Sabe el cielo que nunca debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas, porque son la lluvia que limpia el polvo cegador de la tierra que cubre nuestros endurecidos corazones. Me sentí mejor después de haber llorado, más apenado, más consciente de mi ingratitud, más afectuoso.
Charles Dickens
Louis estaba a punto de enloquecer.
Cada movimiento de las agujas del reloj hacía a su corazón latir desbocado, podía sentirlo incluso en su garganta, el sonido inundaba sus oídos y lo dejaba mareado. Cada no movimiento de las agujas del reloj traía lo peor de sí mismo a la superficie, sus nudillos estaban blancos por la fuerza con la que se sujetaba a la barandilla del balcón tratando de reprimir las ganas de arrancarse uno a uno los cabellos de su cabeza y de destrozar cada objeto que adornaba su palacio.
Un quejido de dolor quedó atrapado en su garganta.
Si los mortales pudieran verlo, si los dioses pudieran verlo, Ares, el dios de la guerra, no era más que un niño asustado y desesperado frente a su peor enemigo; el Tiempo.
Muchos años antes, después de que Harry y él tuvieran su segunda gran pelea, hicieron una promesa: cada vez que la situación se repita, se pedirán disculpas la siguiente vez que se vean y en el mismo lugar donde sucedió la discusión. A Louis le pareció una idea algo tonta en el momento pero Harry aseguraba que era importante no dejar lugares con malos recuerdos, ¿y quien era él para negarle algo cuando le sonría de esa forma? Esa que hacía sus ojos brillar a pesar de que estos estaban rojos e hinchados por el llanto. Ahora, Louis se arrepentía por haber hecho semejante promesa, quería gritar hasta que su garganta se desgarrara porque cuando el reloj diera las doce no iba a poder correr al encuentro de Harry y en su lugar debía quedarse a esperar.
¿Se enojaría Harry si rompe su promesa y es él quien corre a su encuentro? ¿Qué pasaría si Harry llega a un palacio vacío? ¿Pensaría que Louis se dio por vencido? ¿Qué pasaría si Harry no se presentaba? ¿Lo había perdonado o le aguardaba otro año más de silencio?
Louis sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos y apretó la mandíbula con fuerza al ver que aun faltaban otros treinta minutos.
Nunca se pregunto mucho por aquellos que se quedaban en sus casas mientras otros salían a pelear batallas; una parte de él creía que eran cobardes por quedarse a escondidos mientras esperaban que otros salvaran al mundo de las llamas que amenazaban con reducirlo todo a cenizas, pero a medida que avanzaban los años otra parte de él comenzaba a pensar en las consecuencias que había para aquellos que, por un motivo u otro, no siempre podían proteger a aquellos que amaban de la manera en que les gustaría.
De todas las Edades por las que había visto pasar a aquel mundo, aquella de hierro era la única que le había mostrado las distintas maneras en las que se manifiesta una guerra, las distintas formas que podía tomar un enemigo: personas de traje y medallas en el pecho o de ropajes largos hasta el suelo que esconden su odio tras objetos de madera, enemigos con discursos que mueven masas, que duermen en la misma casa, en la misma cama, que se esconden bajo ella o que susurran al oído en los momentos más débiles.
Por primera vez, el dios de la guerra se dio cuenta que cualquier lugar puede ser un campo de batalla, incluso el alma, y que por más pequeño que sea el conflicto, no es menos importante.
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86.400 segundos
FanfictionEllos eran como el sol y la luna, siempre persiguiéndose pero sin alcanzarse. Excepto un día. Ese único día donde los dioses y el universo los dejaban estar juntos. ¿Y qué si tan sólo era un día? Valía la pena la espera mientras se tuvieran el uno a...