Capítulo siete: Huir.

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Tres semanas han pasado exactamente desde las falsas acusaciones que Francisco ha hecho contra mí, creo que decir que los días son infelices es una insignificante palabra para expresar lo que verdaderamente pasa entre ambos.

Hemos salido de la casa de mis padres; hace unos meses han estado construyendo una cabaña alejada de la vivienda principal a varios metros de distancia, pero en la misma hacienda. No hay día en que no derrame lágrimas, no quiero proporcionarle problemas a Antonio, por lo cual no le he escrito y las veces que he ido a la iglesia y curiosa he revisado debajo de la mesa, me he quedado embobada viendo las cartas que hay y sé que son para mí, no he leído ni una... solo he dado media vuelta y me he ido. Necesito un abrazo verdadero, mi madre me ha preguntado sobre mi estado de ánimo, a lo que le respondo siempre que sufro de fuertes migrañas.

Es muy cambiante el estado de ánimo de Francisco con las personas, cuando está conmigo es cariñoso, atento y... perfecto, pero cuando se cierran las puertas de nuestra casa es totalmente diferente, siempre que ocurre alguna situación que puede llegar a los gritos por parte de él hacia mí, trato de razonar y ver mis errores cometidos. Incontables veces he tenido que limpiar heridas causadas por él y mi miedo al llegar las noches se incrementa, si no bebe en la casa, lo hace fuera de ella con "compañía" incluida y al volver no puedo evitar que mi cuerpo comience a temblar aterrorizado. Cada día trato de saludarlo con una sonrisa tratando de no darle importancia a las heridas que se asientan en las comisuras de los labios.


En mis brazos se puede apreciar perfectamente las magulladuras que dejan sus dedos en mi tez blanca, o en mis hombros. Trato de cubrirlas utilizando pañuelos por encima de las zonas afectadas, el otoño me ayuda a pasar desapercibida, he tenido una baja de peso considerable y siempre se me puede notar en un tono nervioso. Mi cabello ha disminuido por el estado de nerviosismo en el que me encuentro, se me puede encontrar tensa y temblando incontables veces en el día. Por el menor ruido me puedo llegar a exaltar... es un estado deplorable para una mujer, mis ojos permanecen hinchados por el constante llorar y la falta de sueño. Me cuesta procesar lo que me hablan, me tomo unos segundos para responder correctamente.

Francisco también está muy irritable, a pesar de preguntarle qué le pasa y si puedo ser de ayuda, el me responde hiriéndome verbalmente, "No sirves para nada" "¡¿Déjame tranquilo?!" "¡Si vuelves a molestarme, no dudes que te castigare!" "¡Sal de mi vista en este instante!". A lo que yo contesto rápidamente alejándome "Si, lo siento"

Una noche llega de tener una reunión con mi papá, se le nota cansado y yo he terminado la cena, una sopa para aliviar su estrés. La dejo sobre la mesa y voy a buscar el jugo de naranja que lo he dejado en la cocina, me acerco y cuando lo voy a poner a su lado, deja caer la cuchara.

-¡No puedes hacer nada bien! ¡¿Qué es lo que pretendes?! –grita llevándose la mano a la boca.

No puedo evitar dar un paso atrás y el vaso se me suelta de las manos, el estruendo que produce me hace dar un respingo.

-Lo siento –digo al instante.

-¡Ya te he soportado bastante! ¡Ya me cansaste!

Se levanta y yo comienzo a retroceder mientras él se acerca de una manera escalofriante. Se lleva las manos a la hebilla del cinturón y comienza a desabrocharlo.

-Francisco –susurro suplicante.

-Si no lo hago ahora, no aprenderás nunca.

-¡Por favor no! –chillo mientras comienzo a llorar.

-Quédate quieta –ordena.

Yo no puedo evitar moverme, mis pies se alejan de el en defensa propia hasta que me tropiezo con una de las sillas y caigo al suelo, mi mano se dobla y no puedo hacer nada contra lo inevitable estando en esa posición.

-Francisco –susurro antes que el primer correazo toque mi brazo.

A pesar de la necesidad que tengo de gritar, no puedo. Entro en un estado de shock y lo único que puedo hacer es hacerme un ovillo en el suelo mientras aprieto mis puños con fuerza tratando de aliviar el escozor que me producen los correazos, mientras muerdo mi labio siento el sabor metálico de la sangre en mi boca, con cada correazo me voy tensando más. Las lágrimas me impiden ver a mi alrededor "Lo tienes merecido" "Es tu culpa" "Fuiste tú la que lo provocaste" "Te quisiera más si fueses una buena esposa" "Esto lo hace a conciencia" "Mereces el castigo" Me repito mentalmente. Mi pecho se encuentra tan apretado que se me dificulta respirar, con el decimoctavo correazo sale en un grito desesperado que trataba de contener en mi garganta. Francisco suelta la correa y se arrodilla, tapa mi boca y me queda mirando.

-Cállate –dice apretando su mandíbula –Guarda silencio.

No puedo evitar retener mis lágrimas y me pega una cachetada.

-¡Me desesperas! -Gruñe mirándome mientras me agarra del cabello.

-Lo siento –Musito con la poca fuerza que me queda.

Toma mis manos y en un acto reflejo trato de alejarlo, comenzamos una lucha y yo sé que si no salgo pronto de esa casa, terminara de una forma más cruel y lamentable la situación.

-¡Quédate quieta! –gruñe mientras trata de inmovilizarme.

Yo no puedo hacerle caso, me siento desesperada y la situación me colapsa por completo. Lo alejo lo suficiente para ponerme de pie, me agarra uno de mis tobillos, pero logró zafarlo y corro sin mirar atrás hasta la salida de la casa.

-¡Andrea!

Mi instinto de supervivencia se interpone ante sus gritos, corro sin mirar atrás, al no traer el falso del vestido se me hace más fácil, aunque eso no disminuye el miedo. Encuentro el caballo de Marcelo sujeto a la carreta, con los dedos temblorosos logro apartarlo de ella y al ver que Francisco se acerca a pasos agigantados, me logro subir al cuadrúpedo.

-¡Andrea detente en este instante, si te vas será mucho peor!

El caballo comienza a dar unos cuantos pasos y yo me sujeto a sus riendas. No sé cómo controlarlo y por la desesperación doy dos golpes fuertes con los talones en el animal. Eso empeora las cosas, el caballo relincha y comienza a galopar mucho más rápido, me asusto y lo único que hago es sujetarme fuertemente del cuadrúpedo.

Hay una niebla espesa que no deja ver con claridad y las nubes son grises, similar al ambiente que hay al llover, ese sería el peor de los casos. El caballo se dirige en dirección contraria a la ciudad, no sé cómo detenerlo y rezo en silencio para que se detenga. No sé si sabrá el miedo que me produce estar montada en él y por eso es el comportamiento que adopta, con Antonio no parecía tan aterrador. ¡Antonio! Su casa queda por este camino, pero no sería correcto llegar ahí después de tres semanas del contacto completamente perdido.

¡No sería correcto llegar a ni un lado en esta situación, deberías haber aceptado el castigo y se acabó! <<Mi mente toma mando de la situación>>. No puedo volver, eso sería la muerte asegurada, esta noche no podría volver. Ignacio sabrá perfectamente lo que paso si voy a buscar consuelo en él, pero no sé dónde ir. Una fina lluvia comienza a caer y un helado viento comienza a calar mis huesos, no sé hacia donde me dirijo y no sé con quién ir. ¡Antonio! –grita una parte de mi corazón. – ¡Ignacio! –grita la razón. Y ¡Francisco! me grita el miedo que se ha instalado en mi mente. En medio de un dilema con mis pensamientos y sentimientos el caballo da un fuerte relincho y se levanta quedando en las dos patas traseras. No logro sujetarme y caigo al suelo, la muñeca de mi mano izquierda da un crujido, mi espalda recibe el impacto y no puedo evitar retorcerme del dolor. El caballo sale corriendo y yo me quedo sola en ese lugar sin poder hacer nada más que quejarme por el insoportable dolor que me produce la caída. Miro hacia todos lados, no se ve nada más que la temible niebla que me rodea, las finas gotas se hacen más gruesas y comienzan a empaparme por completo, no puedo mover mi mano izquierda y me da miedo verla, no quiero saber qué paso con ella.

Mis piernas se encuentran adormecidas por la caída y no puedo evitar tener miedo del tétrico ambiente que me rodea, gritar por ayuda no sería muy factible, pero tampoco lo seria quedarme tirada sin hacer nada. Los minutos transcurren y trato de calmar el dolor por medio de la fuerza mental, me siento cansada y dolorida, pero no puedo quedarme para siempre en ese lugar. Apoyándome en la mano derecha me impulso para levantarme, fracaso al instante. Mis piernas se encuentras entumecidas y adormecidas, veo algo a lo lejos que llama mi atención, un sauce gigante y sé que lo he visto antes. Si mi memoria no me falla es enfrente de ese árbol en el cual nos introdujimos en el bosque el día del picnic. ¿Estaré cerca? En este momento lo único en lo que puedo pensar es en cubrirme o buscar refugio. Vuelvo a intentar ponerme de pie y con demasiada dificultad, lo logro. Me apoyo en uno de los tantos árboles, mi cuerpo esta helado y no puedo evitar temblar ¿Por qué hizo eso? ¿Por qué hice eso? ¿Qué hare mañana? ¿Qué les diré a mis padres? ¿Qué haré conmigo? Estoy segura que querrá divorciarse. No puedo evitar que lagrimas silenciosas caigan por mis mejillas, que a la vista, se confundirían con la lluvia. Suspiro insegura y doy mis primeros pasos dentro del frondoso bosque, no puedo evitar pensar que alguien me observa y el miedo se incrementa, trato de darme ánimo para seguir, ramas chocan contra mi rostro, espinas raspillan mis brazos y las raíces levantadas de los arboles incontables veces me hacen tropezar, quito el cabello mojado que cae por mi rostro, pero no logro ver nada más que niebla y más árboles.

-Por favor –susurro asustada- necesito encontrarte.

Sigo caminando, pero no puedo ver con claridad, la neblina cada vez se hace más espesa y no sé dónde ir, estoy dentro de un bosque, sola, mojada, con una muñeca rota quizás y muy asustada.

-Una vez me dijiste que no querías verme llorar porque eso traía las nubes negras y la lluvia antes de tiempo y si eso pasaba, te verías obligado a buscarme y devolverme una sonrisa... creo que ya es hora de que aparezcas... por favor.

¿Qué creías? ¿Qué iba a aparecer un rayo de luz en el cielo y que bajaría él? -se burla mi inconsciente- de seguro que no se acuerda de ti.

Me quedo de pie en mi sitio tratando de pensar que hacer. Trato de aguantarme las lágrimas y me doy media vuelta para tratar de salir de ese lugar, casi no puedo ver nada. camino y camino, pero no puedo ver algo que me indique que estoy cerca de la salida, de repente diviso un gran espacio entre los árboles, camino torpemente hasta ella y un alivio momentáneo invade mi frió y mojado cuerpo. Hay una casa y en el techo puedo ver la silueta de un hombre poniendo algo sobre él. Camino acercándome lentamente y paso el dorso de mi mano derecha por mis ojos, no es una ilusión.

-¿Antonio? –llamo al hombre con los pocos decibeles que me permite la voz.

El hombre levanta la cabeza y puedo verle la cara, es él.

-¿Andrea?

Yo no me puedo mover, Antonio baja del techo por una escalera y prácticamente corre hasta donde me encuentro. Me queda mirando con el ceño fruncido y no sé cuál debe ser mi expresión en ese momento, lo único que sé es que mis ojos comienzan a arder y ya no puedo disimular mis emociones. En un momento de debilidad sentimental comienzo a llorar y no puedo evitar abrazarlo. Todas las emociones contenidas hasta ese preciso momento salen a flote.

-Tranquila –es lo primero que escucho de el-, tranquila.

Cada vez me aferro más a él buscando el consuelo que nadie más podría darme en este momento, mi cuerpo se siente débil y llorar con tanta intensidad no ayuda mucho.

-No sabía con quién ir, lo siento no quise molestarte –hablo entrecortadamente.

-No me tienes que pedir disculpas, Andrea. Puedes venir cuando quieras... estas empapada, ven.

Mis pies ya no sienten el suelo y no puedo dejar de llorar, trato de cubrir mi rostro apoyándolo en su pecho, siento vergüenza de mi misma en ese preciso momento, no medí mis actos antes de cometerlos. Ya no siento la lluvia caer y una ola de calor abraza mi cuerpo, siento una superficie blanda en mi espalda y me doy cuenta que estoy acostada en una cama, me hago un ovillo tratando de "ocultarme" de su vista. A pesar de querer no puedo parar mis lágrimas y mis sollozos, ha sido mucho para mí en una sola noche. Mi marido me agredió, cabalgue por primera vez sola, me caí del caballo, tengo una mano herida, el cuerpo esta entumecido y con magulladuras, no puedo parar de temblar por el frió y la invasión de emociones y después de tres semanas veo a Antonio nuevamente, pero en un estado deplorable, sin duda doy pena.

Siento la cama hundirse a mi lado y los brazos de Antonio atrayéndome hacia él, estoy sentada y apoyada en su hombro.

-Por favor, trata de calmarte... no es bueno que estés en ese estado.

-En verdad no quise molestarte, lo siento –me disculpo todavía en un estado que descolocaría a cualquiera.

-No me molestas –siento sus labios en mi cabello- me alegra mucho verte de nuevo, pero no en este estado. No quiero pensar lo que te paso... aunque ya me hago una idea.

Me quedo llorando en su hombro hasta que me logro calmar, paso el dorso de mi mano derecha por mis ojos, Antonio posa su mano en mi mentón y hace que lo mire, luego de tres semanas nuestras miradas se vuelven a cruzar, pasa su pulgar por mi mandíbula y posa sus labios en mi mejilla, dándome un cálido beso.

-Hola –susurra con un indicio de sonrisa.

Logra hacerme gracia y sonrió nerviosa.

-Hola –respondo.

Nos quedamos mirando y tuerce la boca.

-Tu ropa está destilando... no quiero que te resfríes.

-No sería conveniente en esta situación.

-Tengo ropa de Francisca, creo que deberías ponerte algo seco.

-No quiero molestar, ya es mucho.

-No voy a dejar que mi invitada se resfrié.

-No me invitaste, yo llegue sin avisar.

-¡Y que grata sorpresa! Hace semanas que esperaba una... o una respuesta a mis cartas.

Me mira acusatoriamente.

-No quería causar problemas... por cierto, eran muchas.

-Una por cada día... en verdad me alegra poder volver a verte.

Antes de que pueda decir algo se levanta de la cama, desaparece del perímetro y vuelve a aparecer con una toalla blanca en sus manos, se vuelve a sentar y la desdobla. Comienza a secar mi rostro a pequeños toquecitos y luego la pone por sobre mis hombros.

-Ven.

Vuelve a levantarse de la cama y yo también lo hago, sale de la habitación y yo lo sigo tratando de secarme los brazos con la toalla. Corre una cortina y hay otra habitación, me queda mirando para que entre y yo lo hago dudando.

-Cuando mi hermana viene a quedarse conmigo, duerme aquí... también tiene algunas prendas que pueden ser de ayuda.

-No, en verdad eso sería mucho y además podría molestar a su hermana el hecho de que me tome la libertad para usar su ropa, gracias, pero no puedo hacerlo.

-No quiero que mañana amanezcas resfriada, porque si has cambiado de parecer y quieres irte quiero que sepas ahora que no te dejare.

-No quiero molestar...

-Eres muy obstinada, Andrea y es lo primero que tendré que anotar en la lista de cosas que deberías cambiar... no puedes quedarte con esa ropa y desde esta distancia puedo darme cuenta de que estas temblando.

-No quiero molestar, de verdad.

Emite un bufido y camina hasta un mueble de madera, abre un cajón y se vuelve para mirarme.

-Escoge algo para dormir, cuando estés lista me llamas.

Antes de que pueda decir algo sale de la habitación, me siento una invasora y nunca me he quedado en un lugar que no sea mi casa o la escuela de señoritas, por lo tanto me pongo un poco nerviosa. Me acerco cuidadosa al mueble y comienzo a hurgar en las cosas de ¿Francisca? Su ropa es muy sencilla y veo un par de camisones, insegura los tomo y me decido por el rosa, dejo el blanco doblado sobre el mueble. Miro mi mano, esta inflamada y me duele, trato de guardar la calma y con delicadeza comienzo a quitar mi ropa empapada. Miro mis brazos y me quedo inmóvil, hay heridas hechas por espinas y ramas, algunas sangran, otras son más leves. Un escalofríos recorre mi cuerpo y mis ojos comienzan a lagrimear, hace unas semanas mis brazos no tenía ni una contusión, ahora, además de magulladuras tendré que aguantar cicatrices.

Seco mi cuerpo y me pongo el camisón, tomo mi ropa mojada y en una cubeta que hay la comienzo a estrujar, cae una gran cantidad de agua y cuando ya están húmedas, las estiro en una silla, camino hasta la cama aparto las tapas, me siento y me tapo, doy un suspiro aliviada de tener un poco de calor.

-¿Antonio? –lo llamo titubeando.

-¿Ya estas acostada?

-Sí.

-¿Me dejarías pasar?

-Sí.

Antes de entrar mira el entorno y luego se adentra en la habitación con un vaso en su mano derecha, una taza en la izquierda y una toalla por sobre sus hombros, se sienta a mi lado.

-Jugo de naranja para evitar el resfrió y té, para que tu cuerpo se abrigue... estabas temblando.

-Ya estoy mejor, gracias.

Alarga su mano con el jugo, es poco y se me hace fácil tomarlo, aunque me molesta por las heridas de las comisuras de mis labios.

-Gracias –digo al acabar.

-¿Un poco de té? –arquea las cejas.

Asiento con una sonrisa y el me pasa la taza. Esta humeante y sé que me abrigara por completo, mientras lo bebo a pequeños sorbos, siento como mi cuerpo lo agradece. Al terminar le paso la taza a Antonio, él la deja en el buro de al lado y saca la toalla de sus hombros, comienza a pasarla por mi pelo, frunzo el ceño y antes de que se moje más lo detengo, el me queda mirando y yo a él.

-Tienes el cabello húmedo, lo estoy secando –se explica.

Le quito la toalla de las manos y comienzo a pasarla por su rostro y cabello.

-Todavía no te secas, tú vas a terminar resfriado –lo regaño.

Él se queda quieto y una sonrisa se asoma por sus labios.

-No es divertido estar resfriado, Antonio. Deberías ser más cuidadoso, ha pasado mucho tiempo desde que entramos en la casa y llevas la ropa mojada.

El rompe en risa y lo quedo mirando, aleja la toalla de su cara tomando mis mano y me queda mirando.

-Iré a cambiarme de ropa y vendré a ver que tu cabello este seco, no quiero que te duermas con el pelo húmedo ¿Entendido? –arquea una de sus cejas.

A pesar de que hay una advertencia, no es algo que me haría daño. No puedo evitar ver sus ojos, nos quedamos mirando por unos segundos y al caer en la cuenta de lo que estoy haciendo, aparto mi mirada de la suya. Él se levanta y no puedo evitar ver su ropa mojada, está pegada a su cuerpo y me sonrojo al dejar volar mi imaginación, quito mi mirada y por lo menos mi cara se ha calentado un poco.

Después de unos minutos tratando de secar mi cabello Antonio vuelve a entrar a la habitación, con una toalla en sus manos y ropa seca que le queda holgada.

-¿Cómo va tu pelo?

Me encojo de hombros, él se acerca y se vuelve a sentar en la cama, toma un mechón de cabello.

-Está mucho mejor... y tu ¿Cómo estás?

Lo quedo mirando y el a mí, es tan observador que me obligo a quitar la mirada.

-Bien... estoy mejor, estaba un poco asustada, pero ya estoy mejor.

-¿Cómo llegaste aquí?... ¿Qué fue lo que te trajo?

Sé que no debo decirle, no es de su incumbencia lo que pase dentro de mi casa. Aunque debería decirle los inconvenientes que pase.

-Eso no importa, pero paso algo muy traumante. Te aseguro que no volveré a montar un caballo yo sola, me subí y sin querer lo patee fuerte con los talones, el caballo salió disparado y a mitad del bosque se paró en dos patas, me caí y no supe dónde ir. Si uno sale del bosque hay un sauce gigante, lo vi y supe que estaba tu casa cerca, la niebla me asusto y creí estar perdida, pero de igual manera logre llegar.

-Caerse de un caballo puede matar a una persona. ¿En dónde te golpeaste?

-Todo el lado izquierdo, caí sobre mi espalda, pero creo que mi mano izquierda fue la parte que más salió lastimada.

-¿Por qué? –frunce el ceño.

-Dio un crujido y me dolió.

-Déjame ver –se apresura a decir.

-No debe ser nada –trato de no darle importancia.

-Andrea -no hay atisbo de gracia en su voz.

Muevo mi mano izquierda y comienza a doler, trato de no quejarme, pero creo que mi rostro lo dice todo.

-Esta inflamada y caldeada, no puedes decir que no es nada –me regaña.

-No quiero que me regañen más... hoy no –murmuro.

Se queda en silencio, se levanta, sale de la habitación y vuelve con un paño frio, con cuidado toma mi mano y lo deja en la zona inflamada.

-Esto debería mejorarlo.

-En este momento no tengo con que agradecer lo que has hecho por mi... muchas gracias.

-Una buena forma seria no olvidarte de una persona que te quiere mucho y se llama Antonio.

-Nunca me olvidaría de ti.

¿El amor o la infidelidad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora