Lo del Tati

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 Una neblina de humo cubría el lugar. Las risas y las afables conversaciones entretenían. Un vaso de vino o whisky acompañaban días enteros de cada persona. Lo del Tati, un boliche al cual cada sábado concurría sin falta, acompañado de mi padre y hermano, solíamos pasar unas cuantas horas en ese lugar. -Ponéme medio, Tati- El chocar del whisky y el hielo retumbaban en mi cabeza- ¿una coquita?- nos preguntaba, claramente a los mas chiquitos, algo que puedan tomar. El frió de la bebida navegaba por mi garganta y mientras todo ese proceso sucedía, por la puerta principal entraba uno de los personajes que más risa me causaba, el Pampa, era un bebedor frecuente, así lo definiría yo, no borracho. En su estado «cotidiano» siempre me sacaba una sonrisa, alguna pavada soltaba, bailaba o incluso hasta cantaba, los amigos del lugar se reían de él, otra cosa no podían hacer, entre gritos y carcajadas siempre lo intentaban callar pero el seguía- ¿Querés algo?- volvía a preguntar mi padre, yo sonriente le señalaba la tragamonedas- tomá- dejando caer un puñadito de monedas en mi mano, contento me ponía a jugar. Cada vez que jugaba parecía que la suerte me rodeaba, normalmente solía ganar, mientras continuaba en mi aventura por conseguir más moneditas, a mi derecha se encontraba el Mago, luego mi socio, así me solía llamar él, ya que cada sábado que yo jugaba, él también y a veces jugábamos hasta juntos, había formado una nueva amistad. Con el doble de monedas que mi padre me había dado, corriendo me dirigía a él, le mostraba las monedas y siempre me decía "Dale la mitad a tu hermano" no me molestaba compartir, la verdad, pero tampoco me molestaba quedarme con todo lo que había ganado. Volví a sentarme junto a mi padre y así como yo lo hice, uno de sus amigos también, me saludó y comenzaron a charlar, fútbol, la infancia, noticias malas y noticias buenas son lo que normalmente charlaban, yo siempre atento, pocas cosas entendía pero me maravillaba ver a mi padre reírse, enojarse, agradecer y recordar, en todo eso encontraba pasión y es algo que me guardo para mi y me di cuenta en ese momento que mi padre era un personaje más de ese boliche. Llegaba el almuerzo y era momento de irse. Una enseñanza que me llevo, la despedida, y claramente también el saludo, uno por uno, nos hacía a mi hermano y a mi, saludar a cada persona que allí se encontraba. Camino a casa, los estómagos rugían y la siesta no podía faltar. Ya merendados volvíamos a lo del Tati a cerrar la tarde y a abrir la noche, los hijos de Tati se volvieron nuestros amigos y la noche era perfecta para jugar a la escondida y para hacer travesuras, yo escondido, alerta mi padre, él nunca jugaba pero era uno más, ya que siempre estaba atento cuidándonos; nuevamente ganaba en el juego. Ya todos cansados, cuando el pool no estaba ocupado, aprovechábamos a descansar y jugar, algún que otro viejo se reía, otro reprochaba y yo aprendía, otra enseñanza que me llevaba, algunos murguistas llegaban al boliche y como no, mi padre me los presentaba, carnaval, murga, Margarita era su nombre, un poco de cultura mi padre me transmitía con cada integrante que me presentaba. Que más puedo decir, no era un buen lugar para un niño, viví cosas buenas como malas en ese boliche, pero todo lo que aprendí y me dejó, es gracias a mi padre.

Sin ConexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora