CAPITULO 5: Un vestido rojo que vi una mañana de hace 10 años.

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    Una suave brisa fría me golpeó la cara cuando abrí los ojos, podía ver por la ventana el otoño.
    —Edmund —mi madre toco a la puerta—, ¿ya estas listo?
    —¿Eh? —pregunte algo confundido, siempre me pasa cuando viajo muy atrás, pero nunca lo había experimentado así.
    —¿qué si ya estas listo para ir a la escuela? Es miércoles y toca escuela.
    —ouh —dije aún más confundido en especial al oír mi voz de niño molesto, no la recordaba así.
    —¿te sientes bien? —me pregunto mi madre, entrando a la habitación para tocarme la frente—, no te ves muy bien —me dijo bajando la mirada al escritorio—… ¿pero qué es esto? —me pregunto con un tono dulce y alegre.
    Baje la mirada para ver el diario y me topé con el escritorio, se veía tan diferente, el negro de su madera aún se veía brillante y sin ninguna ralladura, parecía estar nuevo.
    —es un diario de recortes que estoy haciendo —le conteste automáticamente comisión alguien más moviera mis labios—, de grande quiero ser reportero y quiero ver cómo lo hacen los verdaderos reporteros.
    —¿enserio? —me contestó agachándose y luego sosteniéndose sobre sus rodillas dejando caer unos mechones cortos que taparon su cara— eres un niño increíble, Edmundo.
    —gracias, mama —hace mucho no le decía así.
    —pero bueno, si te sientes bien vámonos que se nos va a hacer tarde, no quiero que no te dejen afuera por llegar después del toque… otra vez.
    Me puse de pie casi de un brinco, la silla me quedaba algo grande, y empecé a seguir a mi madre que ahora parecía más alta y grande, mucho más joven, hasta podía decir que más feliz.
    —tu mochila está en la sala —continuo, bajando por las escaleras—, no la olvides otra vez, no me gusta que el maestro me diga que le tuviste que pedir una hoja y un lápiz a Mako —al oír eso pase saliva, por un momento olvide lo que hacía aquí—. Hablando de ella, ¿hoy vendrá a jugar?
    —este… no lo sé —le respondí tomando la mochila del sillón.
    —Edmund —me dijo mientras se giraba y se agachaba para verme de frente—, ¿No te sientes mal? Si es así puedo ir a la escuela a justificar tu falta.
    —me siento perfectamente bien —le conteste ajustándome mi pequeña chamarra— y no puedo faltar hoy, tengo algo muy importante que hacer.
    —¿Seguro?
    —sip —le conteste y me dirigí a la puerta para abrirla—. ¿nos vamos?
    —claro —me dijo esbozando una dulce sonrisa en su rostro.
    Salimos de la casa y caminamos por el patio hasta la banqueta donde gire hacia la derecha para esperar el autobús.
    —Ed, ¿A dónde vas? —me pregunto mi madre al ver que partíamos caminos.
    —a esperar el autobús.
    —¿Cuál autobús? —dijo, aún más confundida— Sabes que el autobús no llega tan arriba, se queda en los pies del cerro.
    No recordaba nada de eso.
    —¿entonces como me vas a llevar a la escuela? —le pregunté algo perdido, caminando de regreso.
    —en el carro —me contestó sacando unas llaves, que brillaban como una plata sucia al brillo del sol, y abrió la puerta de un carro estacionado frente a la casa.
    No recordaba que tuviéramos un carro.
    —súbete —me invitó mi madre abriendo mi puerta desde adentro—, apúrate, se nos hace tarde.
    Me subí al asiento junto a ella y me puse mi cinturón, mi madre intento arrancar y el viejo auto no quería pero se vio obligado a hacerlo en el tercer intento, pero no sin antes quejarse con un motor ruidoso que resonó en toda la calle como caballo alterado.
    Emprendimos nuestro camino cuesta abajo del Cerro donde estaba nuestra casa, mi madre conducía lento pero de vez en cuando soltaba el freno y dejaba que el carro se deslizara por la calle. Yo iba viendo por la ventana, veía como todas las casas se veían diferentes, no nuevas pero si menos viejos, es algo extraño que la nostalgia me invada por algo que estoy viviendo en el momento; todo el panorama me despertaba recuerdos que hasta el momento no habían salido a flote en mi mente, pero recordé en especial la razón por la que llegaré tarde hoy a clases.
    —mamá —le llame viendo hacia el frente.
    —¿Qué pasó? —me pregunto sin despegar la mirada del camino.
    —¿Crees que nos podamos ir por otro lado? —le pregunté intentando no sonar muy raro.
    —¿Por qué? —me pregunto algo extrañada por la pregunta.
    Por unos cortos segundos intente planear una excusa para que me hiciera caso, pero ninguna quitaba el hecho de que eran excusas raras, así que dije la verdad:
    —adelante hay un policía y lo más probable es que nos detenga por el ruido que hace el carro y si nos detiene llegaré tarde a la escuela.
    —¿Qué? —me pregunto mientras bajaba la velocidad a la que iba el carro por la bajada tan pronunciada.
    —hem… bueno, a estas horas siempre hay policías en las calles y cerca de las escuelas.
    —te estas portando muy extraño el día de hoy, ¿Sabes? —me contestó mientras ponía las direccionales del carro y se metía a una calle a su derecha— fingiré que no te hice caso y que me tengo que desviar por razones ajenas a tu advertencia.
    —gracias —le conteste sintiéndome más tranquilo.
    Hoy había llegado tarde a la escuela y me habían castigado por eso dejándome salir quince minutos tarde a la hora de la salida, es un castigo irónicamente innecesario pero ese era, lo cual me había hecho hacer esperar a Mako mucho tiempo y su mamá se había enojado con ella por eso, miento… no sólo era eso, unos niños también salían tarde y nos vieron, me vieron hacer el ridículo.
    Al final mi madre tomo una pequeña desviación y gracias a eso llegue a tiempo, casi poniendo el pie para que no cerrarán.
    —¿Llevas tu tarea? —me pregunto mi madre antes de dejarme entrar, con su pie aún en la puerta.
    —¿tarea?
    —llevas una semana diciendo que te dejaron una tarea y que tenías que pegar tres hojas y escribir algo, en la que no me dejaste ayudarte.
    —este —intente hacer memoria y recordar de que me hablaba, y lo logré—… sí, la traigo en la mochila —hablaba de un pequeño cartel que había hecho para la ocasión con Mako, ya sabrás a qué tipo de cartel me refiero.
    Entre a la escuela y corrí a mi salón llegando junto al maestro, en pocas palabras, no hay castigo alguno para mí.
    No recordaba donde me sentaba, en especial cuando hay tres lugares vacíos en el salón.
    —¿qué paso, Edmund? —me pregunto el maestro… Alex, recuerdo que se llamaba— ¿por qué no te sientas?
    —es que intento recordar si traje la tarea —me excuse examinando los asiento, intentando recordar en cual me sentaba.
    —sabes que yo no dejó tarea —me contestó poniendo su maleta sobre el escritorio de metal— y siéntate donde quieras, hoy tienes ese permiso ya que no hay asientos cerca de la señorita Moundlanden.
    —Ea —hoy que los niños empezaban a aullar (no literalmente) a mis espaldas.
    —gracias —le conteste después de sentirme un poco incómodo por lo anterior. Malditos niños, pero ya los veré a los dieciocho.
    Pase a sentarme en una butaca casi hasta el frente y al parecer me sirvió solo para recordar que no traía mi diario, hoy por primera vez en tres años estoy solo. Estaba sacando mis cosas, mis lápices y una libreta cuando la vi, vi a Mako Moundlanden  cuando era una niña de ocho años, ha decir verdad no ha cambiado casi nada, en este momento tiene la misma cara redonda con sus rasgos que la hacían parecer una muñeca de porcelana más que una niña de carne y hueso, su piel blanca ayudaba aún más en aparentarlo, también seguía con su pelo corto, el famoso corte de honguito que dejaba caer su flequillo como una suave cortina de agua sobre sus pobladas pero estilizadas cejas sobre esos ojos almendrados de color negro.
    —¡Edmund! —me llamó la atención el maestro golpeando con el borrador sobre su escritorio haciendo rebotar el ruido por las cuatro paredes del salón, para luego decirme un poco más calmado:— ¡pon atención y deja de ver a Mako!
    —Ea —volvieron a aullar los niños. Malditos.

    A final de cuentas fue un día poco interesante, vimos cosas que hasta cierto punto ya las sabes de memoria, como las tablas de multiplicar y esas cosas, de hecho sorprendí a mi maestro al decirle la tabla de ocho trabándome solo dos veces. Podría decir que lo interesante fue la clase de geografía y solo eso, bueno, tal vez el receso fue interesante, hace mucho que mi mamá no me mandaba el almuerzo en una bolsita ziplock, un sándwich de jamón Iveltan.

    —¿Dónde estuviste durante el receso? —me pregunto una tímida voz mientras guardaba mis cosas cuando las clases se acabaron.
    —¿Eu? —conteste algo despreocupado sin reconocer aquella voz, mientras alzaba la mirada.
    Frente a mí estaba Mako con un bonito vestido rojo que caía hasta sus rodillas.
    —te estuve esperando para comer —me dijo sosteniendo su pequeña mochila café frente a ella.
    —este —le dije un poco nervioso, no por verla sino por que no tenía excusa que darle, donde pude haber estado durante treinta minutos, para el baño es mucho tiempo y no compre comida—… perdón.
    —no importa —me dijo dibujando una pequeña sonrisa chueca—. ¿Nos vamos?
    —claro —le respondí poniéndome de pie.
    Salimos del salón a paso rápido o lo más rápido que nuestras pequeñas piernas podían dar.
    —hace una semana dijiste que me ibas a dar algo —me dijo cuando caminábamos por el patio de la escuela—, ¿Qué es?
    —¿darte algo? —le pregunté e inmediatamente recordé el pequeño cartel en mi mochila que decía: quieres ser mi novia (sin símbolos de interrogación).
    —sí —me contestó acentuando con la cabeza—, dijiste que era una sorpresa.
    —tal vez te confundes —le dije intentando pensar en otra cosa—, te dije que te iba a decir algo…
    —yo recuerdo otra cosa.
    —recuerdas mal — le conteste sin dejar de caminar a la salida.
    —no es cierto —me contestó con una voz infantil, porqué pues, es una niña.
    —sip.
    —no.
    —sip.
    —¡Qué no! —casi grito con una voz aguda y enojada.
    —¿Quieres saber que te voy a decir o no?
    —ya dime pues —me contestó bajando un poco la voz.
    —¿Vas a ir a jugar a mi casa? —le pregunté con una medio sonrisa en mi boca.
    —sabes que sí, Edmund —me respondió sonriendo nuevamente, como si nunca se hubiera enojado, no recordaba que sonriera tanto.
    Saliendo de la escuela nos quedamos esperando a mi mamá en la entrada pero no llegaba aún sabiendo que estábamos solos. Al pasar los minutos un pequeño grupo de niños salió de la escuela, no eran más de seis, dos niñas y el resto eran niños, de esos típicos niños molestos.
    —Edmund —me dijo unos de ellos al pasar junto a mí— ¿ya te vas con tu novia?
    Como una persona madura de dieciocho años lo ignore por completo intentando no caer en una provocación, no me animo a hacer algo como iniciar una pelea, aunque sea verbal sin mi diario.
    —¿Ya te vas con tu novia, Edmund? —se regreso a decirme al ver que no le había contestado.
    Seguí ignorándolo.
    —¿no me oíste?
    Seguí ignorándolo.
    —no somos novios —alzo la voz Mako, intentando defenderse.
    —no estoy hablando contigo, lunática —le contestó el niño dándome un pequeño empujón hacia atrás—, estoy hablando con tu novio que al parecer es sordo.
    —ahora estas hablando conmigo, im-imbecil —le replicó ella devolviéndole el empujón para después abrazar mi brazo.
    —hooo —bufaron los niños al oír que Mako dijo una grosería para ellos.
    —primero aprende a hablar bien, lunática.
    —perdón, pero te podrías ir —le dije al ver que las cosas se estaban calentando un poco.
    —ah, no eres sordo —se burló.
    —no, pero veo que tú sí ya que no te vas.
    —¿y qué si no lo hago? —replico parándose enfrente mío, como boxeador regando a su oponente antes de una gran pelea.
    —¡niños! —hoy que grito me madre desde atrás.
    —me das pena, Edmund —me dijo y se dio la media vuelta para regresar a la escuela.
    —¿Edmund? —me llamo Mako al ver que mis piernas temblaban.
    —¿Estas bien, Ed? —me pregunto mi madre corriendo hacia mí.
    —estoy bien…
    —Mako, ¿Estas bien?
    —sí, gracias —le contestó, con la voz quebrada por los nervios—… hem, Edmund me invitó a jugar a su casa, ¿está bien si voy?
    —claro Mako, sabes que eres bienvenida a nuestra casa cuando quieras, en tanto tus padres sepan.
    —s-sí lo saben —le contestó tartamudeando como si los nervios se la comieran.
    —entonces vámonos, no quiero volver a ver a esos niños, no quiero regañarlos.
    Mientras caminábamos al coche Mako me sostuvo de la mano cuando cruzamos la calle y no me soltó hasta que nos sentamos.
    —Mako —le llame sentado en la parte trasera del carro.
    —dime —me contestó poniéndose el cinturón de una manera torpe ya que no podía meter la hebilla en su lugar.
    —¿por qué te dijo lunática? —le pregunté mientras la veía intentando ponerse el cinturón.

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