Primer domingo

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Como hija de divorciados, sólo conocía dos tragedias en mi vida.

Primera, la separación de mis viejos.

La segunda, levantarse temprano los domingos.

Serían tres si contamos el pan dulce con fruta abrillantada, pero no viene a tema.

El despertador sonó a eso de las seis de la mañana. Yo lloraba por dentro, pero ni modo. El lunes había una exposición importante y mientras los demás chicos tuvieron un mes para preparar todo, yo conté con una semana, y ahí estaba, en la cuenta regresiva, faltando apenas un par de horas.

Tenía que hacer una maqueta a escala del sistema solar, que tuviera movilidad y fuera perfecta. La profesora que nos dió la tarea tenía fama de ser de las malas, la peor. Rompía los trabajos que no le gustaban. Rompía tu corazón de yeso y acrílico ahí, frente a tus ojos y con eso, también todos tus sueños.

Afuera todavía no salía el sol, prendí la luz de mi pieza pero aún no era suficiente. Bajé a la sala y me senté en la mesa del comedor para preparar las piezas a escala. Ya tenía memorizada y aprendida la información, y Osvaldo me ayudaría con el mecanismo necesario para que el sistema se moviera. Pero para eso debía terminar con las piezas, y recién estaba empezando.

En la sala estaba Bruno, con una taza de café humeante y dos cuadernillos enormes. Me miró cuando lo estaba mirando fijo y luego de sonreirme, se levantó para sentarse enfrente de mí.

- Buen día -me dijo.

- Hola -le contesté en voz baja.

- Pensé que no te iba a ver hasta las tres de la tarde -mientras tomaba un sorbo.

- No te acostumbrés, que esto es más una excepción que otra cosa.

- Estás sufriendo, tomá -y me alcanzó su taza de café, antes de levantarse para buscar otra.

Tomé un poco y no pude evitar los escalofríos.- Puaj.

Se acercó, riendo.- Te tiene que gustar, ya estás grande y lo vas a necesitar.

Alejé la taza de mí y me pasé el brazo por los labios.- Es desagradable.

- ¿Cuántos años tenés ahora?

- Cumplí los dieciséis en mayo.

- Feliz cumpleaños, entonces.

- Creo que es de mala suerte si lo decís fuera de tiempo.

- ¿Creés en la suerte?

- No.

- Entonces vas a estar bien -y sonrió.

Pasaron dos horas, mis manos ya eran un asco, y mi pelo peor. Cuando me dí cuenta de que era difícil trabajar con el pelo suelto ya tenía todo pegoteado. Puteaba en voz baja a cada rato, porque me fastidiaba. Nunca me habían gustado las manualidades, las repudiaba. Me ponían triste. Y ahí estaba, luchando contra mi instinto de hacerle comer yeso a la profesora y seguir durmiendo.

Bruno me miraba a veces y se aguantaba la risa.

- Tenés yeso en la nariz -y se reía.

- ¿Vos te estás riendo de mi sufrimiento? -mirándolo fijo.

Se quedó serio.- No, para nada. Me parece adorable

Intenté quitarme el yeso y lo conseguí.- Ya no te podés burlar.

Me siguió mirando la cara, el pelo, las manos, el cuerpo completo.- En realidad -hizo una pausa mientras sonreía.

Lo fulminé con la mirada.

- ¿Querés que te ayude?

- ¿Cuál es el truco?

- Nada, no hay truco.

- No pienso hacerte más café -y levanté las cejas fugazmente.

- ¿Un masaje tampoco? -Se tocó el hombro derecho haciendo una mueca.- Estoy con una contractura terrible.

- Está bien, eso puede ser. Pero sólo si me ayudás a terminar la maqueta.

- Hecho.

Bruno tenía talento. Yo básicamente hacía lo mínimo y él avanzaba rapidísimo. Me levanté a hacer café porque tenía más sentido a que me quedará sentada sin hacer nada. Cuando volví me acomodé en la silla que estaba al lado de la suya. Charlamos de todo, de la universidad, del universo, de lo que queríamos hacer con nuestras vidas, de música.

Mamá y Osvaldo se levantaron tarde y los vi sonreír cuando notaron que nos estábamos llevando bien. Supongo que debe ser uno de lo mayores miedos de dos personas adultas con familia que deciden hacer su vida juntos: que no resulte con los hijos. Pero honestamente estaba resultando muy bien. No sé si de la manera que ellos imaginaban, pero yo no tenía ninguna problema con este pibe.

Almorzamos los cuatro en la cocina porque la mesa estaba mugrienta. Después se fueron a pasear y quedamos solos de nuevo.

- ¿Te parece que antes de retomar, descansemos un poco?

- ¿Qué se te ocurre?

- Podés hacerme medio masaje del que me prometiste. Avanzamos mucho con la maqueta -mientras se inclinaba con la silla hacia atrás, porque le daba paja seguir en ese momento.

- Mmmmh -dije, demorándome a propósito.- Bueno, está bien.

- Genial -contestó, y agarrano un almohadón del sofá se acostó sobre la alfombra.

Tenía una remera manga corta blanca de algódon y pantalones de pijama gris. Me senté sobre mis piernas al lado de él y comencé a hacerle un masaje.- Mirá que no soy muy buena haciendo esto.

- Está bien, es mejor que nada -y suspiró.

Seguí así diez minutos, masajeando sus hombros, su espalda, sus brazos. Altos brazos, dicho sea de paso.- Bueno, ya me cansé. Veamos algo en la tele y seguimos con la maqueta ¿si?

Él asintió y nos pusimos a ello.

Vimos la mitad de un episodio de Dawson's creek, pero se aburrió y cambió de canal. Seguimos con uno de La ley y el orden. Estar sin internet hace improvisar, a veces no funciona pero otras, como esta, sí.

Terminamos la maqueta en la tarde y con Osvaldo la acondicionamos para que gire. Bueno, Osvaldo lo hizo. Yo miraba y nos cebaba mates ¿Qué decirles? Era el peor trabajo que me habían hecho hacer en la historia de los trabajos de mierda.

The boy next doorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora