Capítulo ocho.

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Andrea se encuentra dormida en los fornidos brazos de Antonio. Él, por su parte, ha secado cada lágrima que ha salido por los ojos de la débil mujer. Recuerda nítidamente su imagen descontrolada y su llanto ahogado susurrándole "No puedo volver, no puedo volver". El dolor que había en su voz y en la intensidad en la que salían sus lágrimas, el temblor que provenía de su frágil cuerpo mientras trataba de proporcionarse autocontrol. No le brindó detalles, solo murmuraba "No puedo volver" en un estado que lo dejo helado y catatónico, no pudo hacer nada más que abrazarla y tratar de hacerla sentir apoyada y comprendida. 

Un fuerte dolor de cabeza fue lo primero que sintió Andrea al despertar y luego el entumecimiento de su cuerpo. Los ojos le escocían y a duras penas podía mantenerlos abiertos por el dolor que persistía en ellos, se encontraba débil y cansada. Mira a su alrededor y sabe perfectamente que no está en su casa, lentamente mira su periferia y recién en ese momento es consciente de que unos brazos la sostienen, los sigue con su mirada hasta encontrar la cara de Antonio, está dormido y su cabeza se inclina hacia el lado derecho ejerciendo presión en su cuello.

¿No me dejo en toda la noche? Me quedo admirándolo por un momento su rostro y me veo obligada a despertarlo para que, por último, se pueda acomodar en la cama.

Dolorida levanto mi mano derecha y la paso por su mejilla, en segundos da un respingo y yo en un acto reflejo me inclino unos centímetros hacia atrás, me queda mirando y yo a él.

-Andrea ¿Cómo estás?

Se apresura a decir, se va a enderezar, pero hace una mueca de dolor y comienza a mover paulatinamente su cuello. No puedo evitar sentirme culpable y trato de levantarme, él por el cambio de la intensidad en su agarre no quiere, pero yo de alguna manera lo logro.

Él se levanta de la silla de mimbre en la que hemos pasado la noche y su cuerpo se nota rígido.

-Lo siento, nuevamente no era mi intensión molestar.

-¿Te iras? –pregunta acercándose.

Un escalofrió recorre mi espina dorsal y comienzan a llenarse mis ojos de lágrimas, pero no cae ni una.

-No puedo –respondo con la garganta cerrada- ayer salí y si hoy vuelvo...

-Te dará otra paliza.

Nos quedamos en un largo e incómodo silencio.

-Exacto –respondo luego de la pausa ambiental.

Me siento diminuta, insignificante y prácticamente un tipo de escoria... abandone mi hogar. Una sensación de vacío, vulnerabilidad y culpa se instala en mi corazón, ni siquiera puedo mirar el rostro de Antonio por la vergüenza que siento. Juego con mis manos tratando de retener las lágrimas que quieren salir y trago saliva para disipar el nudo que se ha estado formando en mi garganta.

-Deberíamos comenzar el día entonces.

-... Juro que no quiero molestarte, has hecho tanto por mí que estar nuevamente aquí...

-No hay nada que decir, yo feliz de tenerte en mi casa. No quiero que sientas vergüenza y puedes quedarte hasta cuando quieras.

-No será mucho tiempo, lo prometo.

-Eso viene siendo una desilusión para mí.

Cruzamos miradas y sin poder evitarlo el rubor se hace presente en mis mejillas. Suspiro lentamente y sonrió inconscientemente, Antonio, se acerca y me estrecha siendo cuidadoso entre sus brazos y mi cuerpo se deja sujetar por él.

-No estás sola, Andrea. No creas que estas sola.

-Gracias –pronuncio con un nudo en la garganta.

-Ahora yo calentare agua y te darás un baño, cuando estés lista y vestida me dices... puedes tomar ropa de Francisca o también podrías usar la tuya, luego veremos qué podemos hacer para conseguir algunas prendas y yo mientras preparare algo para desayunar.

-Pero...

-No se hable más y mientras pongo el agua al fuego, tu ve y busca algo en la ropa de Francisca.

-Antonio...

Él se da vuelta y me queda mirando cruzamos miradas por unos segundos.

-¿Qué pasa?

-En verdad que no quiero molestar, me siento como una invasora en este momento –mi tono suena afligido.

-¿Tienes alguna otra solución?

Nos quedamos mirando y niego lentamente.

-Entonces trata de no sentirte así... y mientras más rápido te pongas cómoda, más rápido podre tratar todas las heridas que tienes... no quiero seguir viendo tu piel con esos golpes o raspones.

Me quedo en silencio y avergonzada asiento, ni siquiera puedo mirar su rostro por el bochorno que me provoca la situación.

-Eres libre de entrar a la habitación de Francisca, para que puedas ver algo que puedas usar.

-Gracias –murmuro con la cabeza agachada y camino hasta la habitación de su hermana.

Al estar sola, no puedo evitar el no derramar lágrimas ¿En qué me he metido? Me fui de mi casa en medio de la noche, disculpándome con mi esposo por no volver nunca más y mi familia... sin duda mi familia sentirá vergüenza de la hija a quien criaron. No puedo evitar la sensación de aflicción que me invade y los sollozos salen solos, tapo mi rostro y mis labios tratando de contenerme, pero a medida que los segundos pasan recuerdos e imágenes recorren mi cabeza haciendo imposible silenciarme. Antes que me dé cuenta soy consciente de unos brazos alrededor de mis hombros y que mi cabeza se apoya en algo. Trato de quitar las lágrimas que caen por mis mejillas y de calmarme forzadamente.

-¿Qué paso? ¿Fue por la forma en la que te hable?

Niego tratando de contener los espasmos que produce mi cuerpo.

-No, no fue eso... es solo que le tome el peso a la situación –pronuncio con voz quebrada y temblorosa.

Me abrasa un poco más fuerte y yo, de igual manera, me aferro a su cuerpo.

-Con esto perdí a mi familia, lo perdí todo al igual que mi hermano, ellos esperaban tanto de mí que fuese la hija idea, que no les trajese problemas, que trajera buenos comentarios a la familia y que no fuese alguien que se descarriara en medio del camino, por eso me enviaron a ese horrible internado y yo les pago de esta manera.

Y después de esas palabras, literalmente me derrumbo. Es imposible encontrar la calma en esa situación, simplemente no puedo. Me ahogo con mi propio llanto y se me dificulta respirar.

-Tranquila, por favor tranquilízate –dice Antonio rápidamente.

Su voz denota preocupación y un leve miedo por mi estado. Yo solo me aferro con fuerza a su cuerpo en busca de apoyo, comprensión y consuelo.

Me siento mal y agobiada, no es justo que mi vida después de todo el esfuerzo y pensamientos que puse en ella, acabe de esta manera.

-Respira, Andrea respira.

Mi pecho se encuentra oprimido y me comienzo a ahogar con el mismo llanto, Antonio da pequeños golpecitos en mi espalda y me hace levantar levemente los brazos, me dejo caer exhausta en su pecho mientras trato de calmarme, el pasa su mano lentamente por mi espalda de una manera confortadora.

-Lo siento –pronuncio en conjunto de un suspiro al calmarme.

-No estás sola, Andrea. Tu hermano te quiete mucho y me tienes a mí.

Levanto mi cabeza y nuestros ojos se encuentras, su mirada desprende un brillo y no puedo evitar acariciar su mejilla.

-No sé qué haría yo si ti... muchas gracias.

-Es un placer –da una pequeña sonrisa.

Su sonrisa hace que se cuele en mis labios una parecida, siento su pulgar en mi mejilla y sin poder evitarlo un pigmento rosáceo hace aparición en mis mejillas.

-Iré por el agua, tú busca lo necesario para darte un baño y luego poder desayunar.

-¿Aun quieres desayunar conmigo luego del teatro que he montado?

-No solo desayunar, sino que almorzar, merendar, cenar y luego hacer algunos panoramas. Es impresionante ¿No? –Arquea una de sus cejas y no puedo evitar una risita nerviosa.

-Muchas gracias.

-No hay de que... solo hazme el favor de no llorar más, es un poco desesperante por el motivo de no saber qué hacer.

Asiento obedientemente y en sus labios se aprecia una fina línea, suspira profundamente y sale de la habitación. Me levanto de la cama y comienzo a hurgar por la habitación para buscar algo que me sea de utilidad. Encuentro una falda gris y una camisa junto con un corsé de algodón, dejo la ropa encima de la cama, me dirijo al armario, encuentro una toalla y camino hasta la sala. Veo a Antonio entrar a la casa.

-¿Tienes las cosas necesarias?

-Sí.

-Ven... déjame ayudarte con eso.

Se acerca a mí y toma las prendas y toalla, en esa acción sin querer nuestros dedos se rozan y una suave corriente eléctrica recorre desde ese punto específico hacia mi cuerpo, aparto mis manos y o quedo mirando, el sostiene mi mirada por unos segundos hasta que la sombra de una sonrisa asoma en sus labios.

-Por aquí.

Se da la media vuelta y suelto lentamente el aire que mantenía en mis pulmones, lentamente siento como unas motitas rojas se instalan en mis mejillas y agacho la cabeza avergonzada.

-Andrea.

Escucho la voz de Antonio y levanto la cabeza rápidamente, su mirada me produce un pequeño escalofrió y siento que se me aprieta el pecho.

-Ven –su voz suena cálida y agradable.

Camino titubeante y salimos de la casa principal, al lado de esta se encuentra un cuarto más pequeño y camina hasta el, abre la puerta y me queda mirando, tímidamente entro y me encuentro con una especie de tina circular, es extraño cuando debería tener las patas en forma de los brazos de una jarra. Apunta una repisa que está en la pared a un lado de la gran tina.

-Aquí estará la toalla y la ropa... espérame aquí, yo iré por el agua.

Me quedo mirando lentamente la habitación, la especie de bañera, es grande y me acuerdo de su trabajo, una sonrisa se cuela en mis labios. A pesar de no tener la casa más suntuosa... la madera hace del lugar rustico y acogedor, creo que se debe al detalle que le pone a sus obras. Se abre la puerta y veo a Antonio entrar con dos baldes grandes con agua, en sus brazos se puede notar la fuerza que utiliza, me quito de en medio y él coloca los recipientes cerca de la bañera. Agita un momento sus brazos y luego vuelve a coger uno de los baldes y vierte el agua en la tina, vuelve a tomar el otro y repite la operación.

-Espera un momento, iré por el agua helada.

-Déjame ayudarte.

Él me queda mirando y esboza una sonrisa. Al no oponer resistencia lo tomo como un "Sí" y lo sigo. Llena los dos baldes de agua y toma uno, rápidamente pongo las mías en el otro y tiro, no se mueve ni un centímetro.

-Andrea ¿Qué tratas de hacer? –pregunta Antonio tratando de ocultar una sonrisa.

-Ayudarte.

Vuelvo a tratar de mover el tarro con agua y luego de unos segundos tratando de moverlo, lo logro. Dos centímetros como máximo. Subo la mirada y puedo ver las margaritas que se le hacen en las mejillas y sus blancos dientes, ver su sonrisa me hace sentir algo tonta.

-Gracias, pero deja que te ayude.

Con la dos cubetas volvemos al cuarto. Las vierte en la tina y nos quedamos mirando.

-Yo... yo te voy a dejar, ponte cómoda y luego sales, estaré fuera preparando el desayuno.

-Muchas gracias... saldré dentro de un momento.

Él asiente y sale del lugar. Por algún motivo me encuentro nerviosa y comienzo a mirar cada centímetro del lugar hasta que me quito mis prendas y me acerco dubitativa a la bañera. Me doy el tiempo de tocar el agua, la temperatura no es tan caliente ni tan fría, lo que es perfecto por el grado de mis heridas. Me introduzco y siento como el agua hace que ardan ciertas partes dañadas en mi piel. Después del leve dolor me comienzo a relajar y a limpiarme, el ver mis heridas me hace sentir enojada, triste y decepcionada, no entiendo como un hombre que juro respetarme y amarme pudo haber hecho algo así. Los moretones rasguños insertos en mi piel me hacen un nudo en la garganta, no puedo evitar pensar en Francisco ¿Cómo estará? ¿Habré tomado la decisión correcta? ¿Y si sabe en donde estoy y viene por mí? El corazón me comienza a saltar frenéticamente y siento mis pulmones apretarse, no quiero que me encuentre, no quiero que me haga daño, no quiero que vuelva a abusar de su fuerza y no quiero mucho menos verme muerta. Yo lo quise mucho, pero no puedo negar el miedo que me causaba el cuándo se enfadaba o bebía. Cierro los ojos y me concentro en lavar mi cuerpo, siento la necesidad de borrar todas las huellas del día anterior por medio del agua, necesito tratar mi muñeca lo más rápido posible.

Luego de unos minutos puedo decir que me siento relajada y un poco más calmada, el agua comienza a ponerse un poco helada y ya sé que es hora de salir.

Me salgo y comienzo a secarme con la toalla, me pongo las prendas y trato de secarme el cabello, después de hacer lo que puedo salgo del pequeño cuarto y camino hasta la casa. Las prendas no pueden compararse con mi ropa, somos de tallas similares, pero no es la ropa la cual estoy acostumbrada a usar, por lo menos no tendré que usar el falso que me dejaba magulladuras en las caderas. Salgo avergonzada, la falda gris roza el suelo por lo cual tengo cuidado de no tropezar y caer, camino hasta la casa y veo a Antonio sentado en la mesa.

-Estaba esperando a que salieras, ¿Desayunamos?

-Sí, tengo mucho apetito.

-Eso suena bien para mí.

Se levanta y camina hasta la silla que esta posicionada enfrente de la suya, la aparta de la mesa y hace un gesto con su mano invitando a que me siente. Camino, me siento y le agradezco. Desayunamos en silencio y siento como mi cuerpo entra en un estado de relajación. Cruzamos furtivas miradas con Antonio y me siento tranquila en su compañía, sé que con el nada malo me puede pasar. Al terminar de comer le ayudo en lo que puedo, ya que no puedo ignorar la molestia constante que hay en mi muñeca.

-¡Andrea! ¡¿Podrías venir?! –grita Antonio desde su habitación.

Camino hasta su habitación y lo veo sentado en su cama con un frasquito de vidrio en sus manos.

-Pasa, ven... siéntate.

Lo quedo mirando y no siento que sea algo que deba hacer, así que no me muevo.

-Tranquila, solo necesito que vengas aquí –dice mirándome, trata de darme confianza a través de sus ojos.

Camino hasta su cama y me siento a su lado.

-Arremángate las mangas.

Lo quedo mirando extrañada y el pasa su mano por mi mejilla, mis mejillas toman color y el da una dulce sonrisa.

-Solo quiero aplicarte esto en las heridas, un poco de esto y santo remedio.

-No creo que sea buena ideas... ya ha sido suficiente.

-Déjame internar... ¿Por favor?

Sé que quiere ayudarme, pero ver que se preocupe tanto por mí me pone nerviosa, no me conoce, aunque... a pesar de eso, hemos desarrollado una cercanía que no muchos logran en un periodo de tiempo tan corto.

Lentamente subo las mangas hasta mi hombro, lo escucho inhalar y exhalar fuertemente y me preocupa, una gran parte de mi brazos esta de un color morado o con cicatrices.

-Permíteme –dice suavemente.

Antes de poner el ungüento en mi brazo me queda mirando esperando mi aprobación, no digo nada y eso hace que nuestras miradas se mantengan unidas por más tiempo. La sustancia en la piel se siente refrescante y es muy cuidadoso que hace un poco de cosquilla, cada vez me relajo más.

-Si quieres puedes tenderte mientras que yo termino.

Sin pensarlo me acuesto en la cama y sin la intención me voy quedando dormida.

Abro los ojos y me siento tan cómoda y calientita que se me hace difícil tratar de despertarme por completo, siento una manta tan suave y acolchada tapar mi cuerpo que me quedo unos minutos tratando de volver del mundo onírico.

Abro los ojos y una tenue luz entra por la ventana, las cortinas hacen un buen trabajo tapando la luz natural del sol. Recuerdo que antes de dormirme Antonio me estaba echando algo en el brazo, lo saco de debajo de la manta y lo comienzo a observar, lo siento más aliviado y los golpes menos inflamados. Siento que el buen humor reina en mí y me levanto, salgo de la habitación de Antonio y lo busco por toda la casa, pero no está. Salgo y escucho un ruido, pareciera algo que tenga que ver con madera, camino tratando de agudizar mi oído para llegar a la causa del sonido. Camino por un momento y ahí lo encuentro cortando madera con un hacha. Me ve llegar, da un último golpe preciso que hace que el tronco se rompa por la mitad.

-Veo que despertó la Bella durmiente.

-¿Es muy tarde?

-Termino los troncos que están ahí y luego merendamos.

-¡¿Qué?! ¿Merendar? –chillo.

-Era broma, termino con esos tres troncos y vamos por el almuerzo.

-Me asustaste, me hubiese sentido incomoda y avergonzada.

-Te veías cansada y relajada.

-Me relajo el baño... muchas gracias por prestarme un momento tu cama.

-No hay de qué.

-... Si puedo preguntar ¿Para qué tanta leña?

-Para quemar en la noche, está poniéndose helado y también podríamos jugar al Carioca.

-... ¿Al qué?

-Carioca, juego de cartas.

-Pero no sé jugar a eso y solo los hombres juegan a las cartas.

-¿Por qué? –deja el hacha a un lado y pasa su mano por la frente, se pueden ver las gotitas de sudor por el esfuerzo de cortar tanta madera a pleno sol.

-Porque... porque son juegos de hombres. Además nunca he jugado a ese juego.

-Con mi hermana siempre jugábamos y al final el que perdía tenía que cumplir algún "castigo".

-Primero debo saber cómo se juega.

-Cuando la chimenea este encendida, nos sentaremos a jugar en frente de esta para que no nos dé frio ¿Esta bien?

-Me agrada la idea.

-Tenemos un panorama para esta noche... ¿Te quedaras?

-... Podría pedirle a mi hermano que me ayude.

-No sería problema que te quedes.

-¿Y si viniese tu hermana a quedarse? No me gustaría causar problemas.

-Hay solución para eso, pero mis padre todavía no la dejaran salir de la casa... están muy protectores con ella.

-Puedo entenderlos... muchas gracias por la ayuda.

-No hay de qué... además, no me molesta tu compañía, al contrario... no me siento tan solo.

-Un hombre como tu debería tener novia ¿Estás seguro que no tienes a nadie? –digo sentándome en un pequeño banquito al lado de la leña.

-En este momento hay solo una persona que ha capturado mi interés... después de que mi ex novia me dejara, no he tenido a nadie más.

-¿No debería ser hora de que tuvieses una?

-Eso pretendo a través del tiempo... no soy hombre de muchas mujeres.

-Eso se puede ver a distancia... la mujer que escojas será afortunada.

-No tanto como yo con ella... ¿Tienes hambre?

¿El amor o la infidelidad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora