Frin hizo el camino a la escuela viendo el humito de su boca. La respiración es blanca o
invisible. En otoño y en invierno es blanca. Concentrado en las formas que le daba a su aliento llegó a escuela. El patio ya estaba lleno de ruidos y chicos. Ni bien entró le llamó la atención uno que iba con un buzo verde fosforescente. Se sonrió. ¿Quién podía ser tan tonto de ponerse eso para ir a la escuela? Se acercó a un grupo de los de su grado y preguntó quién era ése.
—Uno nuevo, ¿viste el buzo que trae? —Sí, es verde loro.
—No, verde radioactivo.
Se reían.
—Para colmo tiene esas rayas, porque si fuera lo verde nomás; pero tiene las rayas rojas en las mangas y unos dibujos atrás.
El chico estaba solo, disimulando, como si leyera algo en un cuaderno que tenía en sus manos. En realidad miraba el patio nuevo para él, el techo, los salones de clase, las maestras, los que corrían; y a ellos que lo miraban sin disimulo, y sin ocultar que se reían. Entonces él clavaba la vista en su cuaderno, como si allí hubiera algo mucho más interesante que esta escuela nueva. En realidad estaba asustado y quería esconderse.
Frin sintió el impulso de acercarse y saludarlo. Sin embargo, les dijo a los demás:
—Con ese buzo debe gastar un montón de electricidad... debe llevar una batería en la mochila.
Sonó el timbre. Los demás entraron a sus salones; ellos se formaron en el patio. El de verde caminó tímidamente y se puso último en la fila. Sin saludar y sin que nadie lo saludara. Frin trataba de inventar otro chiste. Apareció el de educación física, caminó hasta ellos, se detuvo al ver al nuevo. Pensaron que iba a decir algo, pero no. Siguió caminando hasta la puerta y se fueron con él, hasta la cancha. Ahí hizo formar una hilera.
—Buenos días.
—Buenos días, profesor.
—... (miró hacia el nuevo, lo llamó. Él se acercó; pero lo interrumpió)... no, no, puede
dejar la mochila en su lugar, nadie se la va a robar.
—(El que estaba al lado de Frin) Es que si no lleva la mochila se le apaga el buzo.
Risas otra vez, pero Frin ya estaba queriendo ver qué tramaba el tipo. El chico regresó, dejó la mochila en su lugar y se acercó al profesor.
—Es nuevo, usted.
—... (hizo que sí con la cabeza). —... así que es nuevo.
—... (volvió a asentir).
—¿Y cómo se llama?
—Lynko, señor.
—... ahá, así que es nuevo.
Qué lento es, se desesperó Frin. Tiene arena en el cerebro ¿cómo puede ser tan lento para pensar un chiste?, lo arruina.
—A ver, y dígame (siguió el tipo), aprovechando que estamos solos (pero dicho casi a
los gritos), que estamos solos y nadie nos oye (ahí miró al grupo).
Los demás se rieron; pero a Frin le pareció lo más estúpido del mundo, eso ya no tenía gracia, ya nos dimos cuenta de que no estamos solos, lo sabemos, ¿para qué se da vuelta cuando dice eso? ¿Para ver cómo nos reímos de su frase? Qué idiota que es este tipo, por favor, pensaba Frin. El profesor siguió:
—A ver, dígame... ¿cuánto le pagaron por iluminar la ciudad?
El grupo soltó la carcajada. Frin no. ¿Ésa era la broma? ¿Esa era? ¡Qué idiota!, pensó. Eso no es una broma. Aunque se pareciera a la que él mismo había hecho antes, no es igual. Él se había cuidado de que el chico no lo oyera porque si no, hubiera sido una burla. No es gracioso, es estúpido. El nuevo se quedó serio, miró al grupo que se reía, e intentó una sonrisa, como si la broma le causara gracia a él también. Como si tuviera que mostrar que él también se reía de eso. Un buzo verde, sí, ja, ja, qué gracioso. Bajó la mirada, tratando de mantener un poco la sonrisa, y alcanzó a ver que Frin no
se reía.
—¡Acá usamos buzos azules! ¡¿Entendió?! ¡Azules!, ¡vuelva a su lugar!
Terminó de decir el profesor, con un tono como si estuviera diciendo cómo son las cosas en este planeta. Recién entonces algunos de los del grupo lo saludaron. En realidad le hicieron alguna broma sobre el buzo verde; pero le estaban hablando por primera vez, y Lynko aceptó las bromas.
—Hola, me llamo Frin.
—Hola, y yo Lynko.
—... sí ya sé, lo dijiste antes.
Lynko sonrió con un poco de vergüenza.
—No le hagas caso, es un idiota, se cree muy importante.
—¿Por qué te mandó a trotar?
—... (Frin levantó los hombros) Lo único que le importa es entrenar a los mejores para las olimpíadas... (sacó la foto de la maratón), mira ésta es una que podes ir corriendo o caminando...
—A mí me gusta el deporte, ¿jugás al fútbol?
—No (es que soy malo, pensó), yo prefiero como estas maratones, es más divertido. Guardó la foto y siguieron en silencio.
—¿Recién llegaste a la ciudad? (preguntó Frin).
—Hace dos semanas.
—¿Faltaste a la escuela dos semanas?
—... (Lynko asintió).
Frin buscaba las palabras para convencerlo de que no se pusiera más ese buzo, pero tampoco quería ofenderlo. Iba a decir algo así como que acá los chicos hacían demasiadas bromas, o que no se usaban tantos colores. Lynko le preguntó:
—... ¿tu papá viaja mucho?
—No.
—El mío se la pasa viajando, por el trabajo.
Llegaron a la escuela y ahí salió cada uno para su casa. Frin acompañó a Lynko hasta la suya. Había dejado para después el tema del buzo. La casa de Lynko era grande y silenciosa; les abrió la mamá, que saludó a Frin en voz baja.
—¿Te quedás a comer?
—No, señora, gracias, voy a mi casa.
Lynko lo acompañó hasta la puerta.
—¿Por qué habló en voz baja? (preguntó Frin, mientras pensaba cómo decirle lo del buzo).
—Es que mi papá está durmiendo.
—¿No trabaja?
—Sí, pero está enfermo, cuando volvió del viaje se sentía mal.
—¿Por eso no fuiste a la escuela antes?
—Sí.
—... (se hizo un breve silencio)... ¿dónde compraste el buzo?
—Sí, ya sé, no me lo voy a poner más.
—No, no es por eso, quería saber.
—... (hizo un gesto de que no le creía).
—En serio, te lo pregunté para saber nomás.
—Me lo trajo mi papá de un viaje... pero ya no lo voy a llevar a la escuela.
(Frin, miró adentro de la casa y vio pasar a la madre de Lynko, caminando sin hacer ruido)... ¿y por qué no?, si tu papá te lo regaló es porque pensó que te iba a gustar... los demás no tienen por qué meterse.
—Es muy brillante, ¿no? (preguntó Lynko sonriendo).
—(Ladeando la cabeza) Un poco... pero ¿te imaginas si estuviéramos en otro país? Te hubieran dicho, ¡Acá usamos buzos de colores ¿me entiende?! ¡No azules, de-co-lo- res! (se rieron los dos)... bueno, hasta mañana.
—Chau, hasta mañana.