Capítulo 4

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Cuando desperté, el aroma a café recién hecho inundó mi habitación y me levanté en automático olisqueando esa suave y atrevida fragancia de los granos de café recién molidos. Frescos. Pero mis piernas se detuvieron cuando mi cerebro recordó dónde me encontraba y la persona que estaba del otro lado de mi puerta.

Preferí meterme a la ducha para así aligerar mis emociones y enfrentar al horrible monstruo que asechaba del otro lado de la puerta. Le aplicaría la ley del hielo y saldría de la casa para no verlo hasta bien entrada la noche, una vez que me asegurara de que él estaba en casa y me dejaría entrar.

Me puso uno de mis trajes blancos y salí en dirección a la puerta de la casa. Pero un rápido movimiento de manos de mi jefe me detuvo antes de que yo tocara el pomo.

—Toma las llaves, no quiero que te quedes esperando—murmuró y yo se las arrebaté sin agradecer.

Caminé tranquilamente hacia una parada del autobús para poder tomar un transporte que me llevara a casa de Frank, ya pasaría por una tienda para llevar alguna botana o algo por el estilo porque me sentía obligada a dejar algo en cuanto yo me fuera de ahí para siempre.

La ruta pasó rápidamente y me recogió en aquella parada oxidada. Tuve que quedarme parada en el pasillo sosteniéndome a los barrotes de metal sobre mi cabeza porque nadie fue lo suficientemente decente como para cederme el lugar. Pero no importa, el fin justifica los medios.

El recorrido tardó porque un taxi y un transporte particular chocaron en plena avenida y a todos nos canalizaron a una vía alterna que estaba atascada de todos los vehículos que habían intentado pasar por el mismo lugar que nosotros y corrieron con la misma suerte.

Por fin me aproximé algunas calles y bajé por tanta desesperación. Al girar mi mirada para inspeccionar a las personas que vivían ahí, me di cuenta de que mi atuendo no encajaba, estaba cerca de un parque y la mayoría de las personas vestían con jeans o pants mientras que yo lucía un hermoso traje blanco ¿qué estaba mal conmigo?, ahora que lo recordaba yo había gastado demasiado dinero en un par de botas y no las he utilizado porque mi ropa no es adecuada para ellas. Esta debe ser clasificada como la compra más inútil de la historia.

Llegué hasta su piso y decidí llamar a la puerta. La única cosa mala que podría pasarme sería encontrarlo desnudo o en alguna situación incómoda, sin embargo eso era matemáticamente imposible en este preciso momento.

Cuando volvía tocar la fuerte puerta de madera tallada a mano, una mujer… ¡era la misma mujer morena del curso!, ella, ella estaba ahí…dentro…dentro del departamento de mi futuro novio, esposo y padre de mis hijos. Estaba dentro del departamento de Frank.

—Hola… Daphne ¿cierto? —musitó con una voz casi sensual y agitó una copa con vino que sostenía entre sus afilados dedos.

—Sí, yo…yo vengo a ver a Frank—tartamudeé tratando de asomarme para poder ver algún rastro de Frank.

—Ha salido a trabajar, ¿gustas pasarle algún mensaje?

—No, no…descuida, yo lo llamaré después—me di la media vuelta y me retiré con los restos de mi recién aniquilada dignidad.

Seguí mi camino hasta que me topé con un pequeño restaurant con comida casera. Tal vez atragantarme con grasa y sus derivados no era una justa solución, pero por el momento calmaría mi enojo y alimentaría a mi estómago carente de algún desayuno.

Me introduje para poder ordenar una hamburguesa con una soda de manzana y de postre una gelatina de uva. Sabía que esta no era la combinación perfecta que toda mujer en proceso de hacer una dieta ordenaría, pero era lo que yo necesitaba para retener mis lágrimas y poder contener mi dispersa ira hacia los dos hombres que gobernaban mi vida.

Crimen a la modaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora