A los borrachos y disipados,
a los que buscan el confesionario en el fondo de una copa,
a los apátridas y desheredados,
a los que no afanan ni pretenden,
a los que albergan en sí su juez y su redentor,
a los hipotecados en la incertidumbre,
a los lisiados y vagabundos del espíritu,
a los que viven instalados en el desgarramiento,
a los que han tenido por segunda madre el dolor,
a los que no tapizan los hematomas de su alma,
a los que prefieren arrastrar su soledad palpitante a consumirse en un amor incompleto,
a los que no cazan la atención ni buscan la impostura,
a los que no tienen más patria que su ideales,
a los que saben silenciar las eternas vanidades acechantes,
a los que tienen por única y verdadera religión su sonrisa,
a los valientes que no hallan diferencia entre desnudar un cuerpo y desnudar su alma,
a los que hacen mosaicos de belleza con sus sueños triturados,
a los que comprenden su prisión, y ven al mirlo tras los barrotes,
a los que entienden que el amor es la única servidumbre que libera.
A vosotros, los exiliados del corazón,
os digo: no estáis solos.