8

199 5 0
                                    

Una tarde, Frin fue a comprar un lápiz, porque ya estaba escribiendo con un pedacito
que casi ni se podía agarrar.
—Frin, si seguís con ese lápiz le vas a tener que sacar punta a tu dedo (dijo la mamá).
Él sabía que sus papás no tenían mucho dinero, entonces se cuidaba de no pedirles, no porque fuera muy ahorrativo, en realidad lo enojaba muchísimo oír que le decían: No podemos, Frin, no hay dinero. Esas respuestas lo llenaban de vergüenza y hacía todo lo posible por evitarlas.
Elvio, el dueño de la librería, un señor un poco calvo y panzón, le vendió el lápiz y le preguntó:
—¿Podés hacerme un favor? (tomó un trago de una copa). —(¿...?) Sí.
—(Sacó dinero de la caja) Andá al kiosco a comprarme cigarrillos.
  Frin tomó el pedido con naturalidad: es normal que un adulto le pida a un niño que haga un trabajo, sea o no sea su hijo. Cuando regresó y entregó el paquete de cigarrillos y el vuelto, Elvio lo miraba como si lo estuviera estudiando, y le preguntó:
—¿Estás trabajando en algún lado?
—¿Yo?... no.
—¿Y no te gustaría ayudarme acá por las mañanas?
Frin ladeó un poco la cabeza porque no sabía si iba tener ganas de venir todas las mañanas. No había entendido que le estaban ofreciendo el primer trabajo de su vida. Elvio lo miraba serio.
—Te pagaría así.
Enseñó la mano mostrando tres dedos, y tomó otro trago. Frin casi rebota en el techo por la sorpresa. Él había entendido que tenía que seguir viniendo como un favor, no que le iban a pagar tres... ¿qué quería decir tres?, ¿tres pesos?, ¿treinta?, ¿trescientos mil?
Se subió feliz a su bicicleta y pedaleó hasta su casa. Iba a mil, sentía el viento en la cara y su cuerpo lleno de energía, como si fuera más poderoso que antes. La cadena de la bicicleta hacía cuic cuic cuic a toda velocidad, como un reloj loco. Dobló una
esquina y vio a Fede, un amigo del grado:
—¡Ey, Frin ¿a dónde vas?!
—¡¡¡Tengo trabajo!!! (cuic cuic cuic).
Gritó entusiasmado, sin dejar de pedalear de pie, para ir más rápido. Llegó a su casa y encontró a su madre preparando la comida.
—¡Mamá, tengo trabajo!
—¡Epa! ¿Y dónde? (curiosa y divertida por la agitación de Frin).
Ahí se dio cuenta de que ya era un hecho. Elvio se lo había ofrecido, a él le había encantado la idea y su madre le preguntaba dónde. Sí señor, ya era un hecho. Mientras su madre seguía cocinando, él se paró al lado y con el mismo entusiasmo le
contó cómo había sido. La madre se reía porque le divertía ver a Frin tan excitado, hablando rápido, apretándose los dedos, dando saltos. Frin creía que la madre estaba contenta por la noticia y también se reía.
—Bueno, pero no vas a descuidar la escuela...
—¡Nada que ver, mamá!
Por la tarde fue a contarle a Lynko que inmediatamente se lo contó a su madre,
contento, como si el que hubiera conseguido trabajo fuera él. Después hicieron más planes para la salida del domingo.
Esa noche, cuando ya estaba acostado, llamó a su padre, que ya sabía la noticia. Vino hasta su cama y le preguntó:
—Papá, lo que no entiendo es para qué me mandó a comprar cigarrillos, por qué no me lo dijo antes.
—Te puso a prueba, Frin.
—¿A prueba?
—Ahá, si ibas a ir... si ibas a devolverle el dinero.
  *
La librería abría a las ocho y media de la mañana, pero Frin estuvo sentado en la vidriera desde las siete y media. No hubo quien lo convenciera de que era demasiado temprano. Cuando Elvio lo vio, sonrió.
El viernes cobró su primer sueldo. Llegó la hora de la comida, Elvio le dijo, Tomá. Le dio un dinero en la mano, e hizo que levantaba su copa para brindar. Frin regresó a su casa y contó tres veces los billetes en el camino. No lo podía creer. Era la primera vez que tenía un dinero que era suyo. No se lo habían regalado, no era un premio, no lo había pedido. Se lo habían dado por su trabajo, o sea que era todo, todo suyo, ¿o se lo pediría su mamá? A la hora de la comida se lo mostró a sus padres. Los dos se alegraron y lo felicitaron.
—¿Y qué vas a hacer con todo ese dinero ahora?
Le preguntó su papá, con cariño. Y esa pregunta quería decir varias cosas: no le iban a pedir el dinero, él lo podía gastar sin que nadie le dijera nada, y ellos no se iban a meter en lo que hiciera con ese dinero. Se pasó tres días sin saber en qué gastarlo.
—Mira, Frin, si lo ahorrás vas a ir juntando tu dinero (explicaba su papá). —¿Y para qué?
—Para poder comprar más cuando hayas juntado bastante.
—(Frin negaba con la cabeza)... no, yo prefiero ir comprando y así igual voy a ir comprando más.
Lynko no se cansaba de hacerle sugerencias. —¡Mirá esa pelota, Frin!
—(No)...
—¡Mirá esa caña de pescar!
—(No)...
—¡Una mochila para irnos de campamento!
—(No)...
—¡¿Y qué vamos a llevar el domingo, entonces, Frin?!
Hasta que en una librería vio un tomo de una enciclopedia y supo que lo quería. Era una enciclopedia que también se vendía en fascículos más pequeños y que Arno siempre llevaba cuando tenían que consultar algo en la escuela. Entró y compró el primer tomo. Para su sorpresa costaba menos de lo que creía. Le alcanzó para comprar
otro libro. Uno de fenómenos extraños que habían pasado en toda la historia. Así gastó su primer dinero.
Cuando llegó a su casa guardó el tomo de la enciclopedia en la pequeña biblioteca del comedor y fue a sentarse en el patio a leer el otro libro. Al rato entró Alma por la puerta del patio. Le gustó verlo con ese libro abierto, que sostenía con una mano, mientras que la otra estaba apoyada en su cabeza. Aprovechando que no se había dado cuenta de que ella estaba ahí, se quedó observándolo. Era lindo que estuviera tan concentrado. Parecía más importante. Estaba tan serio. Nunca había visto a nadie leer de esa manera; parecía que estaba en otro mundo.
—Hola, Frin.
—... ah, hola.
—¿Qué estás leyendo?
  —Mira, en 1953 desapareció un barco con toda su tripulación.
Alma se sentó a su lado. Frin siguió leyendo en voz alta, y ella le prestaba atención a lo que él decía; pero también a que era lindo estar así con Frin. Cerca, mientras él leía en voz alta para los dos. No era fea la voz de Frin. Un barco había desaparecido con toda la tripulación. Es más, era una linda voz. Y no se había hundido. Y leía bien.

FrinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora