Capítulo I

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El pequeño Otabek dormía en la parte trasera del carro, apoyando su cabeza sobre el regazo de Viktor y estirando sus piernas sobre el regazo de Yuuri. Los padres de Otabek hablaban animadamente sobre el trabajo que debían hacer en la vieja casa rusa, Yuuri y Viktor hablaban sobre las posibles motivaciones que tendría el fantasma para atormentar a un poblado a las afueras de Moscú y los conocidos que tenían en dicha ciudad.

Otabek se despertó cuando dejó de sentir las piernas de Viktor debajo de su cabeza y cayó al suelo, el niño de cuatro años observó furioso al fantasma y regresó a su asiento. Viktor se encogió de hombros ante la mirada del niño y se acercó a Yuuri.

Los padres de Otabek eran caza fantasmas, la familia del niño, por alguna extraña razón, tenía la capacidad de sentir a los fantasmas y el deber de la familia era darle paz a esos fantasmas. Cada cien años, en la familia, nacía un médium muy poderoso, capaz de interactuar físicamente con los fantasmas, y Otabek era el último médium.

Viktor acomodaba el moño que adornaba su cuello, usando ropa típica de la nobleza rusa a finales del siglo XIX, el fantasma era el anterior médium de la familia y su deber era entrenar a Otabek y aconsejarlo en todo lo que necesitara para cumplir su trabajo. El fantasma llevaba el cabello platinado corto y con un flequillo cayendo sobre su rostro, la camisa de vestir se ajustaba hasta el último botón y el traje era impecable.

Yuuri usaba un kimono, el fantasma había muerto a principios del siglo XVII en Japón, el japonés era un samurái mientras vivía y fue asesinado en su país, Viktor se había enamorado del fantasma y jurado acompañarle por toda la eternidad.

Los padres de Otabek detuvieron el auto, bajaron el equipo y Veronika, la madre de Otabek, cargó a su hijo hasta el pórtico de la casa.

—Otabek, si quieres puedes investigar en la casa, pero si es un fantasma malo debes llamarnos, no te separes de Yuuri y Viktor.

Otabek asintió y bajó de los brazos de su madre para internarse en la casa embrujada.

—Otabek, mira.

Viktor estaba haciendo malabares con los objetos de la sala, balanceando las lámparas de aceite y querosene, los cojines empolvados y marcos de fotos.

— ¡Fuera!

La casa retumbó y las puertas se cerraron frente a los sorprendidos rostros del señor y la señora Altin, Viktor organizó la sala con un chasquido de dedos y saltó a los brazos de Yuuri, Otabek inclinó su cabeza y frunció el ceño, la voz sonaba infantil.

—Otabek, bebe, ¿Estás bien?

—Sí, Mami, es un poltergeist, no va a hacer daño.

— ¡¿Acabas de decir que no soy peligroso, maldito niño?!

Otabek levantó su pequeño rostro y observó a Viktor, el platinado se acomodó el traje y sujetó la pequeña mano de Otabek. Al parecer el ruso conocía el lugar, lo llevó por un pasillo largo y ambos bajaron las escaleras del sótano, con Yuuri siguiéndolos.

—Creo que conozco al fantasma —comentó Viktor—, supongo que esta era la casa de su abuelo. ¿Por qué crees que el fantasma nos quiere afuera?

—Es un poltergeist, eso significa que murió cuando era joven, si es la casa de su abuelo no quiere que nadie se acerque a su hogar.

Viktor aplaudió y le dedicó al niño una sonrisa de corazón.

—Bien dicho, Otabek, ahora, a deshacernos del fantasma.

— ¡No te entrometas, maldito Viejo!

Viktor soltó una carcajada y soltó la mano de Otabek, incitándolo a avanzar.

—Yuuri y yo no le caemos bien, ve tú.

Otabek asintió y caminó, su mamá siempre le decía que era muy valiente, y mamá nunca mentía.

Por instinto, Otabek entró a una habitación con un enorme piano blanco en el centro. Un peluche viejo y empolvado se acostaba sobre el piano mientras una figura se sentaba frente a él, acariciando con sus dedos fantasmales las teclas, sin poder producir sonido alguno. La figura llevaba una chaqueta verde con hombreras rojas, un cinturón ajustaba la chaqueta a sus caderas, las botas estaban manchadas de barro y una insignia brillaba sobre su pecho, la figura tenía el cabello rubio hasta el cuello, tapando un poco su rostro.

—Hola.

—No quiero mortales en mi hogar, tampoco quiero al Cerdo o al Viejo en mi casa.

Otabek se sentó en el banquillo junto al fantasma, cuando el rubio acarició las teclas el piano vibró ante el sonido de la música. El fantasma parpadeó y enfocó su mirada en Otabek, abriendo sus ojos con sorpresa.

—Me gustan tus ojos, parecen los ojos de un soldado.

Otabek acercó su mano al rostro del fantasma y apartó los mechones que caían sobre los ojos con azules y verdes.

—Era un soldado, niñito.

—No me digas niñito, mi nombre es Otabek.

—Yuri.

El fantasma sujetó la mano que le extendía Otabek. El niño se estremeció con el contacto, vio la muerte de Yuri pasar frente a sus ojos, el olor a pólvora y el frio que impedía cualquier movimiento, sintió la añoranza que sentía Yuri hacia dos figuras que se perfilaban contra la nieve blanca y pura.

—Estás sólo.

Yuri apartó su mano y le gruñó a Otabek.

—No es de tu incumbencia.

— Quieres que alguien te acompañe —Otabek sujetó el peluche que se encontraba sobre el piano y sintió la energía de Yuri emanar del peluche, le extendió su mano al fantasma—, ¿Quieres ser mi amigo o no?

Ghost in loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora