De repente Alma se volvió más callada. Algo pasaba. Frin la observaba desde lejos; no
quería acercarse y que lo rechazara.
—¿Y si ella también cree que el que está raro soy yo?
Entonces sentía que tenía que mostrarle que él no estaba raro, que ella podía acercarse si quería. ¿Pero qué hacer? No podía decirle:
—Hola, Alma, mirá que yo no estoy raro, ¿eh? Podés acercarte cuando quieras.
Durante las clases la miraba, y ella no levantaba la vista, no le devolvía una sonrisa, ni nada. Lo primero que pensó fue que ya se había puesto de novia con Arno y por eso ahora no quería ni mirarlo. Ya se había decidido. ¿Le habría hablado ella o él? Seguro que fue Arno. Era un poco raro, desordenado, con la cabeza en la Luna, como decía la maestra: siempre se le perdía algo o se olvidaba alguna cosa.
—Pero no debe ser tan vergonzoso como yo (se decía Frin), se le declaró y ahora son
novios. Por eso Alma no me puede mirar.
En los recreos, sin embargo, Alma tampoco miraba a Arno. ¿Sería un secreto? No creo. Ella se la pasaba con su mejor amiga, Vera. A Frin se le hacía que Vera era la chica más estúpida del grado, como una secretaria que no dejaba que nadie se acercara a Alma. ¿No será que Vera la quiere de amiga sólo para ella y le habla mal de nosotros? Seguro que esa estúpida y presumida idiota hace eso. Le tocaron el hombro.
—¿Frin? (era Vera).
—¡...! eh, ¿sí?
—¿Estás ocupado el sábado?
—... no... sí, no... ¿por qué?
—Quiero invitar a Alma a que hagamos un picnic, pero ella no quiere y como vos sos muy amigo, si vas, tal vez quiera...
—... ¿sí? (de rechazado a querido a la velocidad de la luz).
—Es que está callada todo el día... bueno, así ¿no?, y yo quiero que salgamos para que
piense en otra cosa.
—¿En qué piensa?
—Sus papás se pelearon, entonces su papá se fue a un hotel y hace unos días que ella
no lo ve, y dice que es culpa de la mamá.
Frin sentía un enorme alivio de que Alma no sólo no estuviera enojada sino que si él iba ella querría ir. Pero entonces se le mezclaba con lo que le pasaba a ella, y le daba tristeza. En cualquier caso, quería ayudarla. Le preguntó a Vera:
—¿Puedo invitar a Lynko?
—(Se le iluminaron los ojos) ¡Sí, claro! eh... yo invité a Arno. —... ¡¿para qué?!
—Porque es más divertido, ¿no?
—... (¿entonces, soy o no el importante?).
—... pero me dijo que tenía que ir a no sé dónde con su mamá; pero que no era seguro y no se acordaba bien.
Sonó el timbre. Vera le agradeció que fuera tan buen amigo. Inmediatamente Frin sintió que Vera no era una estúpidaidiotaimbécil, sino muy simpática y muy buena amiga también.
*
En la clase de Lengua le pidieron a Lynko que leyera un poema de Lorca. Frin notó que Vera seguía a Lynko con la mirada. Lynko leía poemas igual que Frin jugaba al fútbol. Acentuaba mal las palabras, se ponía nervioso, cambiaba la puntuación de los versos. No se entendió nada. La única que sonreía como si todo estuviera bien era Vera. El maestro se desesperó, le pidió el libro y leyó. ¡Ay, qué trabajo me cuesta quererte como te quiero! Por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero. ¿Quién me compraría a mí este cintillo que tengo, y esta tristeza de hilo blanco para hacer pañuelos?
Se hizo un gran silencio en el salón, el maestro decía muy bien los versos. Alma había levantado la mirada y estaba oyendo.
Se le ocurrió que debía llevar ese libro al picnic. El viernes que cobrara, podía ir a comprarlo, porque a Alma la distraía. ¿Qué sentiría él si su papá se fuera a un hotel?
Y sólo por eso, él, que nunca había leído un poema, y se le hacía la cosa más aburrida del mundo, sintió que quería leer poemas. Por el papá de Alma en un hotel. Y por Alma, sin su papá en la casa. Y porque si un día sus papás se pelearan tanto sería horrible, y daba miedo sólo de pensarlo. Y porque si los versos le habían hecho levantar la cabeza a Alma, debían ser más fuertes que todos sus problemas.