Prólogo

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  Son las siete de la mañana y llevo más de hora y media sentada en la cama esperando a que suene el despertador. Mientras tanto, me dedico a jugar con una pequeña bola de fuego azul cobalto que surge de mis dedos. La muevo de derecha a izquierda con mis nudillos, pero no me quema. Mis zapatillas blancas se vuelven celeste neón a la luz de mi lumbre. Tengo un dolor agudo en la sien, supongo que de no haber dormido nada esta noche. ¿Cómo iba a hacerlo, de todas formas? Hoy cambia todo, hoy empieza mi Prueba.

  En realidad no sé por qué estoy nerviosa, ni qué puede salir mal. Estoy acostumbrada a cazar, llevo haciéndolo prácticamente desde que nací, pero mis padres no paran de advertirme lo peligrosa que puede llegar a ser la experiencia. Sin embargo, no puedo dejar de verlo como un mero ritual de iniciación, una especie de fiesta de fin de curso. Quiero decir, cinco adolescentes viviendo solos en algún lugar del mundo, enviados para limpiar el terreno de vampiros, hombres lobo y demás bestias. Cuando volvamos, ya no seremos aprendices, sino, de manera oficial, cazadores. Detractores de lo oculto, colaboradores de la paz.

  Deslizo el dedo por la pantalla del móvil, antes de que suene la espeluznante canción que me despierta cada mañana. Estrujo el fuego en mi mano hasta que desaparece. Corro escaleras abajo, sabiendo que mis padres aun no habrán llegado del turno de noche. Reviso todas las maletas y repaso para averiguar qué es lo que me falta. Me voy tres meses, y tres meses, es mucho tiempo. Escucho la llave de mis padres encajar en la cerradura y seguidamente, entran ellos.

-¿Ya estás aquí? -Me pregunta mi madre, apenas con expresión en la cara.

  Es la que entra primero. Va bien vestida, con falda y tacones altos, luciendo curvas de la manera más elegante y femenina posible. Es fácil dejarse engañar por ella y su maldito e irresistible estilo. La segunda alma de esos tacones es ser cuchillas desplegables, dentro de su bolso de cuero no lleva más que armas de fuego y dinero en fectivo. Después de ella, entra mi padre. Él es piromante, como yo, y sus ojos son azules, igual que los míos. Pero mi fuego es azul y el suyo, negro.

-El vuelo sale en dos horas -dice mi padre suspirando-. Todo saldrá bien, no estés nerviosa.

  Sé que llevan toda la noche dándole vueltas al tema de la Prueba.

-No lo estoy -digo rápidamente-. Lo haré bien, he tenido unos profesores increíbles.

Mi padre me abraza, y sus biceps tatuados son tan grandes como el hueco de mi cuello. Mamá tiene los ojos aguados y no me gusta verla así, pero me ha repetido muchas veces que ella lo pasó bastante mal en su Prueba. Entiendo lo que siente ahora. 

-Ten mucho cuidado, Lume. Esto no es un juego, lo digo en serio- dice ella-.

-Lo sé, mamá, lo sé. Me lo has dicho muchas veces.

-Todas son pocas.

-Y recuerda,- añade mi padre- si te toca enfrentarte con un demonio, nada de batallitas cuerpo a cuerpo, sé que te gustan mucho los puñetazos. 

-No quiero ni oír esa palabra. -Digo tapándome las orejas y sonriendo, para evitar el tema de los demonios.

  Dos horas después, me estoy despidiendo de ellos. Alejándome poco a poco, viendo como llora mi madre y mi padre dobla los pies hacia afuera, de brazos cruzados y cabizbajo. Cuando me monto en el avión. Inexplicablemente, me inunda una sensación de libertad. En mis diecisiete años, no he hecho nada por mi misma. Y ahora es el momento.

Hoy es el inicio del resto de mi vida.


Cazadores: Fuego AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora