CAPITULO 4: funeral antes del gran viaje.

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Pasaron cinco días y a la mañana del sexto recibí un mensaje de la madre de Mako quien me invitaba al funeral de su hija, será por la noche donde habrá un velorio para después ser enterrada al siguiente día por la mañana, creo que ya tengo ocupado el fin de semana. El funeral era en su casa, hace años que no la visitaba y no veía aquellos dos pisos de ladrillos rojos; tenía cuatro ventanas en cada piso, parecía la típica casa americana que se ven en las películas, de techo inclinado con apariencia pintoresca de no ser por que en sus paredes se alzaban enredaderas que cubrían el frente de la casa como dedos esqueléticos que parecían querer estrujarla.


Al final no quería ir pero mi mamá insistió y nos dirigimos a aquella casa a las siete de la noche, ya cuando empieza a oscurecer.


Al llegar pude ver que en la calle frente a la casa había gran variedad de carros estacionados, no creo Mako haya conocido a tantas personas. Tocamos la puerta blanca y nos abrió su padre, tenía la cara cansada, los ojos rojos y enmarcados por un par de ojeras negras, como las de un Mapache.


-buenas noches -lo saludó mi mamá-, Bueno... pues.


Creo que ni ella sabe que decir a la hora de llegar a un funeral.


-Buenas noches -le devolvió el saludo-, supongo que usted es la madre de Edmund.


-sí, así es -le contestó mi madre-. Lamentó tanto lo que pasó con Mako, pero cualquier cosa que necesite usted y su mujer estamos Edmund y yo para apoyarlos.


-aprecio su gentileza y preocupación -nos respondió y abrió más la puerta para invitarnos a pasar-. Por favor, pasen, hay café y refrescos en la cocina.


Mi madre simplemente agradeció con la cabeza y entramos a la casa. Dentro había muchas sillas, la mayoría vacías, había sólo unas pocas personas, la mayoría gente adulta, que supongo eran amigos de los padres de Mako y familiares, aunque no le conocía ninguno la verdad. Mientras pasábamos por lo que parecía ser una sala pude ver un ataúd blanco, con arreglos plateados que brillaban y parecían brasas blancas a la luz de cuatro velas y frente al ataúd descansaban las pocas flores que se habían juntado, rosas en su mayoría y muy pocas margaritas.


Nos dirigimos a la cocina donde pasamos gran parte de nuestra estancia, tomando café y comiendo galletas hasta que mi madre pudo armarse de valor para decirme:


-ven, vamos a ver a Mako para que te despidas de ella.


-¿qué? -le pregunté sorprendido pero cuando me di cuenta ya me estaba jalando fuera de la cocina.


-no puedes estar metido aquí toda la noche -me dijo mi madre viendo que ponía resistencia.


-pero tampoco puedo verla -le replique al ver como sus pies se dirigían a la sala donde, desde un pequeño hueco entre una persona y una esquina, puede ver el pequeño ataúd, cuando paso eso quede petrificado y frío como si hubiera visto el horror más grande.


-vamos, Edmund, solo despídete de ella... vas a verla pero parecerá que está dormida, solo dile adiós.


-pero -le dije buscando una excusa-... no puedo.


-Edmund -me contestó ella, intentando razonar conmigo-, ustedes eran amigos, muy buenos amigos.


-precisamente por eso -le musite con un nudo en el estómago que me comía-, no puedo hacerlo.


-será la última vez que la verás -termino por decir, para convencerme.


Me pare en seco y aunque mi madre parecía jalarme con fuerza no me movía. Pensé un momento con la mirada gacha, mil y una probabilidades pasaron por mi mente.

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