Prólogo

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Ella sintió un escalofrío de anticipación. Subieron lentamente las enormes escaleras de la capilla, ella se preguntó vagamente porqué tantas escaleras. Miró a su alrededor y le llamó la atención un caballo medio escondido en el bosque que bordeaba la iglesia. Sonrió con pesar. Cuando a su vista aparecieron los invitados y su decrépito futuro marido, se sintió apabullada.
  Por un inédito momento se había convencido que era lo mejor; pero ese momento se disipó en el justo momento en que su hermano la tomo del brazo y la condujo por el pasillo lleno de flores y aroma a rosas para encontrarse con su futuro marido. Mientras caminaba tomada del brazo de su hermano y veía los invitados y su propio prometido sentía esa urgencia de salir. No lo pensó dos veces y se paro en seco en medio del salón. La música dejó de tocar cinco segundos después de que ella parara, miro a Matt que sonreía de manera petulante y dirigió una mirada de disculpas por todo el salón. Todos la miraban desconcertados mientras se agachaba, tomaba la falda y salía.
    Salió corriendo de la capilla. Bajó las enormes escaleras a paso vivo, levantando en sus manos la enorme falda de inmaculado blanco. Se dirigía al bosque donde había visto el caballo, mientras que el suelo irregular la hacia tropezar con alarmante regularidad.
   Una vez que llego tomo la yegua color beige y la desato de la rama en la que estaba, miro hacia adelante y vio el recorrido que había hecho y se sorprendió a si misma. Lo hizo a tal velocidad que era increíble que lo hubiera hecho una mujer con un vaporoso vestido blanco, con capas incontables de enaguas.
  Vio la horda de invitados que salían de la casa como hormigas. A su distancia sabia que ellos también la habían visto. También vio  a un hombre empezar a correr en su dirección.
   Dijo una maldición, extraño y desubicado en el vocabulario de una dama y jadeó con fuerza mientras trataba de subir al caballo levantando las pesadas y demasiadas enaguas del vestido blanco y acomodando el pie en el estribo. Una vez que se hubo acomodado tomó las riendas de la yegua y la incitó a correr. Sintió en sus muslos como la yegua tomaba impulso, dejando atrás a su futuro marido y a toda su familia. Sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, pero algo más fuerte que ella la incitaba alejarse del lugar que acababa de escaparse.
   Mientras corría enloquecida arriba de la yegua de lado contrario de la casa principal pensó en qué iba a hacer ahora. En su primer momento no lo pensó.  Conocía el bosque por el que corría como la palma de su mano. Sí, había paseado por esos bosques desde que había llegado a Hampshire y montando la misma yegua que la había sacado del atolladero. No sabia exactamente cuanto tiempo había estado corriendo la yegua pero se dio cuenta de que tanto la yegua como ella estaban fatigadas, sentía los músculos agarrotados por la tensa postura que había tomado a causa de la desesperación de querer escapar. Hizo que la yegua aminorara el paso y cuando por fin se detuvo en un pequeño lago que pasaba por unas millas de la casa principal se pudo ubicar en el tiempo presente y se dio cuenta del enorme problema que había creado. Seguramente la estarían buscando, no le importaba. Se arrodillo vencida en la hierba, sin importarle siquiera ensuciar el blanco inmaculado de la falda, las piedras preciosas bordadas a mano y los intrincados diseños que bajan de su corsé hasta el último centímetro de tul. Se quito las horquillas del pelo, junto con las flores y las perlas, que cayeron al suelo. Su hermoso pelo castaño claro ondulado a causa del peinado, cayo en cascadas hasta la parte baja de su cintura. Se quito los guantes y se froto la cara en un obvio gesto de querer sacarse todo el maquillaje que contenía.
  Se miro las manos con la mente en blanco. Vio las manchas de tierra, las uñas sucias y rotas. Ya no tenia mas ganas de nada, había perdido todo, lo había dejado todo. Jamás había entregado nada sin pelear, había peleado por su vida, por dinero, propiedades, todo. Pero jamás entrego su corazón, en realidad, ni siquiera tuvo tiempo de negociarlo. La pillo desprevenida, con la guardia baja. Nunca tuvo la oportunidad. Trataba a los hombres como números, porque a eso se había reducido su vida desde los quince años. No había conocido el amor, solo el amor que con los años se fue forjando con Matt, pero después nada más. Había elegido a amar a muy pocas personas, Peter era uno de ellos. Pero ni los años habían podido quitarlo de su corazón, de sus pensamientos. Pero llego un momento en que se había cansado de pelear contra todo, era una pesada carga que llevar a cuestas. No podía negar mas lo que sentía, lo amaba indebidamente, intensamente y ese amor jamás se había apagado, ni siquiera en los diez años que llevaba sin verlo. Su cuerpo anhelaba el contacto de él, cada mirada que él le dedicaba era un bálsamo para su alma, cada caricia que había recibido era un recordatorio que era capaz de amar, que una vez amó. No importa si no fue amada por él, ella igual aprendió que era capaz de amar. Y eso lo convertía en objeto de amor, porque cuando uno ama sinceramente, quiere la felicidad del otro, no el sufrimiento. Cuando uno ama realmente, no importa si ese amor es recíproco, lo que importa que el objeto de amor sea feliz, porque el simple hecho de amar demuestra a uno mismo que algún día también puede llegar a ser un objeto de amor, y eso es a lo que uno aspira, a amar y ser amado.

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La Reputación De Amanda ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora