Isla de Patmos, tres meses después
Tenía que ser la una y media de la mañana, adivinó el, Yuuri Katsuki pero su reloj interno estaba todavía en la hora estándar del centro de su ciudad. Su barco había llegado al puerto de Skala esa tarde, y su tía estaba allí, esperando con un taxista joven, quién recién había pasado sin pasajeros. Después de conducirlos por la corta distancia hasta la casa de en Grikos, el joven griego había llevado su equipaje hasta la habitación de huéspedes, y luego los había dejado en una taberna local. Todo el pueblo se había reunido allí para mirar boquiabiertos al sobrino japonés de Minako Okukawa. Y de acuerdo a Minako, cada soltero en la isla estaba presente.
Yuuri soporto varias horas de suaves reprimendas en el mal inglés de los aldeanos más viejos. Su crimen: no visitar a Minako, su pobre Tía, durante cinco largos años. No importaba que la viera cada Navidad en Hasetsu, donde vivía su familia y a dónde su Tía emigraba por unos pocos meses cada invierno. Yuuri seguía sintiéndose culpable de romperle el corazón a su pobre Tía viuda. En ese momento, su Tía estaba saltando a través de la pista de baile con una fila de hombres jóvenes, feliz, gritando "¡Opa!" Y rompiendo platos, por lo que Yuuri decidió que este sería un viaje de culpabilidad que él podría declinar. Él que no era muy resistente al alcohol no bebió más vino del que pudiera resistir, esperando que se acabara para ir a dormir, pero ahí estaba el, dos horas más tarde, en plena vigilia. Y una vez más se cuestionó la razón para venir.
Su supervisor había insistido en que él se marchara por un tiempo, pero parte del argumento de él, era que huir nunca resolvía un problema. El debería haber enfrentado al monstruo de nuevo. Debería haberle dicho que el juego había terminado. No más manipulación enferma. Pero ¿y si huyendo sólo estaba demostrando que él seguía moviendo los hilos? Una fría brisa se precipito sobre el mar y hasta el acantilado rocoso en el patio de la casa de su Tía. Yuuri se acurrucó con más fuerza contra su manta blanca, alrededor de su pijama de algodón de color azul celeste. No quería pensar en él nunca más. Él no podía encontrarlo aquí. Respiro el nítido aire salado. Estaba maravillosamente tranquilo, con sólo el sonido de las olas rompiendo en la playa y la brisa alborotando los tamariscos. Así de tranquilo.
Sólo que sus pies estaban congelándose en el suelo de baldosas. Avanzó a través del patio. Era igual a cómo lo recordaba. En su última visita, el verano después de graduarse de la secundaria, su padre había construido el cenador que cubría una pequeña sección de la izquierda. La vid había crecido, sus ramas se encrespaban como serpientes alrededor del marco de madera. A la sombra oscura del senador, apenas podía ver la mesa familiar de madera y las cuatro sillas. El resto del patio interior había quedado abierto al cielo, y abajo brillaba una media luna, la que se reflejaba en las paredes blanqueadas con cal de la casa de Tía Minako y las paredes, que cubrían hasta la altura de la cintura, cerraban el patio. Tres grandes jarrones de barro, cada uno con un pequeño árbol de limón, alineados en la pared de la derecha. Alrededor de la base de cada árbol, matas verdes de perejil y de menta crecían. En el rincón más alejado, unas macetas de geranios de color rojo montaban guardia por los escalones de piedra que se dirigían hacia la playa. Al lado de los geranios, Yuuri reconoció el telescopio que su padre le había dado a Minako para la Navidad del año pasado. Un excelente regalo, pensó mientras miraba hacia el cielo nocturno.
Había muchas estrellas. Estas nunca eran tan brillantes en las casas de las ciudades. Llegó a la pared del fondo, apoyó los codos en la parte superior y miró hacia la playa que se encontraba abajo. La luna brillaba sobre el mar oscuro y se reflejaba en la arena blanca.
-¿Yuuri, no puedes dormir?- Yuuri se dio la vuelta. -Tía Minako, discúlpame no tenía intención de despertarte-
-Tengo el sueño muy ligero...- los ojos de Minako se entrecerraron. - ¿Estas descalzo?- Antes de que Yuuri pudiera explicarle que se le había olvidado empacar sus zapatillas de casa, su Tía se apresuró a entrar, Un minuto más tarde reapareció con unas zapatillas de casa de color azul brillante.
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El vampiro y El Nipon
RomanceYuuri Katsuki anhelaba sentir la brisa fresca del océano, la arena bajo sus pies y disfrutar de unas vacaciones, un descanso de su loca y en muchas ocasiones, peligrosa vida. Cuando llega a la pequeña isla de Patmos, pero se encuentra con una tía qu...