Capítulo seis: Una fuerte conexión.

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- ¿Dónde estabas? –Pregunta Francisco cuando me dirijo a mi habitación.

Doy un respingo y me vuelvo para mirarlo, su rostro no muestra emoción alguna y es preocupante.

-Fui –Mi voz suena temblorosa y me aclaro la garganta para seguir- fui a la iglesia.

-Son más de las doce.

Un escalofrío recorre mi cuerpo y no sé qué responder, su mirada se encuentra con la mía y mi cuerpo comienza a temblar involuntariamente. ¡Marcelo! ¡El cochero se fue con Ignacio!

- ¿Y bien? –Añade cruzándose de brazos.

Necesito contarle lo que paso o tendré más problemas si se entera que no me vine con Marcelo.

- ¿Podemos ir a hablar a la habitación? –Susurro mientras agacho la cabeza.

Él me observa unos segundos y luego camina hasta el segundo piso. Respiro profundo y me dirijo a mi pieza con pasos titubeantes.

En el trayecto me pregunto ¿Qué le voy a decir? "Francisco, cuando estaba en la iglesia me encontré con un joven, me enteré que su nombre es Antonio, su hermana está enferma y con mi hermano fuimos a su casa, mientras Ignacio revisaba a la chica, Antonio me invito a ver el lugar en que viven sus padres y nos refugiamos debajo de un árbol, conversamos y comencé a llorar, el me abrazo y recordé que debía venir, ese fue el motivo por el cual regrese a esta hora"

¡Tonta! –Me grita el inconsciente –no saldrás viva de esa habitación, es estúpido el pequeño relato que acabas de crear, primero porque te viste con Ignacio y luego porque estuviste con Antonio a solas.

La boca se me seca y mis manos comienzan a retorcerse por los nervios que me invaden. Al llegar a la puerta, Francisco la mantiene abierta para que pase, lo hago y él, al adentrarse en la habitación, la cierra.

Camino y me siento en la cama, me muerdo el labio intentando encontrar las palabras correctas.

-Prométeme que no te enojaras –Pronuncio suplicando.

-Andrea, exijo en este instante que me digas en donde estabas y... -se queda en silencio.

Escucho sus fuertes pasos hasta la cama, toma mi mentón entre sus dedos y tira fuertemente hacia arriba, en sus ojos se puede percibir la ira pura.

-¿Estabas con alguien? –Aprieta su mandíbula.

Él corazón me da un vuelco y mi piel se vuelve aún más blanca, estoy pálida y sin palabras.

-Responde ahora ¡O si no te juro que...! –gruñe.

-Estaba con mi hermano –Respondo de un segundo a otro por el miedo.

Su expresión se suaviza un poco, aunque sigue alarmándome.

-Con tu hermano –repite.

Yo asiento esperando a que diga algo más.

-Sé... sé que no te gusta que lo vea, ni a ti ni a mi papá, pero, pero lo extraño ¡Y por favor! Te suplico que no le digas a mi padre o si no se enfadara y puede ser malo para su salud.

- ¿Qué te dijo el malagradecido? –Su voz es curiosa, al mismo tiempo que gélida.

Lo observo y él a mí en busca de mi respuesta. ¡Claro! Malagradecido por seguir sus ideales y no ser tan cobarde como yo, que ahora estoy pensando una serie de cosas que decirle, pero que estoy abstenida de hacerlo.

-Después de terminar mis plegarias fui al mercado, necesitaba ver algunos ovillos de lana, tu dijiste que debía tejer y quería practicar todo lo que aprendí... entonces, lo vi.

Me detengo para pensar en cómo concluir mi mentira, pero tengo problemas para coordinar mis pensamientos con la lógica.

-Tú sabes que si tu padre se entera de la desobediencia que acabas de cometer, te va a castigar.

-Lo sé, por eso te estoy contando la verdad y te ruego que no le digas nada... sé lo severo que puede llegar a ser cuando se trata de Ignacio.

-¿Qué más paso? –Menciona sentándose a mi lado.

Lo quedo mirando unos segundos con el pecho apretado e ideando algún final creíble.

-Conversamos.

-De seguro salió con sus temas liberales, no quiero que lo veas, que lo escuches o que lo extrañes. Deshonro a tu padre yéndose a quien sabe dónde a "Proteger a los desafortunados" –comenta sarcástico- lo único que hizo es que la familia se rompiera y ahora quiere llevarte con él. Tienes estrictamente prohibido juntarte con él.

-Pero es mi hermano –Me siento ofendida.

-Y tu mi esposa –contraataca- y si te atreves a volver a verlo o me entero que tuviste algún tipo de contacto con ese desconsiderado, no dudes dos veces que tomare medidas drásticas y toda la familia lo sabrá.

Nos quedamos mirando y no puedo evitar sentirme inservible, ni siquiera puedo defenderlo.

-Créeme que lo hago por tu bien.

-No lo dudo –Respondo al instante con la garganta apretada -, pero ¿Qué harías si yo me atreviera a cortar el contacto entre tu hermano y tú? ¿Lo aceptarías aun sintiendo tanto cariño por él?

-Primero que nada, tu no me puedes prohibir nada a mí y si el cometiera un error tan grande como el que cometió tu hermanito, claro que lo dejaría de ver, la opinión de mis padres cuenta más que el amor o cariño que sienta por alguien.

-¿Qué pensaron tus padres al saber que te casarías conmigo? –Pregunto sin pensar.

Me queda mirando y yo quisiera nunca haber preguntado semejante estupidez.

- ¿Por qué la pregunta?

-Nunca... nunca los vemos –Restriego mis manos.

-No me interesa en este momento estar en su casa todos los días.

- ¿Y el amor?

- ¡Por Dios Andrea! ¿Por qué tantas preguntas? –Exclama exasperado.

-Nuestro matrimonio fue un contrato... un contrato en el que tú y mi papá llegaron a un acuerdo, pero... pero hay algo que me ha estado torturando desde hace algunos días -Abro mis labios para seguir, pero no me salen las palabras y la cierro al instante.

-¿Qué es? –Su voz suena impaciente.

- ¿Tú, tú... te casaste por amor? –Mi garganta no me deja hablar correctamente.

-El amor no existe, Andrea, solo el deseo o la atracción.

-Francisco –Musito descolocada.

- ¿Qué? –Pregunta con desdén.

-Eso es mentira, claro que existe el amor.

-Dame ejemplos –Sus codos se apoyan en sus rodillas y sus manos en el mentón.

-Los padres por los hijos.

- ¿Otro? –Arquea una ceja.

-... El que siento yo por ti.

Una fría sensación recorre mi cuerpo, mi garganta me hace incapaz de articular palabras, mis ojos comienzan a escocer y mi expresión seguramente es de perplejidad.

-Lo nuestro fue un contrato, Andrea, nada más que un contrato.

Se levanta, yo lo sigo con la mirada y él la sostiene, camina hasta la puerta y sale de la habitación cerrándola tras él.

Me siento en la cama antes de que caiga al suelo y trato de respirar, la única vía que funciona es mi boca. Llevo una mano a mi pecho y trato de tranquilizarme antes de que entre en un estado mucho peor. Puede ser que no me ame, pero es porque todavía no conoce el amor. La pregunta a la que doy paso es ¿Yo seré capaz de hacerle saber lo que es? ¿Seré capaz de cambiar ese pensamiento? Sí -Me responde mi interior- Yo quiero que mi matrimonio funcione y debe funcionar, son las normas que nos impone la vida.

Me recuesto en la cama y me concentro en el color del techo, no puedo evitar sentirme triste y engañada, pensé que nuestro matrimonio se basaba del amor, pero... no es así. Aunque no quiere decir que no tenga ganas de remediarlo.

¿El amor o la infidelidad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora