CAPITULO 66-2

264 31 7
                                    


Corríamos en grupo entre los árboles, salteando ramas, rocas y cualquier cosa que se pusiera en nuestro camino. Ya apenas sentía mis pies, pero no paraba, seguía el ritmo de mis compañeros, concentrada en mi respiración, en las pisadas de mis pies, un mal movimiento y podría acabar en el suelo. Nunca creí que sería tan difícil correr por un bosque pero, al ver las tremendas y sobre todo dolorosas caídas de los cadetes que corrían junto a mí, decidí poner mis ojos en todo aquello que pudiera ser un obstáculo para no terminar revolcada en el barro.

¿David y Ruby?

Mi hermano decidió correr a un ritmo más lento, según él, para poder observar mejor y no caer, pero mi pobre compañera de cuarto, cuando apenas llevaba unos kilómetros recorridos, pisó una piedra, torciéndose el tobillo y llenando cada centímetro de su cuerpo con barro.

No era el primer día que hacíamos este tipo de carreras, en la última semana los entrenamientos eran excesivamente duros, nos llevábamos horas y horas torturando nuestros músculos; levantarnos por las mañanas era un auténtico reto.

Cristian había pasado de ser un instructor duro pero comprensivo, a ser el ogro revienta pulmones. Y no, no había vuelto a hablar con él, lo había intentado en un par de ocasiones, la primera en la que toque su puerta, salí corriendo despavorida y la segunda, la buscona de Richelle se me adelantó, ese día tuve que ver como paseaba sus manos por toda su espalda delante de toda la cafetería; por mi mente pasaron todo tipo de maldiciones y unas inmensas ganas de arrancarlo los ojos inundaron mi ser. Aunque, en alguna parte de mi cerebro había una vocecita, la que se preguntaba por qué no había vuelto, ¿Por qué ni me miraba? Preferiría que me bombardeara con preguntas, a tener que lidiar con un silencio que me rompía el alma.

Pocas horas después, cuando aún seguía tirada en el suelo, sentí como llamaron a la puerta, en ese momento mi corazón brincó de esperanza, abrí deseando que fuera él, pero no, era David, y aunque no le dije nada en absoluto, me abrazó y me acompañó todo el día. Lo que me hace plantearme que esos dos ya eran amigos, aunque por las mañanas, cuando sentíamos que los pulmones se harían trizas, mi hermano lo maldecía hasta el cansancio y deseaba que una paloma se cagara en su café y se lo bebiera.

Sí, todos le habíamos deseado tantas cosas, que esa, era insignificante.

Seguí corriendo, aunque mi pierna estuviera manchada de sangre, gracias a una rama, tenía un corte en mi muslo derecho, haciendo que la sangre bajara por mi pierna.

-Estas sangrando, ¿seguro que no deseas parar?-Uno de los hombres que corría a mi lado me miraba preocupado, tendría unos treinta años, musculado y pelirrojo, con unos ojos miel muy bonitos.

-Tranquilo, la sangre lo hace ver peor de lo que es.-Asintió resignado y seguimos corriendo.

Cuando ya podíamos divisar el final del bosque, donde los últimos árboles se quedaban atrás; una camioneta color verde oscuro, con el emblema de la armada pegado a un costado, apareció ante nosotros. Cristian se encontraba sentado en el maletero, con sus pantalones militares y una camisa del mismo estampado, con sus brazos cruzados y un semblante serio.

-Mañana correréis veintidós kilómetros, seguiré sumando hasta que aprendáis a mantener el ritmo, ¡todos!-Gritó cuando los últimos corredores llegaban casi sin aliento.

Me arrodillé en el barro sin poder mantenerme, tenía tanto cansancio acumulado que no me podía mantener en pie.

-¿¡Le he dado permiso para sentarse cadete!?-Oí como gritaba Cristian pero, antes de poder responder, unos brazos me rodearon, cogiéndome como un bebe.

¿Jefe? 1&2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora