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Londres, Inglaterra.

Mayo. 

Pasar toda la noche haciendo el amor con mi novio era una de mis cosas favoritas del mundo entero. Era maravilloso que haciendo algo tan primitivo él aún me tratara con delicadeza, como si yo fuera una princesa a la que tiene que proteger y mimar. Una sonrisa se dibujó en mis labios al recordar cómo ayer, que regresamos de cenar, ni siquiera pudo esperar a que llegáramos a la habitación para besarme, despojarme de la ropa, como un adolescente con cierta urgencia. En los casi tres años que llevábamos juntos nunca lo habíamos hecho en el sofá, pero él rozaba mis curvas con la yema de sus dedos lentamente mientras susurraba en mi oído lo afortunado que se sentía y lo mucho que me amaba. Me lo hizo lento y dulce. Porque teníamos todo el tiempo del mundo y con la promesa de una vida juntos.

Unos brazos fuertes me rodearon por la cintura y me sobresalté antes de relajarme. Giré sobre mis talones para encontrarme con Henry, mi prometido. Cuando nos convertimos en una pareja, juré que mi relación siempre encabezaría mi lista de prioridades y que el trabajo jamás interferiría en mi vida personal. He visto a muchas personas arruinar sus relaciones sentimentales, familiares o de amistad solo por no dedicarles el tiempo, por no brindarles importancia relegándolas a un segundo plano con la falsa creencia de que esas personas siempre estarían ahí. Como si por arte de magia y sin esfuerzo la relación se mantendría en perfecto estado. Por mucho que deseara que las cosas fueran fáciles, nunca lo eran. Menos una relación de pareja. Hay malentendidos, discusiones, celos y podía seguir con una larga lista de cosas que interfieren afectando considerablemente la confianza mutua. Dejando una pequeña grieta donde se cuelan los rencores de malentendidos. Sin embargo, muchas de ellas son excusas que ocasionan problemas por falta de comunicación.

Personas desconocidas y otras muy cercanas a mí habían tenido ese tipo de dificultades, yo no quería pertenecer a ese grupo. Sería fracasar. Me esforzaba mucho para no tener que llegar a ese extremo. Existe un abanico de opciones para tomar las decisiones correctas antes de renunciar a algo o a alguien. Por ejemplo, mi filosofía de vida era: terminar siempre lo que empiezo, sin importar qué.

No es fácil. Algunos días me despierto y me cuestiono cada una de mis decisiones, me pregunto si valen todas las cosas que me he perdido por seguir un plan ya establecido, me pregunto si son realmente las cosas que quiero y cuando no encuentro una respuesta me dan ganas de hacerme una pequeña bolita en la cama, cerrar los ojos y seguir durmiendo. Esperando que con el sueño lleguen las respuestas. Pero no lo hacen, nunca lo hacen. Probablemente, tenga mucho que ver que yo nunca me permito sucumbir a mis placeres secretos. Decido levantarme de la cama para empezar un nuevo día, realizar a rajatabla todo lo que tenía planeado para que los resultados sean perfectos. No me permito menos que eso.

Casi siempre funcionaba.

—Buen día, mi amor —dijo Henry.

Pegó sus labios contra los míos, me dio el beso más casto del mundo. Dejándome con ganas de algo más profundo. Se dirigió hasta la mesa donde se encontraba mi desayuno servido. Más bien, mi intento de desayuno que consistía en una tostada con avocado, rodajas de tomate y una taza de té, Lady Grey. Tenía antojo de algo más sustancioso, pero me encontraba haciendo una dieta para perder los últimos kilos de más antes del gran día. Era de esas mujeres desafortunadas con tendencia a subir de peso con solo respirar y cuando lo hacía, mis curvas pasaban de ser sensuales a regordetas. Con lo que más lidiaba era con mis brazos. Era un tema para mí. No importaba cuánto peso perdiera, siempre se mantenían gruesos. Muy poco femeninos. Los odiaba. Me sacudí ese pensamiento porque no tenía importancia, lo estaba solucionando.

—Buen día —contesté. Caminé hasta sentarme frente a él—. Creí que te levantarías más tarde. ¿Acaso te desperté? Intenté no hacer demasiado ruido.

ʜᴜᴇʟʟᴀs ᴅᴇ ᴜɴ ʙᴇsᴏ || #1.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora