Capítulo 8: Una forastera en bragas

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 Es domingo por la tarde. Afuera sigue lloviendo y las luces han estado fallando. Estoy desnudo de la cintura hacia arriba. Todavía tengo el sabor del vómito en la boca y sigo sentado en la mesa del comedor viendo páginas manchadas de sangre. Se trata del diario de una mujer muerta. Trabajo extra.

Paso las páginas, una a una, ante mis ojos y no logro concentrarme. En lo único que pienso es en el paradero de Donovan. La  obsesión crece dentro de mí como un monstruo maniático que se come mis entrañas. El insomnio, la angustia, la ira, sé que todo terminará el día en que pinte el parachoques de mi jaguar con las vísceras de ese malnacido. Cada vez es más difícil discernir entre la motivación por  justicia y las ganas de venganza. Donovan, el maldito Donovan, casi puedo escuchar su risa.

—No —susurro cansado, estrujándome los ojos con los dedos—. Hay otro asesino, mató a esa muchacha, la torturó y le cosió los ojos. Esa chica también merece justicia.

Me levanto y voy al baño. Enciendo el grifo, mojo mis manos y me doy palmetazos en la cara.

«Tranquilízate, Tony, concéntrate, ¡maldita sea!.»

Regreso a la sala.  De un cerro de basura y ropa sucia rescato mi vieja pizarra de corcho. En ella está pegado un mapa de la ciudad repleto de chinchetas que marcan diferentes sitios de interés. La cuelgo,  extraigo la chincheta que marca la Zona Industrial y la utilizo para pegar el mensaje de Donovan en una esquina de la pizarra.

    Los Selenitas despiertan cuando su madre los llama. Sé que te gusta pensar, pero será más fácil preguntarle a ella.

« ¿Preguntarle a ella? Tiene que ser el diario.»

«La pizarra es muy pequeña para este montón de mierda.»

Voy a la cocina, reviso las gavetas y hallo un viejo carrete de cuerda, media botella de whisky, un pequeño lápiz de grafito y un paquete de galletas saladas con la fecha de vencimiento borrosa.  

Después de un rato cinco cuerdas horizontales  cruzan la sala de un lado a otro cual hilos de telaraña y cuelgo las páginas en ellas tal como un ama de casa colgaría prendas recién lavadas con sangre.

Gran parte del diario de Evelyn es ilegible. Aun así, busco una linterna y una libreta en mi habitación y me paseo en la sala iluminando página a página, leyendo nuevamente, intentando reconstruir las palabras que han sido mutiladas por las manchas rojas.

Las hojas de papel se tambalean sometidas a la voluntad del viento que se cuela por las ventanas. Me detengo en aquella primera página que leí en la habitación. La arranco de la cuerda y la llevo  a la pizarra, quito la chincheta amarilla que marca El Zoológico y pego la nota junto al mensaje de Donovan.

Marzo 23

 Esta habitación me enferma, siento que voy a enloquecer si no salgo de aquí. Robert está insoportable desde que el doctor le dijo  de mi estado, dice que lo primordial es mi salud y la del bebé y que debo guardar reposo hasta que el niño nazca. Pienso que tiene razón, pero también creo que exagera demasiado en sus cuidados. Antes al menos podía caminar por la casa y pasear en el campo de rosas. Sé que lo hace por nuestro bien; pero si no salgo, es mi salud mental la que corre peligro. Aquí me volveré loca. Esta mañana, por ejemplo, me pareció ver la sombra de alguien en la ventana. Ignacia dice que la fiebre me hace ver cosas que no existen y no sé si me angustia más estar siendo acechada  o que Ignacia tenga razón. Lo que vi fue tan real, ¿será que ya enloquecí?

SATANIA-Nido de BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora