Me encuentro frente a la casa donde crecí, dónde pasé los mejores y peores momentos de mi vida, dónde solo era una niña asustada...
No puedo llamar a la puerta, hay algo en mí que me lo impide. Miro por la ventana junto a la puerta y veo a mis padres desayunando en la cocina. Parecen aliviados. ¿Saben que voy a volver o nunca les he importado?
Veo que mi padre se levanta y se dirige a la puerta. Me quedo paralizada y de repente la puerta se abre. Mis padres me ven, parecen sorprendidos como si vieran a un fantasma. Pero sin decir ni una palabras mas y con los ojos llenos de lágrimas, se abalanzan sobre mí para abrazarme. Sin poderlo evitar, me derrumbo y comienzo a llorar también.
-Te hemos echado mucho de menos, cariño -dice mi padre acariciándome el cabello.
Mi madre se separa del abrazo y con sus dos manos cálidas envuelven mi rostro.
-Todo lo que has tenido que sufrir, mi niña.
Y nos volvemos a abrazar.
-Te quiero, mamá.
Subo a mi habitación, sola. Miro a mi alrededor. Todo parece diferente aunque está tal y como la dejé. Pero hay algo que ha cambiado. Tal vez sea yo... no lo sé...
Abro el armario y en la puerta veo que están las fotos con mis amigas. ¿Qué será de ellas? Me habrían echado de menos o se alegraron... Empecé a tocar suavemente la ropa de mi armario. Después me dirijo a la cama y me siento sobre ella, comprobando que era tal y como la recordaba.
Pero ya nada va a ser como antes.
Van pasando los días, los cuales se convierten en semanas y estas en meses. Sigo sin salir de mi habitación. Sé que mis padres empiezan a preocuparse por mí. Sé que ellos quieren que vuelva a ser la misma Sydney de antes. Pero ella ya está muerta, no queda nada de aquella inocencia y aquel miedo a la vida y... a la muerte. Todo lo que queda son recuerdos que desgarran mi alma.
Nadie ha venido a verme tras mi vuelta. Según mis padres CeCe y Gisselle están estudiando lejos de aquí, pero no les creo. Seguro que no quieren venir a verme.
No soy buena persona... no merezco el amor de nadie... he hecho cosas horribles...
Salgo de casa a escondidas a través de la ventana de mi habitación, como hacía antes para poder ir a las fiestas cuando mis padres no me dejaban. Pero esta vez para algo diferente.
Una vez fuera de casa, me pongo la capucha de la sudadera y me dirijo bajo el puente de la ciudad.
Una vez allí todo lo que veo son vagabundos y yonkis, o vagabundos yonkis, qué más da...
-Hola -le digo a un hombre.
-¿Qué quieres?
-Krokodil.
El hombre mira ambos lados y saca del interior de su chaqueta una jeringuilla llena. Me la da y sin más se va hacia otro lado.
Me siento en uno de los pilares del puente. Noto el frío del hormigón en mi espalda. Me levanto la manga de la sudadera y me inyecto la droga.
Solo es cuestión de tiempo.
Empiezo a tocar la tierra del suelo, quizá sería la ultima vez que pudie...