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EL SONROJO en mis mejillas había pasado de ser ocasional a adornar permanentemente mi rostro alrededor de Edward. No había dicho nada con doble sentido, ni falta le hacía. Era su mirada. Apreciativa. Sentía mi piel cosquillear por donde sus ojos me recorrían y desnudaban. Maldición, él sabía cómo hacer para que una mujer se excitara sin tener que tocarla directamente. Tenía mis piernas presionadas entre ellas y tenía que exhalar constantemente por la boca para que ningún sonido sexual se escapara de mí. Por la sonrisa burlona que tenía plasmada en su cara él sabía exactamente cómo me estaba sintiendo. Juro que hasta mi ropa interior estaba mojada. ¿Por qué aún seguía aquí conmigo? Necesitaba que se fuera o terminaría teniendo un orgasmo con su sola presencia.

—¿Quieres helado?

Él había tenido tiempo suficiente para husmear en mi piso, por supuesto.

Me encontré con su mirada.

—¿Cómo sabes que tengo helado?

—Soy una persona curiosa —dijo sin preocupación.

Por no decir revisé toda tu nevera.

—Me doy cuenta, Edward. —Sonreí. Seriamente esperaba que fuera lo único que hubiera revisado—. No soy amante del helado, pero puedes comerlo tú.

—Tienes mucho helado ahí y de varios sabores.

Me encogí de hombros.

—Rosé ama el helado y yo mantengo la nevera llena por si en algún momento decide aparecer de improviso. Lo dudo, pero me gusta soñar y estar preparada.

—¿Las extrañas? —preguntó refiriéndose a Rosé y mi prima.

—Sí —mucho—. Me propusieron hacer el viaje con ellas, pero no soy así.

—¿Así cómo?

—No puedo dejar todo atrás solo por una aventura que no me iba a aportar nada.

Edward fue hasta la nevera y lo observé sacar un bote de helado. No entendía muy bien qué era lo que me atraía sexualmente de él. Era bastante guapo, sí, pero no terriblemente guapo. No de esos que te hacen seguirlos con la mirada mientras babeas y ruegas por tener algún tipo de contacto físico, aunque sea uno accidental. La teoría que tenía era que me gustaba lo despreocupado que podía llegar a ser, la energía cavernícola que emanaba y su mirada siempre brillosa rayando lo salvaje.

Estar cerca de Edward me provocaba dejar lo aprendido atrás y romper las reglas. No pensar y hacer lo que mis instintos más crudos me gritaban que hiciera. Parecía ser ese tipo de persona. Se sentó a mi lado y ya no frente a mí como cuando estábamos comiendo. Me ofreció una cuchara ignorando que le dije que no quería y con la clara intención de que comiéramos directo del bote. Justamente era algo que yo no hacía. Lo correcto es servirte el helado en un recipiente, así no dejabas babas en el resto.

Tomé la cuchara solo por educación, pero no quería romper la dieta otra vez y recuperar los 10 kilos que había perdido.

—Las aventuras siempre aportan algo. Las chicas están aprendiendo a responsabilizarse por sí mismas y creciendo de una forma que no todos se pueden permitir. Viajar te da una perspectiva diferente del mundo. Conociendo a ambas seguramente se están divirtiendo salvajemente.

Salvajemente es el término que hace que me preocupe por ellas.

—Si me dices dónde están puedo decirte si debes preocuparte o no.

—No hablamos mucho, pero antes de irse me dejaron muy claro que no debía dar ningún tipo de información sobre ellas a nadie. En esto solo estoy especulando, pero creo que también incluía al amigo del hombre que rompió el corazón de mi prima.

ʜᴜᴇʟʟᴀs ᴅᴇ ᴜɴ ʙᴇsᴏ || #1.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora