Capítulo 3

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    Amanda llegó a Nueva York, después de tres meses de ausencia, su amigo Mathew Page, la estaba esperando.

  Lo había conocido a la edad de dieciséis años, cuando ella luchaba para salir adelante y él era el hijo de uno de los hombres más acaudalados de Nueva York. Él tenía dos años más que ella en ese momento y con una infinita cortesía le pidió una hora de su tiempo, y mientras ella comenzaba su discurso sobre su valor, él le cortó y le dijo con seriedad:

— No me interesa acostarme con usted. Solo quiero saber porque se acuesta con mi padre. – Y viendo como ella abría unos ojos como platos le dio unas cuantas monedas. —  ¿Basta para decirme el por qué?

    El dinero que le ofrecía no era tanto como para una hora pero ese muchachito desgarbado le dio gracia. Y mientras tomaban café, se sentaron en la destartalada mesa que tenia, a la que él no parecía hacerle ascos, como la mayoría de sus clientes, él la escucho con atención mientras le explicaba su situación, y ella divertida hizo lo mismo mientras el se quejaba sobre la vida llena de obligaciones que tenía . Y así empezó, una vez a la semana se veían, y a él nunca le importo lo que hacía o como, se alegraba por ella y le conseguía clientes. Y cuando se graduó comenzó a ser su abogado. Él estuvo presente y festejo con ella cada logro y cada centavo que ganaba, él fue el único constante en su vida y en su ascendencia a la clase alta y fue gracias a el que ella aprendió algo de educación en la mesa, y él aprendió de ella su cinismo, y darle la espalda a las habladurías. Ella le enseño a disfrutar de las cosas buenas de la vida, como el juego, las obsesiones con algo y el trabajo duro. Y ella estuvo presente en sus derrotas, pérdidas, ganancias financieras y fue presenciando como se convertía en un calavera increíble. Le encantaban las mujeres de la misma manera que a ella le gustaba el dinero, una vez que empezaban (él con las mujeres y ella con el dinero) nunca paraban. Pero a pesar de todos los años juntos, jamás habían compartido una cama. Bueno esa no seria la palabra, habían dormido en la misma cama, sí. Pero cuando ambos estaban tan borrachos como para no mantenerse en pie. O cuando fueron a Irlanda y hacia tanto frio que compartieron la cama pero por el calor corporal, pero nunca se habían tocado un pelo. Él fue el único caballero que Amanda conoció en su vida, cuando ella le insinuó que él se podía enamorar de ella el muy claramente le dijo:

— Para mi eres como una hermana. – La miro raramente. — ¡Nooo! Ni siquiera como mi hermana, tú eres mi hermano, mi amigo, eres mi flanco cuando te necesito. Eres mi mejor amigo Mandy. No te veo como mujer, eres como un pequeño hombrecito que me acompaña siempre. ¿Y tú, te podrás enamorar de mí? ¿Verdad que no? No me gustaría acabar nuestra amistad por tus débiles sentimientos.

 Y había estallado en carcajadas. Y ella le aseguro que sentía lo mismo hacia el, aunque no que el era una mujer claro. Y así había sido, el siempre iba donde ella estaba, como dos inseparables compinches, se contaban hasta lo mas intimo. La relación que tenían era muy cómoda, el la trataba como uno mas de ellos, de hecho el grupo que el se movía la trataba así, como si fuese uno mas del grupo, y hasta hablaban ellos dos de sus intimidades con gran desenvoltura, como si estuvieran hablando de un juego de mesa. Mandy se abalanzo corriendo hacia el que la esperaba con los brazos abiertos y sonriendo. Vio su hermoso rostro y sintió una gran felicidad. Matt era un hermoso hombre, simpático, carismático y cínico. Tenía uno de los cuerpos más deseados de Brown Street, y su rostro era un caso aparte. De rasgos suaves, pero severos. Una mandíbula cuadrada, con una nariz puntiaguda, demasiado hermosa, de pelo color castaños y para rematarla unos ojos color marrón, como la tierra húmeda. El la alzo en vilo como una niñita y  giro unas cuantas veces, a la vez que ella enredaba sus piernas en su cintura. Se miraron con verdadera satisfacción durante unos momentos.

— ¡Te extrañe animalejo! – Le dijo él mientras se sonreían.

     Se había ganado ese apodo cuando ambos habían salido a pescar junto a un grupo todo de hombres y ella sola, claro. Y mientras ella miraba las musarañas, él le había estampado el pescado a la cara que aun estaba vivo, y mientras el reía ella gritaba alarmada pidiendo que le saquen a ese animalejo de su cabeza.

La Reputación De Amanda ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora