«Cambiar»

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Nunca imaginó ver tan resplandeciente atardecer a esas alturas, y mucho menos encima de un dragón, y para agregar, del más temido para las aldeas.

Al principio tuvo miedo, no por las alturas, sino por que temía caerse. Incluso llegó a desconfiar de la criatura creyendo que esté le tiraría desde lo más alto.

Pero nunca sucedió nada de eso.

Agarra con fuerza del dragón, poco a poco fue acostumbrándose y levanto sus manos para sentir más las brisas y las nubes. Que sensación más libre y maravillosa es la que siente. Un momento que los dos compartieron, siendo tan agradable y nuevo en sus vidas. Después de todo montarse encima de él no fue tan malo.

Bill le lleva a ver a otros dragones, claro sin acercarse demasiado y sólo por un corto tiempo. Y procura no acercarse mucho a las aldeas, por petición del castaño que sin dudarlo hizo caso.

Luego fueron por unos pastizales cerca de un lago, a descansar un poco de la adrenalina y observar el paisaje que mayormente algunos dragones suelen visitar, uno de los pocos terrenos que los humanos no han hecho trizas creyendo ser el nido de éstos. Y por lo visto, ningún otro dragón ronda por los alrededores. Sólo algunas aves por el cielo y una que otra mariposa a lo lejos.

Aprovechando que el lago conserva pescados, los cazaron para merendar.

Dipper con uno sólo le basta, a gran diferencia del dragón que como mínimo le alcanza con unos doce, al menos como su almuerzo. En la noche, más tarde por ahí de las diez u once iría a cazar al pueblo y como postre algunas frutas silvestres.

El dragón espera ansioso a que el chico termine de azar algunos de sus pescados, ya que le gusta más así que crudos y mojados. Albergan un sabor más exquisito y caliente. Al Pines ya ha terminado de comer el suyo, a pesar de que esté si se tomó un poco más su tiempo que con el de escamas doradas.

El dragón se posiciona detrás del humano, quien esta sentado en el frondoso pasto con las piernas cruzadas. Mientras descansa parte de su espalda, cuello y cabeza en el mismo cuerpo de la criatura. Como si de una almohada se tratase y sinceramente, no le molesta para nada dicha posición.

En seguida un pequeño dragón quizás de unos seis u ocho años se acercó aterrizando en el pasto para conseguir comida. Cosa que Bill mira con recelo y precaución.

El dragón se sorprende más por ver al humano posando junto a un dragón, que ver al mismo dragón dorado por ahí. Y con temor y timidez se acerca.

Dipper al notar el interés que trae pues le ha sobrado un pescado crudo, después de pensarlo un poco y y con amabilidad, decide darle el marisco a la pequeña criatura de escamas rojas quién, dudando un poco, acaba aceptando y gustoso lo acepta.

El pequeño dragón agradecido, se acerca al humano recostándose en su regazo. Dipper un poco sorprendido pero con una sonrisa dulce, lo acaricia reflexionando aún más cosas sobre la especie odiada por los humanos. Comparando que en verdad, los dragones no son como su gente lo ve. Y que si ve alguna estrella fugaz algún día, su deseo será que ambas especies se anduvieran en paz de nuevo.

Bill sólo observa con naturalidad y quizás algo de ternura, la acción del castaño en acariciar a la pequeña criatura de escamas feroces, rojas intensas. Más que darle celos, sólo le dia una clase de extraño cariño que quizás jamás pensó en sentir.

Tan raro pero agradable.

Y junto a los presentes, mira hacía el paisaje reflexionando sobre ciertas cosas de igual manera.

Al pasar de cierto tiempo, regresaron dejando al dragón rojo quien igual parte su vuelo de regreso a su propio hogar con su familia.

Quien diría que esta un poco (mucho) feliz junto a un pequeño humano tan curioso (y lindo) como aquel muchacho castaño con una única y especial constelación grabada en su frente.

"Escombros" ■BillDip ■Editada2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora