, pero es imposible, necesito liberar el dolor que me invade, necesito hacerlo antes de que me consuma por completo. Mis manos cubren mi lamentable rostro, mi pecho sube y baja con una irregularidad que me asusta, mis sollozos se escuchar por todo el lugar y me dejo caer en el respaldo del asiento, ya no tengo fuerzas para guardar todo esto, ya no puedo más. Me siento débil, no quiero que esto me afecte, sino que quiero hacerle frente a problema para poder seguir con adelante con el propósito de formar mi familia... junto a mi marido.

Cuando comienzan a acabarse la sensación que tanto me angustiaba me paralizo en ese asiento esperando a que desaparezcan los rastros del reciente llanto o el hipo, son necesario varios minutos hasta calmarme, cierro mis parpados y comienzo con mis plegarias, solamente quiero que Francisco sea el hombre con el que me case, solo eso pido... solamente aquello necesito.

Al abrir los ojos vuelve la angustia, pero simplemente la guardo para mí, me levanto, aliso mi vestido y siento el chirrido de la puerta, mi corazón comienza a acelerarse y una sensación de ansiedad aparece. Observo atenta el sujeto que empieza a aparecer en mi campo de visión, pero no es más que un hombre de mediana edad y algo en mi estado de ánimo decae sorprendentemente, algo pasa con mis emociones y eso no está bien.

El hombre saluda quitándose el sombrero, le dedico una sonrisa cortes, me levanto y camino hasta la salida, no puedo explicar lo que paso ahí dentro, siento un pequeño malestar, pero no es físico... es más parecido a un vacío. Me desplazo dando pisotones hasta el carruaje y Marcelo me ayuda a subir, observo distraídamente por la ventanilla, espero a que algo pase, pero no entiendo qué sería realmente aquello.

¿El amor o la infidelidad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora